Gina Montaner
Gina Montaner

El dictador radiactivo

Las negociaciones continúan desde que Rusia invadiera Ucrania hace más de un mes. Hay días en las que las informaciones se presentan más alentadoras y otros en los que los supuestos avances parecen estancarse.

En este sangriento avispero que Putin ha desatado en su afán por erigirse como un autócrata con vocación imperialista, la diplomacia, que es la estrategia de la oportunidad, se ha tropezado con las malas mañas del gobernante ruso, un avezado manipulador que mientras dice una cosa hace otra. De ahí lo difícil que resulta realizar movimientos en un tablero que el Kremlin mina con trampas y operativos.

Washington y la Unión Europea no dudan en imponer sanciones severas al invasor y evitan cruzar la línea roja de una escalada que nos podría acercar al abismo de un enfrentamiento nuclear, pero Moscú emite señales equívocas: dice que va a haber una retirada de tropas en la zona de Kiev pero sólo repliega un 20% de su fuerza y continúa bombardeando el sur mientras asegura que su interés primordial es controlar la región del Donbás. Por momentos todo parece indicar que, en efecto, a la vista de las dificultades de una invasión que se anticipaba aniquilaría al país ocupado en cuestión de días, el Kremlin se ha visto obligado a replantearse su plan de ofensiva.

Sin embargo, el Pentágono no se fía de este giro y sospecha que podría tratarse de una reorganización de las fuerzas militares, pero siempre con el objetivo final de conquistar Kiev y acabar con la resistencia que el presidente ucraniano Volodomir Zelenski lidera con la pericia de un David ágil frente a un Goliat más torpe de lo esperado. De hecho, el ejército ruso se ha destapado en esta guerra como anticuado y pobremente equipado.

El mandatario ruso parece funcionar como un reyezuelo rodeado de un coro que complace sin rechistar sus órdenes, por crueles y desatinadas que éstas sean. Según filtraciones sus asesores más cercanos podrían no facilitarle las malas noticias que llegan del frente, cegando a un emperador que podría estar más desnudo de lo que aparenta.

Tampoco debe sorprender que su entorno y los militares que han de cumplir sus deseos expansionistas se cuiden mucho de contrariar a este ex funcionario de la KGB, que donde mejor navega es en las aguas del juego sucio. Sabedores de que enemigos y opositores han sido víctimas de envenenamientos con agentes químicos o han acabado encarcelados, su círculo anda de puntillas antes que acabar muerto o en el Gulag. No es casualidad que en las negociaciones que se conducen con Turquía como principal país anfitrión, tanto los negociadores ucranianos como los rusos se presentan a los encuentros rodeados de fuertes medidas de seguridad, temerosos de que la mano alargada de la línea dura de Moscú esté presente en forma de letales agentes químicos.

Esta invasión ha dejado al descubierto que el líder ruso es un dictador anclado en el pasado y al frente de una potencia herrumbrosa. Pero en esta debacle se puede llevar por delante a muchos, incluso a sus propios soldados, a quienes conminó a tomar Chernóbil desprovistos de protección contra la radiación. Los empleados que estaban custodiando la central, que fue epicentro de un desastre nuclear en 1986, han calificado el hecho de “suicida”. Putin es tan radiactivo como el Bosque Rojo de la zona a donde envió a sus hombres como carne de cañón.

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