Hernán Sorhuet Gelós
Hernán Sorhuet Gelós

Acuerdo de Glasgow

Finalizó la cumbre del clima con algunos resultados interesantes. Si bien estos encuentros de negociaciones globales organizados por Naciones Unidas siempre dejan sabor “a poco”, se puede decir que en este caso se consiguieron algunos valiosos consensos.

Recordemos que son acuerdos no vinculantes y por lo tanto se trata de compromisos voluntarios asumidos por los gobiernos, que luego deben ser ratificados por los correspondientes parlamentos.

La mayor dificultad radica en que los acuerdos de las cumbres deben alcanzarse por unanimidad. Si resulta difícil acordar en el seno del Mercosur, cuánto más entre 196 países.

A nuestro entender el avance más significativo es que el acuerdo de Glasgow puso el centro de atención en el IPCC -lo que nos gusta llamar el “GACH climático” para comprender mejor su importancia- y toma sus informes científicos como “el punto de referencia para las decisiones políticas”. Es la primera vez que este comité de expertos mundiales recibe un reconocimiento tan explícito; significa que los tomadores de decisiones valoran superlativamente la opinión de los científicos.

En cuanto a los logros alcanzados en la capital escocesa debemos destacar la intención de que en esta década, deberá conseguirse una reducción notoria -a gran escala- del uso de los combustibles fósiles. Si bien no plantea el fin del uso del carbón sí se propone lograr una reducción muy significativa de su uso como fuente energética. En el primer borrador se pedía la eliminación de las centrales de carbón pero, como era de esperar, se opusieron los grandes proveedores y usuarios de este hidrocarburo. Se logró acordar que en la declaración final se reclame una reducción progresiva en la utilización de este tipo de energía.

Concomitantemente con esa búsqueda de reducción de emisiones de CO2 a la atmósfera, se acordó poner fin a los subsidios que reciben los combustibles fósiles, algo que también se hará de manera gradual y sostenida.

En cuanto a las emisiones se acordó realizar los máximos esfuerzos colectivos posibles para que las emisiones de CO2 en 2030 sean un 45% menor que en 2010.

Es una meta concreta aceptada en esta conferencia, que había sido recomendada por el IPCC en la cumbre de 2018 pero resistida con mucha firmeza por países como Rusia, Arabia Saudita y EE.UU. Resulta muy auspicioso que tres años después, y con otra administración estadounidense, se avanzó en esa dirección tan crítica para luchar contra el calentamiento global.

Otro aspecto a mencionar es que los gobiernos admitieron estar fallado en la actual lucha climática y que, por lo tanto, deben aumentar los recortes de las emisiones en 2022. Nuevamente su referencia principal son los informes del IPCC.

También se avanzó en tratar de reducir las emisiones de metano; en negociar el fin de la fabricación de vehículos a combustión a partir de 2035; y en el compromiso de que los países ricos dupliquen sus aportaciones para ayudar en este terreno, a las naciones pobres a partir de 2025.

Está claro que hay que acelerar la marcha hacia la descarbonización, lo que implica tomar una decisión extrema para el mundo: abandonar el uso de combustibles fósiles a gran escala. Necesitamos más acciones que palabras.

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