Claudio Fantini
Claudio Fantini

La verdad de la ficción

Cuando Néstor Kirchner hizo descolgar los cuadros de los generales Videla y Bignone, en realidad quiso descolgar el cuadro de Alfonsín.

La decisión era correcta, pero la intención era otra. A la luz de lo sucedido después, es posible pensar que, en marzo del 2004, cuando el entonces presidente ordenó sacar los retratos de dos dictadores en el colegio militar, lo que en realidad pretendía era correr del centro de la historia al mandatario que hizo posible el inédito juicio que probó y condenó los atroces crímenes de la última dictadura militar.

Esa intención saltó a la vista cuando dijo “vengo a pedir perdón de parte del Estado por la vergüenza de haber callado durante 20 años de democracia”. Como Raúl Alfonsín no sólo no había “callado”, sino que había impulsado el primer y más trascendente proceso judicial que sentó a sanguinarios dictadores en el banquillo de los acusados, se hizo evidente que la acertada decisión que tomó Kirchner sobre dos cuadros inaceptables estaba dirigida a usurpar en la historia un lugar que no le correspondía.

Corroborando esa intención oscura y falaz, aquel presidente tomó otras decisiones injustas y aberrantes, como quitarle al voluminoso Nunca Más el prólogo de Ernesto Sábato. De ahí en más, las usinas de propaganda kirchnerista reescribieron la historia según la conveniencia del nuevo culto personalista.

La película “Argentina 1985” les recuerda a los argentinos cuál fue el acontecimiento más relevante que, en materia de Derechos Humanos, consumó la democracia. También le enseñó a millones de jóvenes que creen que todo comenzó con la decisión de hacer descolgar los cuadros de dos criminales, que uno de los verdaderos héroes en la historia real se llama Julio César Strassera: el fiscal que acusó a la cúpula militar de la dictadura y probó sus crímenes.

Con eso alcanza para que el film de Santiago Mitre sea un documento indispensable para corregir las distorsiones que causó la manipulación política con fines propagandísticos al servicio del matrimonio Kirchner. Aunque eso no implica que lo mostrado en la película sea completo y totalmente acertado.

Las críticas que entre bambalinas hizo correr el kirchnerismo tienen que ver con la furia que le provoca ser puesto en evidencia. Las críticas que rumiaron otras voces peronistas tienen que ver con que la película muestra al peronismo como una ausencia en el escenario de la primera y más trascendente batalla de la democracia contra la violación masiva de DD.HH. que perpetró la dictadura. En cambio, las críticas que se escucharon en la otra vereda de “la grieta” que divide a los argentinos, señalaron acertadamente cuestiones puntuales, pero no parecen haber acertado en la lectura total de lo que significa el film.

Es cierto que Raúl Alfonsín pudo tener un protagonismo más explícito, dado que sin su decisión política se habría impuesto la impunidad a los genocidas que propiciaba la dirigencia peronista. También es cierto que el guión da protagonismo a posturas turbias de figuras de aquel gobierno radical, como el entonces ministro del Interior Antonio Tróccoli, en lugar de hacer más explícito y protagónico el respaldo del Partido Justicialista (que incluye al matrimonio patagónico) a la auto-amnistía que pretendía la cúpula militar.

Sin embargo esas fallas del relato cinematográfico no impiden que el resultado de la película sea contundente en su mensaje: a la mayor batalla por los Derechos Humanos la dio Alfonsín. Esa batalla fue la que en peores circunstancias se libró y la que más coraje requirió. Fue así porque, por entonces, los militares aún tenían mucho poder y porque uno de los dos grandes partidos, el PJ, no apoyó la gesta judicial llevada adelante por Strassera ayudado por Luis Moreno Ocampo y un equipo de jóvenes que trabajaron con más voluntad que instrumentos para acumular pruebas y testimonios, más allá del valiosísimo aporte de la Comisión Nacional de Desaparición de Personas (CONADEP).

Una de las verdades mostradas que más contrastan con el relato y el modus operandi del grupo político que intentó reinventar lo ocurrido como una epopeya propia, es que Strassera y Moreno Ocampo no eran militantes ni actuaban movidos por partidismos o ideologismos. A diferencia del ex juez supremo Eugenio Zaffaroni y de los magistrados que integran la agrupación judicial kirchnerista Justicia Legítima, los fiscales y jueces supremos que juzgaron y condenaron a los genocidas eran funcionarios judiciales que actuaban desde convicciones jurídicas y morales.

Así actuaron los héroes de aquella gesta de la democracia que intentó ocultar el aparato de propaganda armado por Néstor Kirchner, el presidente que hizo descolgar cuadros de generales asesinos, pero con la intención de descolgar de la historia el cuadro de Alfonsín.

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