EL PAIS

La sangría demográfica

Algunas crisis no acaban nunca.

Portugal sufrió, junto a los países del sur de Europa, un zarpazo brutal en 2011, cuando pidió un rescate de 78.000 millones de euros a Bruselas. A la crisis de la deuda soberana se añadió la crisis de la austeridad impuesta por los dueños del dinero prestado (Comisión Europea, Fondo Monetario Internacional y Banco Central Europeo). La troika se fue, el país se normalizó y llegaron nuevas e impensables emergencias (el coronavirus y la guerra en Ucrania), pero los efectos de la crisis del euro han regresado con crudeza de la mano de los datos del censo que elabora cada década el Instituto Nacional de Estadística: los 10,34 millones de habitantes de Portugal son un paso atrás demográfico. El país ha sufrido un retroceso por segunda vez desde que en 1864 comenzó a computarse a la población. Según datos de la ONU, los emigrantes portugueses asentados en otros países superaban los dos millones en 2020, la cifra más alta de los últimos tres decenios.

La década que va entre 2011 y 2021 es ya tan sombría para los portugueses como la de los años sesenta del siglo XX. Si entonces la población retrocedió un 2,54%, ahora se ha perdido un 2,1%. Otras comparaciones son más preocupantes. Si entonces había casi tres menores de 14 años por cada mayor de 65, ahora los mayores casi doblan a los menores. Si entonces huían de la pobreza generaciones poco formadas en los que el Estado nada había invertido, ahora se van jóvenes con títulos universitarios bajo el brazo (el 11% de los emigrados en 2015). Si antes los portugueses se iban con la idea de volver, ahora los más formados apuestan por desarrollar su proyecto de vida en su país de acogida, según constató una investigación impulsada por el Observatorio de la Emigración.

“Entre 2008 y 2015 han salido un millón de personas del país y una buena parte no ha regresado”, señala Pedro Góis, sociólogo e investigador de la Universidad de Coimbra. “El número de salidas fue similar en los países del sur de Europa castigados por la crisis, como Italia o España, pero el impacto es mayor en los que cuentan con menor población como Portugal o Grecia”, explica.

El Censo ha sorprendido y alarmado a los especialistas más que a los políticos. Portugal es ya el tercer país del mundo, detrás de Japón e Italia, con el índice de envejecimiento más elevado: los mayores de 65 años representan ahora el 23,4% frente al 12,9% de los menores de 14 años.

Se ha ganado esperanza de vida y se ha perdido recambio generacional. Las mujeres portuguesas tienen menos hijos (1,4 de media, según la tasa de fertilidad de 2020), en una tendencia común a otros países occidentales. La caída de la natalidad, sin embargo, se agravó por la masiva emigración de mujeres jóvenes. En el último decenio, la pirámide de población sitúa el principal retroceso demográfico femenino entre los 25 y 39 años. Lo que está a la vuelta de la esquina no invita a la esperanza. Dos datos para el pesimismo estrechamente relacionados figuran en una encuesta realizada en 2020 por la Fundación Francisco Manuel dos Santos entre jóvenes de 15 a 34 años: el 72% ganaba menos de 950 euros netos al mes en Portugal y un 30% pensaba emigrar.

En el mercado de trabajo se acusa el cambio demográfico. “Por cada 100 individuos que salen, solo ingresan 76″, destaca el Instituto Nacional de Estadística. “Entre 2011 y 2021 se ha agravado la sostenibilidad y el rejuvenecimiento de la población activa”, añaden en su informe.

Si las cifras demográficas no son más críticas, es gracias a una paradoja. Los portugueses buscan fuera las oportunidades que no encuentran dentro (una sociedad de bajos salarios y elevado coste de vida), al mismo tiempo que los extranjeros se instalan en ciudades lusas, atraídos en unos casos por ventajas fiscales y por la demanda de mano de obra en otros. “Sin los inmigrantes la pirámide de población sería incluso más desequilibrada entre la población activa”, resalta Pedro Góis, especialista en migraciones. “Una parte de los nacidos son de madres extranjeras, necesitamos tener políticas para estabilizar a esta población. Mi duda es si estas personas se quedarán en el país o si solo alimentan el mercado de trabajo. Políticamente, tiene que darse el paso de integración de los inmigrantes para que se queden. La demografía ha cambiado radicalmente en las últimas tres décadas, pero las políticas no lo han hecho”, reflexiona.

En 2021 residían en el país 542.314 extranjeros, el 5,2% de la población. Un alza notable frente al 3,7% de 2011, aunque lejos de Alemania, Francia o Italia, que superan el 10%. Las comunidades más presentes proceden de antiguas colonias como Brasil, Angola o Cabo Verde, seguidos de Reino Unido. “Sin los extranjeros, todo el país estaría en una situación de suicidio demográfico, como ya ocurre en algunas regiones del interior”, advierte João Peixoto, catedrático del Instituto Superior de Economía y Gestión, en Expresso.

En el siglo XXI se está agudizando el despoblamiento de una gran parte del país y la concentración en la fachada litoral.

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