Claudio Fantini
Claudio Fantini

La condena a Jeanine Áñez

“Todas las grades mentiras se construyen con pequeñas verdades”, dice el escritor español Javier Cercas.

La condena a Jeanine Áñez se basa en una gran mentira construida con un manojo de pequeñas verdades en el que hay de todo: un intento de fraude arruinando el escrutinio; un violento putsch que avanzó desde Santa Cruz hacia La Paz; una ola de amenazas y ataques a funcionarios y legisladores del MAS que incluyó a sus parientes cercanos; un pronunciamiento del general Williams Kaliman que puede considerarse golpe de Estado; la renuncia del presidente, el vicepresidente y la titular del Senado; la aprobación de la senadora que seguía en el orden sucesorio como presidenta transitoria por legisladores opositores y oficialistas, en una sesión tumultuosa con el Congreso rodeado por turbas contrarias a Evo Morales, y luego la confirmación de ese nombramiento por el Tribunal Constitucional.

Reducir esa cadena de estropicios a que lo ocurrido fue el fraude y la renuncia del presidente, constituye una gran mentira, del mismo modo que es una gran mentira reducir todo lo ocurrido a que hubo un golpe de Estado.

Si en lugar de decirlo por TV y acompañado por otros jefes militares, el general Kaliman hubiera recomendado a Evo Morales, en privado y por pedido del presidente, que renuncie, habría cumplido con su función. Pero al hacerlo públicamente y sin que el mandatario lo hubiera consultado, lo que hizo el entonces jefe militar fue un acto golpista.

No obstante, lo que hizo Evo al firmar la renuncia fue legitimar su salida del poder. Y las renuncias del vicepresidente García Linera y de la presidenta del Senado Adriana Salvatierra, además del posterior pronunciamiento del Tribunal Constitucional, legitimaron la asunción de Jeanine Áñez como presidenta transitoria.

Todo era un inmenso caos en el que las renuncias se producían por las amenazas que lanzaba el movimiento insurreccional iniciado por Luis Camacho en Santa Cruz de la Sierra. Al salir de su bastión en el oriente del país, ese dirigente ultraconservador levantó una Biblia de color marrón que luego mostró Áñez al ingresar en la sede del gobierno.

La presidenta interina tuvo desde el comienzo actitudes que la mostraron acercándose a la dirigencia del violento movimiento insurreccional activado en Santa Cruz, además de otros gestos equivocados y hasta delirantes, como participar en una ceremonia para “expulsar a la pacha mama” de los recintos gubernamentales.

Pero no se puede perder de vista que todo ocurrió a partir de que el conteo rápido del escrutinio se interrumpiera cuando vaticinaba una segunda vuelta en la que tendría mayor chance de ganar el opositor Carlos Mesa. Esa interrupción extremadamente larga e injustificada generó la sensación de que se cometía un fraude.

La sensación se transformó en certeza cuando, al reiniciarse el conteo, Evo Morales le sacaba a Mesa los diez puntos de ventaja que necesitaba para ganar en primera vuelta.

En rigor, la deriva fraudulenta del presidente había comenzado con el desconocimiento del referéndum de febrero del 2016, en el que más de la mitad de los votantes habían rechazado concederle el derecho a candidatearse nuevamente violando el límite establecido en la Constitución que él y su partido habían redactado y promulgado.

Esa cadena de estropicios no justifica la ola de violencia extremista que avanzó desde el Oriente hacia el Altiplano, produciendo linchamientos, amenazas y ataques a las viviendas de los funcionarios del MAS y de sus parientes. Toda esa brutalidad, así como la actitud golpista del general Kaliman, tuvieron que ver con la renuncia en cadena que dejó acéfala a Bolivia.

Áñez fue una mala presidenta interina, pero acusarla de haber dado el golpe de Estado y haber gobernado de manera ilegal, es una falacia lucubrada para reivindicar a Evo Morales. La realidad visible es que el líder del MAS renunció y huyó del país, por temor a la salvaje ola de violencia impulsada por la derecha extremista del Oriente.

Al interinato de Jeanine Áñez lo legitimaron los legisladores del MAS que no habían renunciado, el mismo Tribunal Constitucional que había legalizado la tropelía de Evo Morales contra el referéndum del 2016, y también el actual presidente, Luis Arce, cuando se convirtió en candidato del partido del líder indigenista.

Arce y muchos miembros de la dirigencia del MAS saben que en aquel noviembre turbulento debieron aprobar el interinato de Áñez para evitar que el país se convierta en un agujero negro institucional con riesgo de guerra civil.

El encarcelamiento de Jeanine Añez y el veredicto condenándola a diez años de prisión, es una forma truculenta y cruel de licuar la parte de responsabilidad que tuvo Evo Morales en aquel desquicio trágico y descomunal.

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