Claudio Fantini
Claudio Fantini

La voz de la oscuridad

Diderot calculó que hay sólo un paso de distancia entre el fanatismo y la barbarie.

Si aquel lúcido enciclopedista también hubiera calculado la distancia entre el fanatismo y el absurdo, habría llegado a la conclusión de que están en el mismo espacio. Se superponen.

No toda posición absurda implica fanatismo, pero todo fanatismo es necesariamente absurdo. Lo prueba el edicto religioso promulgado por Ruhollah Jomeini en 1989 exhortando a todos los musulmanes del mundo a asesinar a Salman Rushdie. También lo prueba que haya gente dispuesta a creer que si ejecuta el crimen ordenado por el fundador de la teocracia persa, Alá lo colmará de gloria por el resto de la eternidad.

Irracionalidad y fanatismo religioso son posiciones siamesas. El fanatismo es enemigo de la razón y se expresa mediante el absurdo y la brutalidad. Lo probó el joven de ascendencia libanesa chiita que intentó ejecutar la fatwa de Jomeini. Y lo corroboró el insólito pronunciamiento del régimen iraní respecto al sangriento ataque que sufrió el autor de Los Versos Satánicos, la novela estigmatizada por el ayatola Jomeini como un acto blasfemo y abominable.

Fue una reacción inconcebible. A renglón seguido de negar “categóricamente” cualquier vinculación con Hadi Matar, el autor del atentado, el régimen iraní dijo que “en este ataque sólo Salman Rushdie y sus partidarios merecen ser culpados e incluso condenados”.

Parece una broma de humor negro. La víctima de un brutal atentado es la culpable. En el desopilante razonamiento expuesto por Naser Kanani, portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores de la República Islámica de Irán, Rushdie es incluso más culpable que el criminal que lo apuñaló. Según lo expresado por el régimen, lanzar quince puñaladas al escritor no hace culpable a Hadi Matar, sino a la víctima inerme de ese joven fanático y sanguinario. Como si apuñalar a un hombre mayor y desarmado, sea una consecuencia lógica de un libro al que un líder religioso consideró ofensivo.

El comunicado oficial que hizo el régimen a través de su Cancillería no deja dudas de que, desde su perspectiva, el culpable no es el atacante si no el atacado. En sus pocos párrafos, el pronunciamiento oficial ni siquiera menciona al joven de simpatías por Hezbola y por la Guardia Revolucionaria iraní.

“Insultando los asuntos sagrados del Islam y cruzando las líneas rojas de más de 1500 millones de musulmanes… Salman Rushdie se expuso a la ira y a la rabia de la gente”, dice el comunicado del régimen, en lo que constituye el argumento de la acusación que lanzó sobre la víctima. Una reacción lunática; en especial por tratarse de la respuesta oficial a las muchas insinuaciones de que el atacante de Salman Rushdie podría haber actuado bajo el influjo del régimen del que salió, en 1989, la fatwa que lo condenó a ser asesinado por el musulmán que lo cruce en su camino.

No fue el gobierno ni el Estado de Irán los que dictaron el fallo religioso, sino su máximo líder y fundador. Pero la teocracia persa jamás exhortó a los musulmanes a no cumplir la orden de Jomeini. Tampoco repudió los atentados y asesinatos perpetrados contra los editores y los traductores del libro. Y al producirse el primer ataque directo contra el prolífico escritor indo-británico, el poder oscurantista que impera sobre los iraníes hizo algo peor: justificó plenamente el sangriento atentado de tal manera que alienta a más jóvenes fanáticos a lanzarse contra Rushdie.

De ese modo, la Cancillería iraní demostró pensar igual que el diario Kayhan, uno de los principales medios de la prensa ultra-oficialista. Kayhan describió al atacante como “ese hombre valiente y consciente del deber que atacó al apóstata y vicioso Salman Rushdie”.

El diario que refleja la posición de la cúpula religiosa del régimen planteó de manera explícita lo que el vocero del gobierno planteó de manera implícita: el elogio del acto criminal y de su autor.

El comunicado oficial del estado iraní resulta inconcebible, porque justifica ampliamente el criminal ataque lanzado contra el escritor indo-británico. Incursionando de lleno en el absurdo, el régimen emite un pronunciamiento para negar “categóricamente” tener algún tipo de relación con un intento de magnicidio que, en las mismas líneas, justifica con tanta vehemencia que alienta nuevos atentados.

Si a través de su Cancillería y del diario oficialista, el régimen de los ayatolas está diciendo que el único culpable del apuñalamiento a Salman Rushdie es el propio Salman Rushdie, y describiendo al agresor como un “hombre valiente y consciente del deber”, lo que en realidad está haciendo es exhortar a que haya más “hombres valientes y conscientes del deber” que ataquen al “apóstata y vicioso” autor de la novela que ofendió al Islam.
De tal modo, una vez más, el sombrío poder que engendró Jomeini y desde su muerte encabeza el ayatola Alí Jamenei, dio el paso fatídico del que habló el lúcido Denís Diderot.

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