Hugo Burel
Hugo Burel

Bendito país

Como decía Julio Sánchez Padilla, el nuestro es un país bendito por muchos factores que lo han hecho excepcional a lo largo de su historia.

Lo más inmediato como ejemplo: fuimos el primer país de América Latina en consagrar el sufragio femenino, cuando el 3 de julio de 1927, las mujeres votaron por primera vez en un plebiscito en la localidad de Cerro Chato. Esa idea de lo excepcional, perpetuada como una seña de identidad y expresada en muchos ámbitos, a veces nos hace creer que vivimos en una dimensión que nos pone a salvo de la contingencia de la realidad mundial. En lo político, basta mirar a nuestros vecinos.

La Argentina transita un despeñadero sin fin, rehén de una interna feroz en la coalición que gobierna, una lucha despiadada entre el presidente y su vice y una inflación incontenible que se lo come todo al punto que hoy Argentina tiene un riesgo país superior al de Ucrania. En Brasil, dos populistas de distinto signo disputarán las futuras elecciones, con Jair Bolsonaro pronosticando la “comunización” de América del Sur en el caso de que gane Lula da Silva, por su proximidad a la Rusia de Putin. Ni hablar de lo que sucede en el resto del continente, con la incógnita de Gustavo Petro en Colombia, la compleja realidad del atribulado e inepto Pedro Castillo en Perú y el joven idealista Gabriel Boric en Chile con el plebiscito sobre la nueva constitución. Dejo a Venezuela de lado, porque habría mucho para comentar. En cambio aquí funciona un gobierno que respeta el libre juego democrático y no enfrenta graves problemas en comparación a los mencionados, con la votación del Presupuesto como asunto importante inmediato. Hay dificultades, claro, pero ningún drama ni cosa parecida.

El gobierno ha gestionado bien la pandemia y muestra este año un récord de exportaciones con caída del desempleo, por lo que es un ejemplo en el contexto regional. Sin embargo el relato de la oposición lo señala como nefasto y propugna que el modelo de la Coalición Republicana sea sustituido por otro, sin precisar cuál será. En los países en los que parece inspirarse la oposición, el éxito económico y la gestión social hacen agua, por lo que la crítica sin pausas parece apuntar a una estrategia electoral.

Pero, hablando de lo que hoy pasa, cómo no vamos a ser excepcionales si somos capaces de detener el fútbol por una disputa entre hinchas de Villa Española. La misma fue antecedida por una legítima intervención del Ministerio de Educación y Cultura por no cumplir el club con los estatutos, ante denuncia de socios del propio club. Eso provocó la airada reacción de la oposición como si se tratara de un atropello autoritario a una inocente y pacífica institución que nunca había obligado a sus jugadores a votar sí en el plebiscito de la LUC. Faltaba más. Después se supo que la suspensión de la fecha obedeció a una única causa: los derechos económicos por la difusión del fútbol uruguayo. Así, de Bigote López pasamos a Paco Casal en cuestión de horas. Este fin de semana hay fútbol, pero el lío de fondo sigue.

También es excepcional que se cuestione -contra una resolución judicial inapelable y ajustada a derecho- que agentes privados puedan comercializar la conexión a internet de los ciudadanos. Se habló de ¡traición a la patria!, ¿o entendí mal? Se dijo que Antel iba a fundirse si perdía ese monopolio, porque, según el sindicato Sutel, “le habían abierto las venas”. Como también era un cataclismo la posibilidad de que los usuarios de celulares mantuvieran su número si cambiaban de prestatario. Otra tragedia que no fue. Pero la oposición no cesa de rasgarse las vestiduras por horrores que no existen.

De la misma manera hemos sido excepcionales en decidir que la pandemia ha cesado y que el tapabocas es un accesorio del pasado. En esto gobierno y ciudadanía tácitamente se han puesto de acuerdo, aunque los anti vacunas pataleen y el juez Recarey incurra en un dislate jurídico. Antes, levantó la emergencia sanitaria -que costaba mucho dinero mantener- y ahora cada uno encara como quiere su defensa ante el Covid Los protocolos se volvieron laxos y la libertad responsable es libertad a secas. Cansada de cuidarse, la gente regresa a sus anteriores rutinas y el panorama se vislumbra incierto para el caso de que se produzca una nueva ola del virus, como ya sucede en países del norte.

Como excepcionales creativos promovemos el turismo de invierno en balnearios oceánicos, con temperaturas a ciertas horas polares y muy poca infraestructura para sustituir sol y playa. En ese escenario no se puede competir con el norte termal del país y con Argentina, que hace todo para que los dólares le rindan en grande a los uruguayos. No obstante, el esfuerzo de algunos operadores turísticos pretende vencer al clima y a la diferencia cambiaria.

Se podrían agregar más ejemplos que relativizan las bendiciones del país -que igual son muchas- para encarar este tiempo con un poco más de realismo. No es verdad que la pandemia haya terminado, por lo cual sus peligros siguen existiendo. La invasión de Rusia a Ucrania está cambiando las leyes geopolíticas y comerciales de manera radical y acelerada. Si se atiende a analistas de fuste, el mundo está al borde -si ya no está viviéndola- de la III guerra mundial. La reformulación de la OTAN que el conflicto en Ucrania ha impulsado, puede ser un factor para que la Rusia de Putin radicalice sus afanes expansionistas, forzando la pulseada al límite. A su vez, el panorama latinoamericano no vaticina una futura época dorada, más bien todo lo contrario. ¿Tiene el gobierno estrategias acordes a un mundo desestabilizado y e imprevisible?

Nuestro bendito país no es una isla, ni puede progresar sin tener en cuenta el contexto exterior. Tampoco puede seguir sumido en la política de antagonismos irreconciliables y conflictos inflados por el perfilismo de muchos actores y el trancazo como sistema. Winston Churchill dijo una vez que el precio de la grandeza era la responsabilidad y agregó que no es suficiente con hacer lo mejor que podamos, a veces debemos hacer lo que se necesita. Más temprano que tarde los políticos de este país bendito deberán asumir que la política está tan trabada y estancada como la educación, por lo que deberán cancelar los reflejos del pasado y preocuparse por el futuro con esa responsabilidad que el viejo líder exigía para merecer la grandeza.

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