Hebert Gatto
Hebert Gatto

Brasil, un país con división política

Luiz Inácio Lula Da Silva, el viejo líder de la izquierda, es el nuevo Presidente de Brasil.

Si bien triunfó por un margen escaso ello nada resta a su designación. Por su lado, con medias palabras, ambigüedades y eufemismos, Jair Bolsonaro, reconoció indirectamente el hecho y agradeció a sus 58 millones de votantes a los que prometió liderar afirmando que “la derecha surgió de verdad en (su) país” impulsando los valores conservadores de “Dios, Patria y Familia”. Una definición con resabios feudales, que su errática presidencia durante los últimos cuatro años, confirmó parcialmente. Si bien sus gruesos errores durante la pandemia le costaron la reelección, el haber obtenido importantes apoyos parlamentarios para él y sus aliados minimiza su derrota en un país de dos mitades. Sin formaciones políticas mediadoras que amortigüen la confrontación. En Brasil o se es lulista o se es bolsonarista. Un escenario con partidos y coaliciones institucionalmente débiles y una insalvable polarización personal entre sus líderes, que no augura tranquilidad.

Sin embargo, más allá de los insultos, no es tan claro, como se afirma, que izquierdas y derechas sean el sesgo ideológico que define esta división. El PT de Lula no es el mismo del 2002 donde podía acudir al repertorio de las definiciones clásicas, incluyendo al estatismo como la primera de ellas, en un partido que pretendía representar al proletariado como clase social.

Hoy con un PT debilitado el triunfo solo se hizo posible aliándose con otros diez partidos, algunos de centro izquierda, otros como el del Vicepresidente de centro derecha, y otros, directamente de derecha.

Tampoco es el mismo el discurso, contemporizador y abierto, que Lula utilizó durante la última campaña. Por eso, resulta más fértil caracterizar “la grieta brasileña” como una división entre un centro democrático y una derecha populista más radical en su discurso que en sus acciones durante su gestión. Sin perjuicio que en cada una de los campos enfrentados aparezcan grupúsculos radicalizados infiltrados en el conjunto.

Creo que en este tema se puede coincidir con Claudio Fantini, que constata que el Brasil se encuentra dividido entre los partidarios de la democracia clásica con inclinación social demócrata (Lula), y una derecha populista democrática, afiliada a “las mayorías mandan” y por consiguiente no liberal, sino claramente conservadora (Bolsonaro).

A esto puede agregarse que en contra de los antecedentes la corrupción, pese a su gravedad, no parece haber incidido como antes. Particularmente respecto a Lula, condenado por delitos vinculados con ella en un juicio posteriormente anulado por razones meramente procesales. Creo que dos particularidades relacionadas ayudan a explicar este fenómeno. La primera la reacción ante el abuso en la apelación al “gobierno de los jueces” para obstaculizar al ejecutivo y las crecientes dudas -ya presente en el despido de Dilma Rouseff- respecto a la Justicia como poder independiente. La otra singularidad refiere a la superación de la contradicción entre la separación de poderes y un poder judicial probablemente politizado, que debilitando esta separación, condenó y luego perdonó a Lula. Un fenómeno de erosión de este principio, creciente en latinoamérica, que aquí el electorado norteño minimizó.

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