Felipe Paullier
Felipe Paullier

La retórica del blanco y negro

La última semana terminó, en lo político, con una noticia de esas agridulces.

Luego de recibir un sinfín de críticas por haber dicho que si no se aplazaba la fecha para entregar las firmas contra la LUC se generarían “aglomeraciones” en los barrios, Rafael Michelini fue removido por el Frente Amplio como secretario político de la fuerza.

Agridulce porque, si bien es muy positivo que el Frente Amplio haya marcado diferencias con las barbaridades que declaró el exsenador Michelini, es terrible que el tono del debate nos haya llevado a que una figura de su envergadura y tan representativa de esa fuerza política haya marcado una posición así en la agenda pública.

Si bien las disculpas son siempre bienvenidas y la autocrítica es algo necesario en la actividad política, las cicatrices de cada una de estas heridas quedan y, en particular, las brechas se acentúan.

Esta etapa de la pandemia, la de mayor tensión a nivel sanitario y por ende la que nos necesita más juntos, nos agarra en un estado de alerta máximo, dispuestos a confrontar con el primero que nos mira distinto.

Las redes sociales terminan siendo reflejo, aunque en algunos debates también causa, de esta dañina polarización en la que todos, con mayor o menor intensidad, estamos cayendo. Particularmente lo vemos en Twitter, esa red social de los 140 caracteres, en la que parece que hay que elegir primero un bando para después poder comunicar y opinar de las cosas que pasan.

De hecho, en estos días fue viral el mensaje de la alcadesa de Barcelona Ada Colau, anunciando su despedida de esta red. Más allá de las consideraciones políticas sobre la persona, su mensaje es plenamente compartible y un llamado a la reflexión sobre el uso que hacemos de esta herramienta.

Colau se despedía con el siguiente mensaje: “Me he da-do cuenta de que yo también soy mejor persona fuera de Twitter; que aunque inicialmente no quieras, en Twitter es muy fácil acabar entrando en discusiones y peleas con adversarios políticos. En estos momentos, con una crisis sanitaria y económica sin precedentes, hay que alejarse lo máximo posible del ruido y la confrontación estéril”.

Aunque se quieran buscar explicaciones fáciles, la realidad que nos toca vivir es bastante más compleja. El ascenso de casos en el país no responde a una única causa ni tampoco son tan simples las acciones para aplanar la curva. No todo lo que hace el gobierno es horrible ni todo lo que reclaman voces opositoras es desestabilizador.

Me quedo con una reflexión “prestada”, del economista Agustín Iturralde, en una de sus intervenciones en La Tertulia de En Perspectiva hace algunos días. El director ejecutivo del CED hacía un llamado a discutir con la mejor versión de nuestros adversarios. Para todos, seguramente sea más fácil confrontar con aquella versión o declaración ridícula, que nos permite mostrar la grieta y hablarle a “la barra”.

Iturralde nos invitaba a dialogar con esa versión mucho más real de nuestro adversario, que seguramente nos implique un desafío intelectual mayor y que nos dificulte más mostrar los matices, pero que sin dudas contribuye mucho más al diálogo social y al encuentro de soluciones.

Cambiar la retórica del blanco y negro es posible. La verdadera unidad, esa que pone el interés colectivo antes que el particular, debe encontrarnos también aceptando los aciertos del adversario y no solo marcando sus diferencias.

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