Diego Fischer
Diego Fischer

Una reina que se hartó

Hartazgo, es la palabra que define hoy el estado de ánimo de la mayoría de los argentinos.

Un viaje, por motivos profesionales por Buenos Aires, me permitió apreciar de primera mano cómo viven hoy los porteños con una inflación que no se registraba desde hace tres décadas y una economía en una constante tempestad. Muchos sostienen que padecen aún las consecuencias de la pandemia que los mantuvo encerrados en sus casas durante nueve meses consecutivos.

Inundada de turistas europeos y norteamericanos (los uruguayos arriban en tropel a partir de los jueves), los hoteles, con su capacidad colmada, y las tiendas y comercios llenas de visitantes extranjeros, dan un respiro ante una población que restringe sus gastos permanentemente. Los extranjeros, aprovechan la diferencia cambiaria para pasear por la Reina del Plata, ciudad que sigue deslumbrando y también para hacer compras. Aunque no siempre consiguen los artículos de industria argentina que pretenden adquirir y aún menos productos importados.

“Cuando no falta la suela, falta el pegamento, que son importados”, sostuvo el encargado de una conocida zapatería de la avenida Santa Fe, otrora con sus estanterías repletas de diferentes modelos de calzado de cuero argentino. “Es muy difícil trabajar sin mercadería, los turistas y clientes de años vienen y se marchan sin poder comprar”, aseveró. Es que las dificultades y trabas para importar insumos tiene paralizada a la industria local.

La pandemia parece haber cambiado muchas cosas en el vecino país, y la inflación con su consecuente caída del poder adquisitivo de su gente ha crispado el ánimo de los porteños.

“En la Argentina de hoy no hay precios”, me dijo el gerente de una conocida editorial nacional. Y a manera de ejemplo indicó: “una comida en un restorán de categoría puede salir U$S 20 por persona, mandar al lavadero una camisa cuesta U$S 2. No existe relación”. El hombre que tiene algo más de 50 años, comparó la situación actual de su país, “con el clima que se vivía en los meses previos a la crisis de 2001”.

No obstante, Buenos Aires intenta disimular sus frustraciones y la angustia de una situación económica que parece estar siempre a punto de tocar fondo, pero ese fondo parece no existir. Sus teatros están siempre llenos y, en muchos casos, las localidades se agotan con dos semanas de anticipación. Los restoranes se ven colmados al mediodía y por las noches en las zonas más caras como Recoleta, Puerto Madero o Palermo, se ve gente haciendo fila esperando encontrar una mesa. Como en Montevideo, hay mucha gente durmiendo en la calle y -a veces- se trata de mujeres con niños.

El jueves habló la vicepresidenta Cristina Kirchner en La Plata, ese día se cumplían cincuenta años del regreso de Perón a la Argentina. Su discurso fue tema de conversación con el taxista que me llevó ayer de mañana al puerto. O mejor dicho fue el monólogo que el chofer pronunció. No puedo escribir aquí, por respeto a los lectores, las expresiones que empleó, su bronca iba en aumento a medida que repetía algunas afirmaciones de la ex presidenta. A mí me quedó resonando una frase de su discurso: “Podemos volver a hacer una gran Argentina, porque una vez lo hicimos”. ¡Qué los argentinos ni Dios lo permitan!

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