Claudio Fantini
Claudio Fantini

La perversa ambigüedad

La república turca que creó Atatürk sobre los escombros del Imperio otomano, tenía una fachada de institucionalidad republicana.

Porque, por sobre los poderes del Estado de Derecho, estaba el poder militar con el mandato de intervenir para sacar de la presidencia y del Parlamento a quienes no considerasen adecuados para gobernar Turquía.

Ese modelo contrario a la democracia liberal es el que ha propuesto durante toda su larga vida política Jair Bolsonaro. Por eso, siendo presidente de un sistema liberal-demócrata, exhortó varias veces a los militares a intervenir contra el Poder Legislativo y contra el Poder Judicial.

A pesar de que su gabinete tiene casi tantos militares como los del régimen que inauguró el general Castelo Branco y concluyó el general Joao Figueredo, los militares no aceptaron sus invitaciones golpistas. Tampoco estarían aceptando ahora lo que el presidente derrotado por Lula les está proponiendo desde que concluyó el escrutinio.

Todo lo que está haciendo Bolsonaro induce a sospechar que intenta generar un levantamiento militar para destruir el proceso electoral.

Lo que debió hacer por responsabilidad institucional y porque no había ninguna denuncia ni duda sobre la transparencia de la votación y del escrutinio el mismo domingo a la noche, el presidente brasileño tardó casi dos días enteros en hacerlo: aparecer ante cámaras y micrófonos para reconocer el resultado. Y cuando apareció, en lugar de reconocer el resultado, lo que hizo fue leer una breve y oscura declaración sin reconocimiento explícito del resultado ni llamado a sus seguidores a aceptar el veredicto de las urnas.

Con perversa ambigüedad, Bolsonaro empezó felicitando a “los 50 millones de ciudadanos que me votaron” y a renglón seguido justificó las protestas que reclaman la “intervención federal” de las Fuerzas Armadas para evitar que “Lula asuma la presidencia”.

Justificó esas injustificadas protestas, que incluían más de cuatrocientos piquetes de camioneros cortando rutas en casi todo el país, al decir que eran la consecuencia entendible de la indignación provocada por “el injusto proceso electoral”.

Las frases que utilizó no sólo justifican las protestas sino que además las promueve, al considerarlas reacciones justificadas por un “injusto proceso”. Con la justificación aludida, lo que hizo el presidente fue descalificar el proceso electoral.

Aunque haya pedido a los manifestantes que no rompan nada porque “eso es lo que hace la izquierda”, la perversa ambigüedad de Bolsonaro está incitando a la rebelión masiva para impedir que se ejecute la consecuencia del resultado en las urnas: el traspaso del poder de Jair Bolsonaro a Lula da Silva.

Si la intención del presidente no fuese causar una rebelión derechista que genere el caos en el marco del cual se produzca la intervención militar, no habrían pasado casi 46 horas entre el final del escrutinio y la irresponsable y ambigua declaración. Ese prolongado silencio tensó la situación. Cada hora que pasaba sin que aparezca el presidente derrotado, aumentaba la tensión en las bases exacerbadas del oficialismo.

Igual que en las oportunidades en las que públicamente Bolsonaro exhortó al ejército a intervenir contra el Congreso y contra los jueces supremos, en los casi dos días de silencio posteriores al domingo electoral no hubo en las FF.AA. nadie dispuesto a seguir al presidente en su intentona golpista.

Esas eternas horas de mutismo en las que Bolsonaro habría estado intentando una sublevación militar, demostraron que muchos altos miembros de su gobierno y de su coalición política también son contrarios a la confabulación golpista del mandatario. Por eso el vicepresidente Hamilton Mourao reconoció el resultado y se comunicó con el vicepresidente electo Geraldo Alckmin para acordar la transición.

El goteo de legisladores y funcionarios oficialistas que aparecían reconociendo el resultado mientras su jefe guardaba un amenazante silencio, demuestra que el espacio político oficialista tampoco quiso sumarse a la conspiración de Bolsonaro. Incluso, esos pronunciamientos lo que hacían era presionar al presidente para que acepte el resultado y se comprometa a entregar el poder, como lo establece la ley.

Esa presión de sus propios funcionarios y legisladores lo obligó a hacer lo que no quería: aparecer en público pronunciándose sobre la elección del domingo y su resultado. No obstante, para no cerrar totalmente las puertas a la posibilidad de patear el tablero, hizo una declaración ambigua.

Mientras su gobierno reconocía el resultado y anunciaba la transición, él disparaba ese puñado de frases oscuras y confusas que parecen apuntadas a herir el traspaso del poder al ganador.

