Claudio Fantini
Claudio Fantini

El strip poker argento

La sensación dominante en Argentina es que el presidente y la vicepresidente han estado jugando al Strip Póker, la versión del póker en la que los jugadores deben quitarse una prenda en cada mano que pierden.

 Para la percepción general, Alberto Fernández perdió todas las manos y su última derrota, que implicó la llegada de Sergio Massa con “súper-poderes” al gabinete, lo dejó totalmente desnudo.

Por cierto, el desembarco triunfal de Massa en el gobierno tiene el aspecto de quien asume la conducción apartando bruscamente del volante a un conductor ebrio. Y ese conductor despojado del volante, no tiene más alternativa que hacerse a un lado, humillado.

Es tan dantesca la imagen del presidente echando de sus puestos a Julián Domínguez y a Gustavo Béliz, además de traicionar la expectativa que había creado en Silvina Batakis, que lo muestra como el dueño total de la derrota. Sin embargo, la vicepresidenta también ha salido derrotada. Su único logro es hacer que Alberto aparezca como el único perdedor. Pero la última mano del strip poker argento también desnudó en Cristina la falta de ideas y de dirigentes que generen confianza en los mercados y en la sociedad.

La derrota de la vicepresidenta es no poder designar a alguien que represente al kirchnerismo y ejecute la idea económica que, se supone, expresa su posición. Viene mostrando la desnudez dirigencial del kirchnerismo desde el 2015. Para la elección presidencial de ese año, Cristina tuvo que postular a Daniel Scioli, un “Zelig” de la política en quien lo único que permanece inmutable es su esencia menemista.

Por entonces, aunque por poco, ya eran mayoría los argentinos que no querían a la viuda de Néstor Kirchner en el escenario del poder.

En la siguiente elección presidencial, el fracaso del gobierno de Macri no alcanzó para que ella pueda encabezar una fórmula. Y esta vez, como ya no alcanzaba como carnada un menemista amigable, tuvo que postular a quien más la había denostado y acusado de corrupción y traiciones.

Que Alberto Fernández sea el presidente es una prueba de la paradójica impotencia de la líder con más adherentes en Argentina.

Si el kirchnerismo tuviese dirigentes con alta aprobación y fuese creíble como visión económica, no hubiera sido Sergio Massa el que sacó del volante a Alberto Fernández para conducir el tramo que queda de gobierno. Cristina no tuvo a nadie que la exprese a ella y a su sector político para entregarle el último vestigio de poder que le quedaba a Alberto.

Si creyera en las ideas económicas que dice representar, hubiera sacado a Axel Kicillof de la gobernación de Buenos Aires para ponerlo al frente del súper-ministerio económico que le dieron a Massa. Si no lo hizo es porque sabe que tal nominación habría acelerado el cataclismo y también sabe que Kicillof, igual que ella, no tiene la menor idea sobre cómo manejar la economía en las actuales circunstancias.

Si la vicepresidenta y su sector político no estuviesen derrotados, podría encumbrar a su hijo, Máximo Kirchner, o al dirigente de La Cámpora Andrés Larroque. Pero ni siquiera puede empoderar a Wado De Pedro, quien por su personalidad resulta más aceptable que el resto de la dirigencia camporista.

El sector que no puede candidatear a sus líderes a la presidencia porque el rechazo es abrumadoramente superior a la aceptación, ahora deja a la vista que tampoco puede colocar a ninguno de los suyos en los puestos de comando del gobierno que encabeza formalmente el presidente. Cristina y sus artilleros dispararon a mansalva sobre Santiago Cafiero para derribarlo de la Jefatura de Gabinete, pero cuando lo consiguieron no pudieron poner a ninguno de los propios, debiendo conformarse con aceptar a Juan Manzur.

Lo mismo ocurrió con Matías Kulfas. Cristina lo bombardeó hasta derribarlo del Ministerio de la Producción, pero debió aceptar que asumiera en su reemplazo el conservador Daniel Scioli. La historia se repitió con Martín Guzmán. Y mientras escuchaba a Silvina Batakis anunciar ajustes y explicarlos con argumentos que suenan ortodoxos, debió aceptar lo que por naturaleza rechaza y Néstor Kirchner expresaba diciendo que él era su propio ministro de Economía: la designación de un súper-ministro que conducirá el gobierno desde el área económica.
Para colmo ese súper-ministro es el otro dirigente que más la había atacado y quien la derrotó en una elección legislativa crucial para el proyecto “Cristina eterna”: Sergio Massa.

Lo único que preservó es el gatillo con que acribilló la gestión de Guzmán. Los funcionarios kirchneristas que manejan el área de energía fueron los causantes del último sacudón financiero. Y seguirán en sus lugares porque son la bomba a control remoto con que Cristina mantiene el poder de destruir gestiones.

Lo que ya no tiene es poder para construir. Pero la impotencia de Alberto Fernández es tan evidente y patética que a Cristina Kirchner le sirve para ocultar su propia impotencia.

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