Claudio Fantini
Claudio Fantini

La “era Petro”

En un país que inició el siglo XX con la “Guerra de los Mil Días” y en la segunda mitad de la centuria vio multiplicarse ejércitos y superponerse conflictos hasta hundirse.

A mediados de la década del noventa, en la fase más letal de la conflagración interna, proponerse alcanzar la pacificación “total” resulta un objetivo tan ambicioso como necesario.

Esa es una de las grandes promesas que hizo Gustavo Petro y que se comprometió a cumplir al asumir la presidencia de Colombia. No va a ser fácil acordar el desarme total del ELN (Ejército de Liberación Nacional). A diferencia de las FARC, que tenía una estructura de mando vertical y centralizada, la guerrilla de inspiración castrista que se formó en 1964 y tuvo líderes célebres como el sacerdote Camilo Torres, tiene muchas cabezas a las que les cuesta mucho ponerse de acuerdo entre sí.

Eso frustró las negociaciones del gobierno de Juan Manuel Santos con el ELN que se desarrollaron en La Habana y podría frustrar también el esfuerzo del gobierno de Petro. Pero el primer presidente izquierdista de Colombia asumió ese desafío.

Tampoco le será fácil acordar con la disidencia de las FARC que retomó las armas y mucho menos acordar el desarme del poderoso Clan del Golfo, la organización militarizada que trafica cocaína hacia el norte a través de la región bananera de Urabá y de la selva del Darién.

Parece una misión imposible, pero hay otro objetivo que fijó Petro y, de alcanzarse, podría ser la llave para la pacificación total. Ese objetivo es poner fin a la guerra contra la droga; un conflicto que lleva cuatro décadas y ya dejó un océano de sangre sin hacer menguar el poder del narcotráfico, que a la vez financia a las guerrillas y al paramilitarismo.

En Colombia suena utópico hablar de pacificación total, pero lo que la realidad confirma es que también ha sido utópico (o fallido) proponer un objetivo inalcanzable como vencer totalmente por las armas al narcotráfico y desmantelar completamente el poderío económico que financia a las maquinarias bélicas desde la década del ochenta.

Si la vía de la legalización funciona, no se acabará con las drogas, pero es posible que se acabe con los siniestros poderes fácticos que generan y financian las drogas.

Otra clave para que avance la pacificación que propone Petro, es que tenga menos oposición que el proceso negociador impulsado por el presidente Juan Manuel Santos.

Álvaro Uribe fue el más tenaz cuestionador de aquel proceso, al que finalmente logró frenar con la llegada a la presidencia de su delfín, Iván Duque. Pero el más radical de los conservadores colombianos se ha debilitado, según lo que mostraron las urnas en los últimos comicios.

Esa debilidad quizá le permita a Petro implementar la reforma tributaria apuntada a elevar el impuesto a los grandes patrimonios de los millonarios. Sin esa reforma no podrá financiar su plan de renta mínima para los sectores donde hay hambre, reduciendo al mismo tiempo el déficit de siete puntos que dejó Iván Duque.

El otro gran objetivo que algunos han empezado a atacar desde que lo anunció, es la conversión hacia “una economía sin carbón ni petróleo”. Por cierto, cuando empiece a implementar su política ecológica y, sobre todo, la reforma tributaria sin la cual serán inviables tanto su plan de “Futuro Verde” como la meta de erradicar la pobreza extrema, encontrará fuertes resistencias que hablarán de su pasado guerrillero.

En realidad, si bien Petro tuvo formación marxista, la guerrilla a la que perteneció, el Movimiento 19 de Abril (M-19), tuvo como particularidad levantar banderas de corte socialdemócrata. Y de esa insurgencia, que también cometió actos aborrecibles, surgieron figuras que negociaron la paz con el gobierno de Virgilio Barco en 1990, ocuparon importantes cargos con pragmatismo y defendiendo el Estado de Derecho. El mayor ejemplo es Antonio Navarro Wolff, ex miembro del M-19 que presidió la Asamblea Constituyente, fue ministro de Salud del gobierno centrista de César Gaviria y también gobernador del departamento Nariño.

Si Gustavo Petro sigue los pasos de Navarro Wolff, Colombia no corre el riesgo de experimentar con ideologismos dogmáticos, ni de caer en populismos insustentables y autoritarios, ni de asociarse con regímenes forajidos como los que imperan en Nicaragua y Venezuela. Los próximos meses darán señales de lo que será esta nueva era en Colombia. De momento, el cambio promete superar los males que todos los anteriores gobiernos colombianos han fracasado en erradicar.

Reportar error
Enviado
Error
Reportar error
Temas relacionados