Hernán Sorhuet Gelós
Hernán Sorhuet Gelós

Encendamos los motores

La actual matriz energética uruguaya muestra un perfil de producción muy definido, que se transforma en un claro indicador de hacia dónde debemos enfocar el desarrollo nacional.

Casi el 95% de la electricidad es de producción renovable (eólica, hidroeléctrica, biomasa y fotovoltaica) y solamente el 6% es térmica; algo muy bueno.

Desde siempre hemos sido compradores de hidrocarburos en los mercados internacionales, lo que nos ha impedido tener una saludable autonomía en materia de la fijación del valor de los combustibles, con lo cual se nos esfuma la posibilidad de ser independientes en materia de la gestión de los costes del transporte, que tanto incide en lo caro que resulta vivir y producir en el país.

Por esta razón hay que aplaudir todas las decisiones políticas y administrativas que se tomen a favor del uso de motores eléctricos vehiculares utilizados para transportar personas, bienes y mercaderías.

El actual desarrollo tecnológico de dichos motores ha logrado niveles de rendimientos y eficacia más que suficientes como para apostar a su masiva incorporación a nuestras vidas.

Hacia allí marcha vertiginosamente el mundo desarrollado, no por casualidad ni por caprichos de unos pocos, sino porque la ciencia, el devenir de los hechos y el propio sentido común coinciden categóricamente, en que esa meta consolida dos principios esenciales de la sustentabilidad de nuestro mundo: utilizar energías renovables -en lugar de las que se agotarán un día- y combatir con eficacia al cambio climático -la gran amenaza planetaria del siglo XXI.

En el caso uruguayo, cuando logremos que el sistema de transporte (individual y colectivo) sea eléctrico estaremos consiguiendo además de lo antedicho, la ansiada independencia de la importación del crudo, de sus caprichosos vaivenes en los precios, según variables e intereses que manejan otros, pero que tanto nos impactan.

Aunque resulte redundante, hay que decirlo una y otra vez. Necesitamos planificar el país a largo plazo, mucho más allá de períodos de gobierno o de coyunturas de cualquier otra naturaleza.

Una firme política nacional promotora del transporte eléctrico en sus diversas variedades, marcaría una diferencia significativa en la calidad del desarrollo de nuestra gente.

Bajaría el costo de vida y de producción, lo que elevaría el poder adquisitivo de las personas; atraería mucha más inversión extranjera; captaría programas, proyectos y donaciones internacionales; contaminaría menos la atmósfera favoreciendo el cumplimiento de los compromisos asumidos internacionalmente por nuestro país en materia de la mitigación del cambio climático; y también contribuiría a que respiremos un aire más limpio.

Aunque existen desde hace mucho tiempo, los actuales motores eléctricos no solo llegaron para quedarse sino para desplazar definitivamente a los de explosión. Como pasa en todas las áreas tecnológicas, cuánto más rápido nos adaptemos a ello, mayores ventajas y beneficios conseguiremos.

Vivimos en tiempos tecnológicos sin precedentes. Los avances resultan sorprendentes, y tan vertiginosos que se superan antes de que logremos comprenderlos. Sería muy bueno que existiera un claro consenso nacional en esta apreciación de la realidad que tenemos delante de nuestros ojos.

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