Claudio Fantini
Claudio Fantini

Detrás de los goles y los rascacielos

Flotar en petróleo y sobre una burbuja infinita de gas les permitió levantar rascacielos opulentos.

No cobrar impuestos a la sociedad con uno de los mayores ingresos per cápita, traer obreros del exterior para los trabajos duros y comprar un mundial de fútbol para dar un paso más en la instalación de la marca Qatar.

Lo que no pudo todo ese dinero es evitar que se hable del lado oscuro de la petro-monarquía, tan absolutista y medieval como los reinos que la rodean. En Doha, como en Riad, en Dubai y en Abu Dabi, la modernidad futurista está en los rascacielos pero la jurisprudencia, las costumbres y la cultura están más cerca del pasado.

Los Derechos Humanos son vistos como rasgos occidentales que deben ser despreciados como “valores de los infieles” por poner en pie de igualdad al hombre y la mujer, o reconocer la diversidad existente en la sexualidad.
Compraron el mundial pero el dinero no les alcanzó para evitar que Rod Stewart rechazara actuar en la ceremonia de apertura organizada por jeques en cuyas prisiones se tortura y se encierra a los homosexuales, cuando no los ejecutan.

Tampoco Shakira y Dua Lipa quisieron el dinero proveniente de las mismas arcas que financiaron la conversión de Al Qaeda Mesopotamia en Estado Islámico Irak-Levante, tras la muerte de Abu Mussab al Zarqawi. Los petrodólares que compraron las armas con que los jihadistas de ISIS masacraban y decapitaban en la guerra civil de Siria, además de financiar que Hamas siga imperando brutalmente sobre los gazatíes y que el más lunático y sanguinario jihadismo de matriz salafista haya hecho correr ríos de sangre en Libia tras la caída de Jadafy.

El dinero de la dinastía Al Thani no pudo evitar que un periodista israelí le preguntara a Maluma por qué él no rechazó lo que rechazaron Shakira y Dua Lipa para visibilizar la violación de Derechos Humanos. El naufragio de Maluma ante esa pregunta fue patético. Podría haber defendido su decisión con algún argumento, pero balbuceó liviandades de manera bochornosa, hasta que huyó del periodismo que pregunta en lugar de obnubilarse describiendo la opulencia que emana de la tierra con el petróleo y el gas.

Quienes se indignan con los artistas que rechazaron actuar y con los analistas que señalan el lado oscuro de Qatar, son equivalentes a los que se indignaron con Joaquín Sabina por abjurar del izquierdismo que defiende las dictaduras calamitosas de Cuba y Venezuela, tras haber justificado totalitarismos marxistas-leninistas.

Igual que Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos (EAU), Qatar es en gran medida propiedad de una familia. Así como el reino que se extiende tras su única frontera terrestre lleva en su nombre el de los “propietarios”, la familia Saud, Qatar pertenece a la familia Al Thani, dinastía iniciada en el siglo XIX, que gobierna a través de un monarca absolutista desde que dejó de ser un protectorado británico en 1971.

Por cierto sorprende un país donde nadie paga impuestos y todos parecen millonarios (en rigor, los qataríes son millonarios y no el millón y pico de extranjeros que constituyen la mano de obra trabajadora), pero la península que se adentra en el Golfo Pérsico siempre estuvo bendecida por la fortuna. Las perlas fueron la primera gran fuente de ingresos, mientras que en la década del 30, cuando se descubrió el petróleo, el nivel de vida de la escasa población qatarí subió hasta la estratósfera, donde luego la mantuvo la extracción de gas de sus yacimientos marinos.

Eso no le resta habilidad y visión al emir Hamad bin Khalifa al Thani, quien tras derrocar a su padre, el rey Khalifa, empezó a desarrollar una idea de “país empresa” que dio su primeros pasos con la creación de Al Jazeera, la primer cadena internacional de noticas árabe.

Cuando Hamad abdicó a favor de su hijo Tamim, el emirato ya avanzaba a paso redoblado en la construcción de una marca país. La palabra Qatar estaba en el pecho de los jugadores del Barcelona Fútbol Club y en los jumbos de una aerolínea formidable: Qatar Airways. Tamim Bin Hamad al Thani mantuvo el manejo del estado como una empresa exitosa. Y entre “las compras que realizó esa empresa”, está el mundial de fútbol.

La casa real también supo enfrentar adversidades. Como el bloqueo que le aplicaron Arabia Saudita, EAU, Barein y Egipto, por el apoyo a las disidencias internas de esos países y por su buena relación con Irán. Ese bloqueo asfixiante no detuvo el enriquecimiento del pequeño país peninsular.

La riqueza se expresa en la sorprendente y futurista infraestructura urbana. Pero las leyes, las costumbres y la cultura están más cerca del oscurantismo medieval.

Como sus vecinos sauditas, los qataríes profesan el wahabismo, la vertiente teológica más cerrada, intolerante y oscurantista del Islam suní. Abrevar en la visión impulsada en el siglo XVIII por Muhamad Bin Abd al Wahab, uno de los fundadores de la dinastía saudí, implica considerar “infieles” a los occidentales y a los orientales hinduistas, sintoistas y budistas, apostatas a los musulmanes que dejan o cambian de religión y “herejes” a los chiitas, alauitas, drusos y otras corrientes mahometanas.

La Sharía y el supremacismo religioso que implica el wahabismo parecen confirmar que el modernismo futurista está en los rascacielos y autopistas, porque en las leyes, las costumbres y la cultura predomina el medio evo.

Reportar error
Enviado
Error
Reportar error
Temas relacionados