Claudio Fantini
Claudio Fantini

La deriva británica

La reina Victoria y ningún otro británico de los tiempos en que la India se transformó en la mayor joya de la corona, no habrán imaginado que un día el primer ministro del Reino Unido sería hindú.

Hasta que Rishi Sunak entró al 10 de Downing Street con el pedido del rey Carlos III para formar gobierno, todos los premieres británicos fueron blancos y cristianos. Benjamín Disraeli era judío, pero su padre se había convertido al anglicanismo y en esa fe fue educado quien llegara a ser el más notable estadista decimonónico de Gran Bretaña.

Rishi Sunak es nieto de indios y, al ingresar a la Cámara de los Comunes, hizo su juramento sobre uno de los textos sagrados del hinduismo: el Bhagavad Gita. Las reflexiones y consejos de Krishna sobre los deberes, la rectitud y la justicia, inspiran la cosmovisión del joven y brillante economista que amasó una fortuna en las actividades financieras y la multiplicó al casarse con una multimillonaria, también de ascendencia india y religión hindú.

En el rubro donde se hizo fuerte, la economía, el nuevo premier británico representa el centro, respecto al brote ultra-liberal que empezó a crecer el contraposición al “conservadurismo compasivo” que postuló David Cameron, alcanzó un punto culminante con Liz Truss pero se derrumbó ni bien esa primera ministra intentó convertirlo en programa económico.

Sunak y Truss habían protagonizado la pulseada para quedarse con la jefatura de gobierno que dejó bacante Boris Johnson. Ella propuso un fuerte recorte impositivo a las grandes fortunas, apostando de manera dogmática al “efecto derrame” que de inmediato tendría la acumulación de riqueza. Sunak la refutaba explicando que eso provocaría un agujero fiscal, devaluaría la libra esterlina y derrumbaría los mercados, que fue exactamente lo que ocurrió.

Los legisladores tories, que semanas antes había elegido la propuesta ultra-liberal de Liz Truss desechando el centrismo de Sunak, se dieron vuelta como una manga y corrigieron el error inicial con una elección exprés del nuevo primer ministro.

Las credenciales centristas de Rishi Sunak tienen sus zonas grises. Había militado en el ala euroescéptica del Partido Conservador y participado activamente de la campaña para que se imponga el Brexit. Por eso en su lectura sobre la crisis económica que padece el Reino Unido, al enumerar las causas no incluye la salida de la Unión Europea (UE), a pesar de que sería uno de los factores causantes de la abrupta caída en el comercio exterior británico y también en el PBI.

Por cierto, la guerra en Ucrania y la pandemia afectaron la economía de todos los países europeos, pero la cuota mayor de caos que perturba la economía británica tiene que ver con el Brexit.

Las teorías y dogmas que conforman la ortodoxia liberal generan fascinación en Rishi Sunak. Pero a la hora de la verdad, pone los pies sobre la tierra. Lo hizo como ministro de economía y finanzas de Boris Johnson, cuando le tocó enfrentar las consecuencias de la pandemia y lo hizo recurriendo a instrumentos keynesianos.

No fue él único. Hasta ortodoxos formateados en la Escuela de Chicago, como el ministro brasileño de Hacienda Paulo Guedes, recurrió a la inyección de sobredosis de fondos públicos para mantener la economía en funcionamiento. Pero al enfrentarse con Truss en la pulseada por el cargo que Johnson dejó vacante, Sunak expuso razonamientos pragmáticos y contrapuestos a los dogmas de la ortodoxia.

En lo que queda de mandato tory, se verá si puede hacer realidad la promesa de Boris Johnson sobre los beneficios inmediatos que tendría para los británicos abandonar la Unión Europea. Según las descripciones que hacían los brexiteers, incluso el “hard brexit” que opusieron a la búsqueda de una salida acordada que procuró Theresa May, liberaría de inmediato la economía británica de los meandros proteccionistas y burocráticos imperantes en la UE.

La realidad está lejos de parecerse a las promesas de los que vencieron a la opción “remain” en las urnas. Hasta ahora, la ruptura con Bruselas se parece a una deriva sin mapas ni bitácoras.

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