Hernán Sorhuet Gelós
Hernán Sorhuet Gelós

Todo puede ser peor

La información que llegan desde Ucrania es que tanto las instalaciones de Chernobil como de las cuatro grandes centrales atómicas que funcionan en el país, están bajo el control del ejército ruso.

Nunca antes una invasión militar a una nación había presentado un peligro potencial tan enorme (de alcance local, regional y más allá) como esta.

Porque si la explosión del reactor Nº 4 de Chernobil en 1986 ocasionó una dispersión contaminante tan grave por buena parte de Europa, ¿qué podría ocurrir si esta infame guerra de ocupación dañara a uno o varios de los quince reactores nucleares que funcionan en suelo ucraniano?

Estamos hablando de equipos antiguos, de tecnología soviética que no cumplen con los actuales estándares de seguridad nuclear occidental, lo que aumenta la peligrosidad de que cualquier descuido, accidente o deterioro acelerado, provoque una nueva explosión o fuga de radiactividad, con las terribles consecuencias que ya hemos visto en varios puntos del planeta.

Los bombardeos rusos que se incrementan en muchos puntos del territorio invadido, y la heroica resistencia del pueblo ucraniano, perfectamente podrían desencadenar un gravísimo evento de contaminación nuclear de amplia diseminación.

Imaginemos por un instante si en esta locura bélica, como acto desesperado a alguien se le ocurre escoger esa demencial opción. El armamento de destrucción está distribuido en suelo ucraniano; lo que equivale a que en las actuales circunstancia a alguna de las personas que toma las decisiones de su uso, equivalga, en alguna medida, a que tenga a su alcance oprimir el famoso “botón rojo” de los misiles nucleares.

Los inspectores estata- les que regulan la energía nuclear en Ucrania ya informaron que han aumenta- do los niveles de radiación en la “zona de exclusión” de 2.600 km2 que rodea la instalación de Chernobil (ubicada en el norte del país cerca de la frontera con Bielorrusia). Las instalaciones de la planta siniestrada no han sufrido daño pero sí se ha removido la capa superior del suelo, debido a la intensa circulación de la maquinaria pesada de guerra. De esa manera residuos y partículas radiactivas han vuelto a estar presentes en el aire.

Recordemos que ocurrido el terrible siniestro de abril de 1986, los soviéticos fabricaron de apuro, lo mejor que pudieron, un casco de hormigón o “sarcófago” para confinar la radiación que emanaba de la central. Pero tenía muchas vulnerabilidades y también grietas, por lo tanto en 2018 se construyó por encima una gran cúpula de metal, policarbonato, con marcos de acero y vigas de hormigón, capaz de soportar la fuerza de un tornado y con una durabilidad asegurada de un siglo -desde luego sin considerar acciones de sabotaje.

Si el máximo líder de esta sanguinaria invasión está considerando el uso del armamento nuclear, como lo ha anunciado, ¿es sensato descartar la destrucción intencional de alguno de los quince reactores operativos o del “sarcófago” de Chernobil?

La existencia de centrales atómicas en muchos países del planeta le ha agregado un escalón más a la peligrosidad destructiva de cualquier guerra que se desate, con el terrible agregado de que las consecuencias de letalidad en el tiempo, le harían imposible a un pueblo lograr levantarse en una sola generación.

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