Claudio Fantini
Claudio Fantini

Tres islas, tres naufragios

Tres océanos, tres islas, tres naufragios. Escenas ocurridas en el mismo puñado de horas, con distinta intensidad de dramatismo y por razones diferentes.

En Japón, un hombre mató a balazos al ex primer ministro que imprimió un giro nacionalista a la política de su país al impulsar el rearme militar. En Gran Bretaña, un grupo de hombres derribó del liderazgo partidario al primer ministro que concretó la aventura nacionalista del Brexit, iniciando su caída de la jefatura del gobierno. Y en Sari Lanka, una multitud de hombres invadió el palacio presidencial poniendo en fuga a un mandatario ultranacionalista cuya incapacidad agravó hasta los umbrales del hambre el colapso económico que comenzó con la pandemia y un descomunal endeudamiento con China.

El británico Boris Johnson y el cingalés Gotabhaya Rajapaksa son responsables de sus respectivos naufragios. Pero el caso japonés es diferente. Aparentemente, a Shinzo Abe lo mató el desequilibrio mental o emocional de su victimario. El ex primer ministro no tendría responsabilidad alguna en el atentado que le costó la vida.

Había sido primer ministro entre 2006 y 2007, pero el giro nacionalista se dio en sus mandatos entre el 2012 y el 2020. En esas gestiones profundizó el rumbo iniciado por su antecesor y correligionario en el PLD (Partido Liberal Democrático), Junichiro Koizumi. Ambos visitaron el templo de Yasukuni, que venera a los millones de combatientes muertos en las guerras que libró Japón desde 1869.

Cuando un gobernante nipón visita ese templo sintoísta, se producen quejas diplomáticas y protestas frente a las embajadas japonesas en Seúl, Pekín, Manila y Rangún porque, entre los guerreros honrados en Yasukuni, miles fueron brutales criminales de guerra que cometieron estragos durante las ocupaciones de la península coreana, Filipinas, Birmania y Manchuria, territorio chino al que convirtió en la provincia del Manchukuo.

Para el sintoísmo, la culpa por los crímenes y pecados queda en la persona humana, pero el “kami” (alma) permanece puro. Y lo que venera Yasukuni es el alma de los guerreros, disociándolos de sus crímenes.

De todos modos, no es por esa razón religiosa que Koizumi y Abe visitaron el controversial templo. No eran ultranacionalista ni practicaban fanatismo alguno, pero propiciaron un nacionalismo atemperado con el objetivo de reformar la Constitución para remover el impedimento de tener fuerzas armadas poderosas.

Shinzo Abe consideraba necesario el rearme japonés para afrontar la hostilidad creciente por la que mantuvo una tensa pulseada con China por las islas Senkaku, con Rusia para recuperar el archipiélago de las Kuriles y con Corea del Norte por las pruebas misilísticas en espacio aéreo y en aguas de Japón que realiza el régimen norcoreano.

Boris Johnson fue el líder tory que arrebató la bandera del Brexit a su impulsor inicial: el ultranacionalista Nigel Farage. Con esa bandera le ganó a David Cameron la pulseada Brexit Vs. Remain y, a renglón seguido, venció con su “hard Brexit” el esfuerzo de Theresa May por un “soft Brexit”, responsablemente acordado con Bruselas.

Alexander Boris De Pfeffel Johnson, un personaje exótico para el escenario político británico, no tardó en mostrar que no había superados dos antiguos vicios: la irresponsabilidad y la mentira.

Con una vida personal tan caótica como su pelo, en sus antecedentes está el despido del diario The Times por mentir en sus columnas de opinión inventando citas inexistentes. También un desplazamiento de la cúpula del Partido Conservador por mentir sobre una relación extramatrimonial. Por eso no debía sorprender que mintiera negando las irresponsables fiestas realizadas en el 10 de Downing Street durante la pandemia. Debido a esos estropicios, los tories terminaron bajándole el pulgar.

Al presidente de Sri Lanka le bajó el pulgar una masa de indignados que asaltó el palacio. El presidente que huyó despavorido había sido ministro de Defensa del anterior gobernante, su hermano Mahinda Rajapaksa.

Aquel gobierno ultranacionalista había tenido una victoria en la que Gotabhaya Rajapaksa fue protagonista: la guerra que diezmó a la guerrilla de la etnia tamil, originaria de la India, que llevaba décadas luchando por independizar la península de Jafna. Esa victoria lo ayudó ganar la siguiente elección presidencial.

Pero la ineptitud que mostró como presidente en el manejo de la economía, complicada por la pandemia, la deuda contraída con China y el bloqueo ruso de alimentos por la guerra en Ucrania, hundieron en el hambre al país que flota al sur de la India.

Las últimas imágenes de ese naufragio muestran a las multitudes furibundas invadiendo el palacio presidencial.

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