Claudio Fantini
Claudio Fantini

La decisión que Cristina no tomó

La pregunta del millón en la política argentina es si Cristina Kirchner de verdad piensa cumplir lo que anunció en un desborde de furia: no ser candidata a nada en las elecciones del 2023.

Una parte del país que, por fascinación, cree a pie juntillas todo lo que dice la líder kirchnerista, quedó desolada porque ya no podrá votarla. La otra parte del país, descreyendo de todo lo que diga la vicepresidenta aunque lo jure y lo perjure, está convencida de que no cumplirá con lo anunciado. Llegado el momento, recurrirá al viejo truco del clamor popular. Una manganeta tan remanida que en Argentina tiene nombre y apellido: “operación clamor”.

Tal estratagema consiste en mantener la posición anunciada hasta que, en la antesala de que venzan las inscripciones de listas, la súplica de las bases y de la dirigencia partidaria la obliga a deponer el posicionamiento asumido, en nombre de la responsabilidad que le demanda la historia: postularse para salvar de la derrota al peronismo.

Sin creer del todo ni descartar que sea cierto, en el oficialismo empezaron a preocuparse y a buscar el modo se llenar ese vacío.

¿Cuál vereda de “la grieta” se equivoca? ¿La que cree en la palabra de la vicepresidenta, o la que considera lo anunciado en su pataleo inmediato posterior al veredicto como una estratagema que se podría revertir a tiempo y sin costos políticos? ¿Quiénes aciertan respecto a la credibilidad de Cristina, los desolados o los descreídos?

Esa incógnita se develará cuando venza el límite de tiempo para la presentación de listas. Lo que está claro es que hay una incongruencia entre el argumento que dio la vicepresidenta en la catarsis televisada, tras conocerse su condena, y la decisión que anunció.

Cristina Kirchner explicó esa decisión en la necesidad de impedir que la oposición pueda atacar la candidatura de una persona sobre la que pesa una condena por fraude al Estado. Según ese argumento, la condena que cayó sobre ella mancharía la lista del Frente de Todos (FdT) si ella se postula para presidenta, para senadora o para lo que sea.

Ciertamente, es así, aunque en su núcleo duro de adherentes ese veredicto condenatorio no mueva ni una hoja. La condena mancharía su postulación. Sin embargo, el mismo razonamiento podría haberla llevado a una decisión más estremecedora y sísmica en el tablero político: renunciar a la vicepresidencia.

Al fin de cuentas, lo más grave de la condena, en términos institucionales, es que se afecta al segundo mayor cargo de la República. ¿Por qué quiere liberar de esa mancha a la coalición oficialista, pero no al Estado del cual es la vicepresidenta?

Cristina Kirchner ha perdido una oportunidad de hacer un gran acto de renunciamiento: dimitir como vicepresidenta.

El argumento que aplicó para renunciar a una posible candidatura, sería más lógico, impactante y creíble renunciando a la vicepresidencia. Si la condena que recibió crea un flanco débil al FdT, también lo crea en la institución que ella preside.

Podría haber dimitido diciendo que la condena mancha una institución de la república. De ese modo, habría convertido el fallo en una suerte de acto golpista contra una de las cabezas del Estado. De paso, dejar la vicepresidencia con una justificación que impacta sobre los magistrados que la acusaron y los que la declararon culpable, le deja las manos más libres para criticar al gobierno como lleva tiempo haciendo.

Al dejar su cargo como consecuencia del veredicto de los jueces, criticar a Alberto Fernández tendría más coherencia porque ella ya no formaría parte del gobierno. Ahora, cada crítica le vuelve porque se genera el absurdo de ser gobierno y oposición a la vez.

Además podría seguir dirigiendo al oficialismo en el Congreso y también gravitando sobre el Poder Ejecutivo, porque conservaría su poder sobre la coalición oficialista.

En suma, no cambiaría su situación política ni correría peligro de ser detenida porque quedan las instancias de apelación. Y tendría intacta la posibilidad de postularse para el año próximo, pudiendo recuperar a tiempo los fueros que perdería dejando la vicepresidencia.

Ese renunciamiento habría tenido un impacto más conmovedor en la sociedad que la promesa en el aire de no postularse el año próximo. Dimitir como vicepresidenta hubiera tenido también un impacto negativo sobre los magistrados que la acusaron y la condenaron, señalándolos como autores de la condición que le impide seguir en el cargo para el que fue votada porque, condenada, afectaría negativamente la institución vicepresidencial. Ergo, renunciando empezaría a probar su teoría de que quieren proscribirla.

Ese debió ser su acto de renunciamiento. No la debilitaba ni acrecentaba los riesgos que implica la condena, sino que le daba centralidad con un acontecimiento de gran impacto que habría desconcertado a la oposición.
Fue una oportunidad perdida para desplegar su talento de reggiseur de grandes escenificaciones.

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