Claudio Fantini
Claudio Fantini

Se fue Guzmán pero dejó “guzmanismo”

La disociación es una práctica desequilibrante. Implica separar lo que está unido, como si se tratara de cosas diferentes. En términos psicológicos, es una desconexión con la realidad, porque incurre en la negación de lo evidente.

Cristina Kirchner aplica de manera habitual disociaciones inquietantes. Lo hace en el terreno económico cuando, por ejemplo, se refiere a la fuga de dólares demonizando esa práctica a pesar de que en su propio libro, llamado “Sinceramente”, cita a Néstor Kirchner justificando haber sacado del país fondos de Santa Cruz cuando gobernaba esa provincia.

El economista y senador opositor Martín Lousteau señaló esa contradicción entre lo expresado en el libro y lo planteado en sus discursos, diciendo que la vicepresidenta, o bien no entiende de lo que habla, o bien disocia la realidad.

Es posible que le falte entendimiento sobre las cuestiones económicas a las que alude asiduamente, pero las disociaciones también son evidentes y parecen constituir un modum operandi. Por ejemplo, ataca a quienes defienden a Domingo Cavallo como si no estuviera a la vista la admiración que ella y su marido profesaron al economista en tiempos patagónicos.

Igual que hacían con Carlos Menem, recibían el asesoramiento de Cavallo y elogiaban públicamente al ministro que en los 90 instrumentó el Plan de Convertibilidad.

La recurrente disociación de realidades evidentes, volvió a verse con la renuncia de Martín Guzmán. El país es consciente del tiempo que Cristina llevaba atacando a ese ministro y presionando para que dimita, mientras presionaba al presidente para que lo eche.

También están a la vista los sabotajes que, a través de funcionarios kirchneristas, la vicepresidenta ejecutaba contra medidas cruciales de Guzmán. Pero cuando el ministro atacado renunció, Cristina y su hijo, públicamente, lo acusaron de irresponsable y calificaron la dimisión como “acto desestabilizador”.

Más allá de que es reprochable la forma que eligió Guzmán para vengarse por todo el maltrato padecido, usando su renuncia como arma arrojadiza, parece obvio que los únicos moralmente impedidos de cuestionar esa renuncia son quienes llevaban tiempo atacándolo y presionando para sacarlo del gobierno.

Desconcierta ver a la vicepresidenta disociando la renuncia de Guzmán del impiadoso bombardeo que descargó sobre él, precisamente, para que dejara su cargo. Irradia desequilibrio que una figura de tanto peso acuse de desestabilizador por haber renunciado, al funcionario cuya renuncia llevaba tiempo reclamando.

Esa figura quedó en silencio tras la presentación oficial que hizo la reemplazante de Guzmán. En definitiva, lo que anunció Silvina Batakis se puede definir como “guzmanismo recargado”.

La nueva ministra de Economía, que siempre tuvo cercanía con el kirchnerismo y con la propia Cristina, planteó como objetivo avanzar hacia el equilibrio fiscal, subrayó que no se gastará más de lo que ingresa en el Estado y que se cumplirán las metas acordadas con el FMI.

Alberto Fernández perdió a Guzmán por no darle los instrumentos institucionales que le reclamaba para sostener su política económica. Desatendía esos pedidos para no enojar a la vicepresidenta. Por calmar a Cristina, el presidente terminó perdiendo al ministro al que se aferraba como un talismán. A renglón seguido, aceptó como titular de esa cartera a una economista cercana a La Cámpora y a Cristina, pero al nombrarla le encargó continuar el rumbo de Guzmán.

Silvina Batakis no sólo aceptó esa orden presidencial, sino que incluso acentuó los lineamientos implementados por su antecesor. Y el primer anuncio oficial de la flamante ministra sonó a “guzmanismo recargado”.

El país que la vio describiendo lo que hará con la economía, ni bien acabó la exposición giró su mirada hacia la Vicepresidencia. ¿Qué diría Cristina Kirchner sobre lo anunciado por Batakis? Se supone que no puede aceptar ahora lo que con tanta vehemencia rechazaba del anterior ministro.

La pregunta que desde el anuncio de Batakis recorre el país como una sombra, es qué hará Cristina. ¿Mantendrá indefinidamente el silencio que guarda desde que la ministra se comprometió con el equilibrio fiscal? ¿O lanzará sobre ella las críticas y sabotajes que lanzó sobre el antecesor?
Al comienzo de este gobierno la vicepresidente posó de identificación con la visión de Joseph Stiglitz, el economista heterodoxo que ganó el Nobel y de quien Guzmán es un discípulo dilecto.

Como Stiglitz apoyó todo lo actuado por Guzmán, se deduce que el catedrático de la Universidad de Columbia desaprueba la visión económica del kirchnerismo. Y que un economista heterodoxo surgido de canteras keynesianas la desapruebe, equivale a una certificación de populismo delirante.

Habrá que ver cuánto tarda ese populismo exacerbado en descargar su furia para fulminar el guzmanismo recargado con que contraatacó el asediado Alberto Fernández.

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