Hebert Gatto
Hebert Gatto

América, la doliente

Nuestro continente está tan debilitado, tan vencido en sus cimientos que uno teme se hunda en las profundidades llevándose a sus constituciones, sus partidos, sus líderes y a todo un sistema político incapaz de dar respuesta a sus acuciantes problemas.

Pero también a una ciudadanía inocente de sus desgracias. Quizás con la esperanza que un caudaloso baño de mar y una fuerte inyección de sal atlántica, pueda generar el milagro de un nuevo comienzo, un despertar sin pesadillas que lave la corrupción, el apetito de poder, la irresponsabilidad centenaria de una clase política día a día más incompetente.

Cuando esto escribimos en Perú el Congreso acaba de decretar un golpe contra el golpe, una destitución del Presidente Pedro Castillo, un incapaz campesino, desde sus comienzos políticos oculto en su vasto sombrero de ala ancha bajo el cual ocultaba su permanente desconcierto, su incapacidad para conciliar un apoyo partidario mínimo que le permitiera gobernar. Sin olvidar que fue electo en segunda vuelta por una mayoría popular nada despreciable y que la izquierda continental lo incluyó como una de sus mejores apuestas para el rescate de su país sumergido en el abismo de la corrupción. Tanto que algunos teóricos de ella, llegaran a compararlo con un nuevo Mariategui, capaz de renovarla.

Mientras en México, Andrés López Obrador, el inefable Lenin de Centro América, haya acusado a “las élites económicas y políticas” de haberlo sustituído, similar a lo declarado por el primer mandatario de Bolivia, otro de los “progre”, quien acusó el “constante hostigamiento de élites antidemocráticas contra gobiernos progresistas”.

La caída de Castillo, actualmente con un 70% de desaprobación popular, acaece a 30 años del exitoso autogolpe del dictador Alberto Fujimori (1990/2000), destituído en este último año. Posteriormente el Congreso forzó la salida de Pedro Pablo Kuczynski en 2018 y Martín Vizcarra hace dos años. Castillo estaba acusado de presidir una asociación delictiva que repartía contratos públicos a cambio de dinero.

Seis Presidentes en cuatro años (incluyendo a los efímeros Manuel Merino, Pedro Sagasti y ahora a Dina Boluarte) son la evidencia de la inestabilidad de un sistema político y de una estructura de partidos incapaz de sobrevivir en un país, donde viven 32 millones de habitantes que no consiguen autogobernarse.

Mientras Brasil, el otro gigante, espera por su nuevo Presidente, seguimos ignorando si se trata de un líder popular capaz de guiar a su patria a un destino venturoso, o el representante de un grupo mafioso, abocado a prácticas corruptas. Una duda, que pensando en términos objetivos, nadie puede evacuar, particularmente si consideramos que Lula fue blanquado por razones puramente formales, totalmente ajenas al fondo de su acusación. Al igual que no podemos saber, aunque existan indicios bastante determinantes. si Cristina Kirchner y parte de su séquito son o no culpables del delito por el que fuera condenada por los jueces de su nación. Lo que sí sabemos es que la condenada, emite pavorosas acusaciones contra el mismo poder judicial del país donde ella ejerce la vicepresidencia. Una conducta que en nada favorece a la democracia y la separación de poderes. Así está América, esperando una reacción que nunca llega.

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