La república turca que creó Atatürk sobre los escombros del Imperio otomano, tenía una fachada de institucionalidad republicana porque, por sobre los poderes del Estado de Derecho, estaba el poder militar con el mandato de intervenir para sacar de la presidencia y del Parlamento a quienes no considerasen adecuados para gobernar Turquía.

Ese modelo contrario a la democracia liberal es el que ha propuesto durante toda su larga vida política Jair Bolsonaro. Por eso, siendo presidente de un sistema liberal-demócrata, exhortó varias veces a los militares a intervenir contra el Poder Legislativo y contra el Poder Judicial. A pesar de que su gabinete tiene casi tantos militares como los del régimen que inauguró el general Castelo Branco y concluyó el general Joao Figueredo, los militares no aceptaron sus invitaciones golpistas. Tampoco estarían aceptando ahora lo que el presidente derrotado por Lula les está proponiendo desde que concluyó el escrutinio.

Todo lo que está haciendo Bolsonaro induce a sospechar que intenta generar un levantamiento militar para destruir el proceso electoral.

Lo que debió hacer por responsabilidad institucional y porque no había ninguna denuncia ni duda sobre la transparencia de la votación y del escrutinio el mismo domingo a la noche, el presidente brasileño tardó casi dos días enteros en hacerlo: aparecer ante cámaras y micrófonos para reconocer el resultado. Y cuando apareció, en lugar de reconocer el resultado, lo que hizo fue leer una breve y oscura declaración sin reconocimiento explícito del resultado ni llamado a sus seguidores a aceptar el veredicto de las urnas.

Con perversa ambigüedad, Bolsonaro empezó felicitando a “los 50 millones de ciudadanos que me votaron” y a renglón seguido justificó las protestas que reclaman la “intervención federal” de las Fuerzas Armadas para evitar que “Lula asuma la presidencia”.

Justificó esas injustificadas protestas, que incluían más de cuatrocientos piquetes de camioneros cortando rutas en casi todo el país, al decir que eran la consecuencia entendible de la indignación provocada por “el injusto proceso electoral”.

Las frases que utilizó no sólo justifican las protestas sino que además las promueve, al considerarlas reacciones justificadas por un “injusto proceso”. Con la justificación aludida, lo que hizo el presidente fue descalificar el proceso electoral.

Aunque haya pedido a los manifestantes que no rompan nada porque “eso es lo que hace la izquierda”, la perversa ambigüedad de Bolsonaro está incitando a la rebelión masiva para impedir que se ejecute la consecuencia del resultado en las urnas: el traspaso del poder de Jair Bolsonaro a Lula da Silva.

Si la intención del presidente no fuese causar una rebelión derechista que genere el caos en el marco del cual se produzca la intervención militar, no habrían pasado casi 46 horas entre el final del escrutinio y la irresponsable y ambigua declaración. Ese prolongado silencio tensó la situación. Cada hora que pasaba sin que aparezca el presidente derrotado, aumentaba la tensión en las bases exacerbadas del oficialismo.

Igual que en las oportunidades en las que públicamente Bolsonaro exhortó al ejército a intervenir contra el Congreso y contra los jueces supremos, en los casi dos días de silencio posteriores al domingo electoral no hubo en las FF.AA. nadie dispuesto a seguir al presidente en su intentona golpista.

Esas eternas horas de mutismo en las que Bolsonaro habría estado intentando una sublevación militar, demostraron que muchos altos miembros de su gobierno y de su coalición política también son contrarios a la confabulación golpista del mandatario. Por eso el vicepresidente Hamilton Mourao reconoció el resultado y se comunicó con el vicepresidente electo Geraldo Alckmin para acordar la transición.

El goteo de legisladores y funcionarios oficialistas que aparecían reconociendo el resultado mientras su jefe guardaba un amenazante silencio, demuestra que el espacio político oficialista tampoco quiso sumarse a la conspiración de Bolsonaro. Incluso, esos pronunciamientos lo que hacían era presionar al presidente para que acepte el resultado y se comprometa a entregar el poder, como lo establece la ley.

Esa presión de sus propios funcionarios y legisladores lo obligó a hacer lo que no quería: aparecer en público pronunciándose sobre la elección del domingo y su resultado. No obstante, para no cerrar totalmente las puertas a la posibilidad de patear el tablero, hizo una declaración ambigua.

Mientras su gobierno reconocía el resultado y anunciaba la transición, él disparaba ese puñado de frases oscuras y confusas que parecen apuntadas a herir el traspaso del poder al ganador.

Reportar error
Enviado
Error
Reportar error
Temas relacionados