Claudio Fantini
Claudio Fantini

Un fallo entre amenazas y promiscuidad institucional

Si algo faltaba para que el fallo de hoy deje a la Argentina en la cornisa, es la filtración de un encuentro marcado por la promiscuidad institucional.

A horas de que el tribunal que juzga a Cristina Kirchner en el llamado “caso Vialidad” de su veredicto, un diario allegado al kirchnerismo, publicó chats entre empresarios, funcionarios del PRO y magistrados tramando argumentos falaces sobre una invitación que debieron haber rechazado. El viaje de esos funcionarios y magistrados a Lago Escondido, invitados por un millonario británico amigo de Mauricio Macri, estuvo organizado por la empresa de medios de comunicación que lleva años enfrentada con los gobiernos kirchneristas.

Que en octubre, o sea en la antesala del histórico y electrizante veredicto, personas vinculadas directa o indirectamente con el proceso hayan tenido (en el mejor de los casos) la indecorosa negligencia de aceptar esa invitación, muestra la decadencia que carcome la vida institucional en Argentina.

La pelota quedó picando en la puerta del arco y el oficialismo intenta no desperdiciarla, por eso mandó al mismísimo presidente a subrayar por cadena nacional la gravedad de lo trascendido. Cuando las que se filtraban eran escuchas de Cristina Kirchner, Alberto Fernández cuestionaba, y con razón, la ilegalidad de tales filtraciones y la inmoralidad de los medios que las difundían. Pero ahora, frente a una filtración que o bien produjeron los servicios de la inteligencia del Estado o bien aparatos privados de espionaje, el mandatario pasa por alto la gravedad del acto de espionaje ilegal y la inmoralidad de los medios que la difundieron.

Sobran razones para sospechar que se trata de una operación montada para agravar las sospechas que genere el fallo, en caso de que sea una condena. Pero también sobran razones para dudar de la integridad moral y solvencia intelectual de los magistrados y funcionarios que se confabulaban por chat.

Por manipuladas que estén esas comunicaciones, parece claro que los involucrados no estaban actuando a la altura de sus funciones y responsabilidades.

Las revelaciones y el fallo pueden generar desbordes de magnitud insospechada. A la furia flamígera que provocaría una condena, las filtraciones inyectarán combustible de manera incendiaria.

Lo que no cambiará es lo que piensan en las dos veredas enfrentadas de la grieta. Los kirchneristas seguirán pensando, con un argumento más, que todo es una conspiración del poder mediático y la casta judicial para encarcelar a Cristina. Mientras en el otro extremo ni siquiera debatirán el significado del viaje a Lago Escondido. Y si el veredicto no contuviera culpabilidad y condena, hablarán de un fallo político en el que triunfo la impunidad.

Desde su idea de posmodernidad, Jean-Francois Lyotard explicó que la humanidad ya no está bajo doctrinas totalizadoras. Para el filósofo francés, se desvanecen las utopías redentoras y ya no gravitan las concepciones integradoras del mundo y la historia.

Es así, pero eso no erradica la existencia de multitudes que necesitan aferrarse a convicciones totales. En esas aguas pescan los liderazgos mesiánicos que, por izquierda y por derechas, logran crear feligresías que los apoyan con veneración. Esas masas creen fervientemente la descripción de la realidad que hacen sus líderes, por alejada que esté de realidad comprobable que se extiende ante sus ojos.

Los trumpistas creen a rajatabla que un fraude le robó la victoria a Trump para entregarle el poder a un miembro del establishment de la izquierda norteamericana. Una creencia tan absurda como inamovible. Lo mismo creen los bolsonaristas. Las teorías conspirativas se convierten en relatos también en las izquierdas latinoamericanas. En Argentina, la feligresía kirchnerista está convencida de que hoy, si los jueces declaran culpable a Cristina, se habrá concretado una falaz operación destinada a proscribirla.

No importa la evidencia que implican enriquecimientos siderales como el de Lázaro Báez, quien dejó un humilde puesto como bancario cuando Néstor Kirchner se convirtió en presidente, para crear la empresa constructora que recibió el grueso de la obra pública en la Patagonia. El sentido común permite deducir la culpabilidad de los líderes del kirchnerismo. Pero eso no implican que existan las pruebas que incriminen de manera directa a los acusados. Hoy se sabrá si los jueces consideran que los fiscales consiguieron o no esas pruebas directa o si simplemente tienen elementos que permiten deducir la culpabilidad. Lo que se sabe desde un comienzo del juicio, es que el veredicto no modificará lo que piensan las masas situadas en las veredas opuestas de “la grieta”.

Si los jueces consideran que los fiscales no aportaron el tipo de pruebas necesarias para condenar a Cristina, la vereda de la grieta que repudia a la vicepresidenta considerará que el fallo es político. En ese sector pocos están dispuestos a ver realidades que están a la vista, incluidas las relaciones promiscuas entre magistrados y poderosos allegados a Macri.

Si declaran culpable a Cristina, o bien por asociación ilícita o bien por fraude al Estado, en el kirchnerismo todos creerán que fue un fallo político amañado en las relaciones indebidas entre macristas, poder mediático y magistrados.

La feligresía de Cristina mantendrá la convicción de que se busca proscribirla, a pesar de que las instancias de apelación durarán años y ella puede ser candidata y obtener fueros que postergarán indefinidamente el proceso. Pero la vicepresidenta no está dispuesta a convivir con una condena, aunque no la anule políticamente ni le quite su libertad.

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