Hernán Sorhuet Gelós
Hernán Sorhuet Gelós

¿Qué estamos esperando?

Entre los peligrosos deterioros ambientales que avanzan silenciosamente a nuestro alrededor, uno de los más significativos es la degradación de los océanos por causas antrópicas.

Algunos datos de la realidad podrían confundirnos; como por ejemplo que el 70% de la superficie terrestre esté cubierta de agua. Ante tal inmensidad podríamos estar tranquilos de que nada puede afectar a los mares de manera real. Pero no es así. Su situación es preocupante y empeora año tras año.

Seis de cada diez personas viven a 60 km de la línea costera y el 80% de la contaminación marina proviene de las actividades terrestres.

¿Qué estamos haciendo mal? Vertemos irresponsablemente petróleo y sus derivados al mar, fertilizantes, plásticos y otros residuos sólidos, así como aguas servidas domésticas e industriales.

Para tener una idea de la magnitud del problema, National Geographic consigna que el llamado Gran Basurero del Pacífico, formado por residuos sólidos que flotan a la deriva, ocupa una superficie equivalente a la suma de España, Francia y Alemania.

Pero eso no es todo.

Además abusamos de la sobrepesca comprometiendo la dinámica ecológica de enormes extensiones oceánicas que literalmente van quedando vacías. Es un ataque severo a la diversidad biológica del orbe.

Por su parte nuestras excesivas emisiones de dióxido de carbono a la atmósfera, además de promover el calentamiento global -que está poniendo en jaque a la humanidad-, ocasionan la acidificación de las aguas. En los últimos dos siglos los océanos han absorbido el 30% de ese gas de efecto invernadero.

Su aumento reduce el pH del agua, provocándole una acidificación muy nociva para los ecosistemas marinos, particularmente por su destrucción de las formaciones de corales.

Queda claro que la raíz del problema está en la conducta humana. A lo largo y ancho del planeta los pueblos siguen demostrando un marcado desinterés en asumir responsabilidades básicas en materia de los cuidados ambientales que son necesarios respetar para asegurarnos una mejor calidad de vida, y garantizarles a las próximas generaciones otro tanto.

¿Sí conocemos el problema, por qué nos hacemos los distraídos?

La mayoría de las aguas del planeta son internacionales, lo que significa que no hay regulaciones, ni garantías de protección. En ellas cualquiera hace lo que se le ocurre, especialmente llevando a cabo toda clase de abusos -como sucede con la sobrepesca.

La tecnología moderna alcanza y sobra para llevar adelante un contralor acertado del estado de los mares; de cualquier contravención o incumplimientos que se realicen. Pero primero hay que acordar reglas claras y disposiciones obligatorias que transformen a las aguas internacionales en vastas zonas tuteladas, protegidas y respetadas por todos; logradas en base a grandes consensos conservacionistas y promocionales de su uso sustentable.

No se trata de una cruzada emocional, sino de una muy sabia decisión para procurar la preservación e integridad de los océanos, lo que se traducirá en un gran beneficio para toda la humanidad. Urge conseguirlo.

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