Claudio Fantini
Claudio Fantini

La “maoización” de Xi Jinping

Dos militares lo levantaron del asiento que ocupaba y lo bajaron arrastrando por las escaleras del hemiciclo donde deliberaba el Comité Central del Partido del Trabajo.

Con frialdad glaciar, Kim Yong-un miraba como su tío y mentor, el hasta ese instante poderoso número dos del régimen norcoreano, era defenestrado de manera humillante frente a cientos de delegados que no se atrevieron a levantar la voz ni mover un dedo en defensa del camarada que caía en desgracia. Días después, Jang Song-thaek fue ejecutado bajo acusaciones terribles que iban desde traición, a consumo y tráfico de drogas, vicios pervertidos y corrupción a gran escala.

La escenificación de la purga fue una práctica que también usaron su abuelo y su padre, Kim Il-sung y Kim Jon-il. La habían aprendido de Stalin, quién purgaba a quienes querían limitar su poder desde el Comité Central y el Politburó del PCUS.

El otro discípulo de Stalin fue Mao Tse-tung. El líder de la revolución comunista en China usó el mismo método humillante y cruel para escenificar las purgas con las que sacaba de las estructuras del partido único a quienes intentaban ponerle límites o cuestionaban sus planes delirantes.

Esas escenificaciones totalitarias dejaron de verse desde que ascendieron al liderazgo dos dirigentes que habían sido purgados por Mao durante la Revolución Cultural: Deng Xiaoping y Zhao Ziyang.

En la era de apertura al capitalismo que inició Deng, el PCCh cometió la masacre de Tiananmén cuando sintió que su poder hegemónico era amenazado por las protestas estudiantiles. Pero ya no hubo purgas como las de Mao porque el poder de los líderes quedó acotado institucionalmente por cuerpos colegiados como el Politburó y el Comité Central, muro de contención al personalismo que también se manifiesta en el límite de dos mandatos.

La señal más clara de que el XX Congreso del PCCh coronaba la “maoización” de Xi Jinping fue la escena que evocó las purgas de Mao: dos hombretones levantando de su asiento y sacando por la fuerza del recinto a Hu Jintao, sin que uno solo de los miles de delegados que presenciaron la humillación hiciera algo para defender al anciano ex presidente.

No está claro si, por error, la degradación pública de Hu ocurrió minutos después de que ingresaran al Gran Salón del Pueblo los periodistas y camarógrafos que registraron lo ocurrido. A las pocas horas la repercusión mundial era tan fuerte que de la cumbre del poder se balbucearon explicaciones incongruentes con lo que se vio, como que el ex mandatario fue sacado del recinto porque estaba enfermo.

Lo que todos saben en China es que Hu Jintao, encabezando el llamado Grupo Tuanpai, cuestionaba varias políticas de Xi y la acumulación de poder personalista. Al mismo grupo interno pertenecen el primer ministro Li Keqiang y su segundo, Wan Yang. Los dos perdieron sus poderosos cargos en el congreso partidario que concedió a Xi Jinping poderes desmesurados y por tiempo indeterminado.

El maoísmo del presidente chino no tiene que ver con la economía colectivista de planificación centralizada ni con el trayecto inexorable de la historia hacia el socialismo en los que creía con fervor dogmático Mao Tse-tung. Lo que Xi Jinping tiene en común con el creador del estado comunista es la sed de poder ilimitado, el error de considerarse esclarecido por la ideología y el delirio megalómano de sentirse dotado por una sabiduría de niveles confucianos que merece figurar en la constitución del país y en los estatutos del partido.

Cumpliendo diez años en el cargo, Xi Jinping debía concluir sus mandatos en este Congreso del PCCh, pero alteró la regla que limitaba el poder personalista. La expulsión de Hu Jintao fue una muestra de su acumulación de poder con formato maoísta. Con las trabas institucionales al poder personalista hizo lo mismo que con el viejo ex presidente que se oponía a concederle otro mandato: removerlas por la fuerza.

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