Gina Montaner
Gina Montaner

Lo que Putin no puede invadir

El presidente ruso Vladimir Putin libra una guerra de nervios con Occidente mientras deshoja la margarita de su vocación imperialista.

En el tira y afloja, con Ucrania rodeada de tropas rusas y bajo inminente amenaza de invasión, la atención se centra en un posible conflicto internacional.

Se trata de una gran oportunidad para endurecer la sistemática violación a los derechos humanos que el Kremlin inflige a la oposición, a sabiendas de que los medios y la opinión pública están más pendientes de las gestiones diplomáticas contrarreloj, los vaivenes de la Bolsa y del precio del crudo por esta nueva bravata de Putin.

Mientras todo parecía indicar que las avenidas de la diplomacia se cerraban, con conversaciones tensas entre el presidente Joe Biden y el líder ruso, así como reuniones con homólogos como el francés Emmanuel Macron y el alemán Olaf Scholz, quien, por cierto, se reunió con activistas en Moscú, el opositor al que más teme Putin, Alexey Navalny, volvía a presentarse ante un tribunal.

Desde su retorno a Moscú hace algo más de un año, Navalny permanece encarcelado y aislado en una colonia penal a unas cuatro horas de la capital rusa. El reconocido disidente cumple una condena de tres años y medio por supuestos cargos de fraude. Irónicamente, su organización se ha dedicado a denunciar la corrupción y enriquecimiento ilícito de Putin y como respuesta desde el principio el Kremlin lo declaró enemigo número uno.

Fue osado Navalny al atreverse a regresar después de haber sido víctima de un intento de envenenamiento en Alemania, donde se había refugiado huyendo del acoso de los servicios de inteligencia rusos, conocidos por sus tácticas mortíferas con agentes químicos como el Novichok para deshacerse de los opositores. En cuanto puso un pie en su país natal, el sistema judicial armó un caso en su contra. Putin no oculta su deseo de ser emperador con ganas de engullir territorios vecinos y quienes se oponen a él están más huérfanos que nunca.

A principios de mes la revista Time consiguió entrevistarlo por medio de misivas. En su intercambio desde una celda Navalny opinaba que Occidente tiende a caer en las trampas que Putin le tiende, llevando a los líderes de las naciones libres al terreno en el que se siente a gusto: lanzar exigencias a sabiendas de que no son aceptables y elevar la tensión, provocando reuniones y negociaciones de emergencia bajo la amenaza de que habrá represalias y sanciones. De la escalada pasa a la desescalada y las sanciones se dejan de lado cuando la tirantez afloja. A juicio del opositor, Putin desearía revivir los acuerdos de Yalta y la atmósfera de la Guerra Fría. Navalny y otros activistas encarcelados corren el peligro de ser eliminados y están en manos de un gobernante corrupto y desalmado. Cuando se reunió con Putin en Moscú, Macron se negó a que las autoridades rusas le hicieran una prueba de PCR como medida de prevención contra el Covid 19 antes del encuentro. El francés tenía el temor de que los servicios de inteligencia obtuvieran información de su ADN. Ese es el nivel de cautela que se debe tener frente a tan siniestro personaje.

La suerte de los prisioneros políticos en Rusia se disipa en el proceloso tablero de la geopolítica.

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