Hernán Sorhuet Gelós
Hernán Sorhuet Gelós

Beneficiosos aprendizajes

Desde que se declaró la pandemia han cambiado muchos aspectos de la vida cotidiana de las personas.

Varias son las enseñanzas que nos está dejando ese azaroso y sinuoso recorrido tratando de esquivar a la novedosa y letal enfermedad.

En primer lugar, poner los pies sobre la tierra -quizás como nunca antes- acerca de que todos los pueblos del mundo compartimos un único hogar planetario, el cual hemos subdividido artificialmente en países, con suficientes singularidades como para fortalecer el espejismo de que podemos vivir en un aislamiento voluntario.

La biosfera es un gigantesco y complejo sistema ecológico, cada vez más modificado por el Homo sapiens, tanto a través de su multiplicidad de acciones como por el crecimiento sostenido de su población.

En ese sentido, nos encontramos en una situación compleja -y por qué no decirlo: comprometida- en el sentido de que si algo sale mal, no tenemos un plan B, ya que la Tierra es nuestro único hogar; no tenemos a dónde ir.

Por lo tanto, el celo y el cuidado a tener para asegurarnos que mantenga sus principales características ecológicas, es una prioridad mayúscula.

Incentivados por las “cachetadas” que nos da el cambio climático, tomamos un poco más de conciencia de la seriedad que reviste cuidar el equilibrio ambiental.

Así como el microscópico Sars-Cov-2 día a día nos demuestra que el planeta es un ambiente único, habitado por la humanidad -y el resto de las especies-; la inteligencia humana debería incorporar esa realidad irrefutable como un faro guía de sus principales decisiones.

Hay que repensar el presente pensando en el futuro.

¿Cómo es posible que un microbio -y sus aceleradas mutaciones- sean capaces de esparcirse por el globo con tanta velocidad y eficacia, incluso sorteando con éxito la batería de medidas desplegadas por los países?

La explicación más simple es que nuestro planeta se comporta como un sistema cerrado, totalmente intercomunicado, donde todo tiene que ver con todo. Sería comparable a una gran nave espacial realizando un viaje de duración indefinida, con una numerosa tripulación que desde luego no puede sobrevivir fuera de ella.

Otra valiosa enseñanza es el valor que tiene el conocimiento científico y tecnológico. La curiosidad y necesidad de nuestra especie es el motor imparable de la búsqueda incesante del conocimiento, que caracteriza a la humanidad.

Todavía no logramos dimensionar el extraordinario logro conseguido hace apenas unos meses, con el desarrollo de eficaces vacunas contra el covid-19. Bastó que se nos planteara un reto mayúsculo con la irrupción de una pandemia que enfermaba de gravedad y mataba a gran velocidad, para que se destinaran todas las capacidades y recursos necesarios, para hallarle una rápida solución como afortunadamente ocurrió. Nunca en la historia de la humanidad sucedió algo parecido.

Con hechos muy concretos la ciencia se ha ganado el máximo respeto.

Todo parece indicar que en los próximos años presenciaremos un explosivo interés por los jóvenes de recibir formación científica del mayor nivel posible, y concomitantemente crecerán los presupuestos e inversiones necesarias para desarrollar al máximo la investigación.

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