Claudio Fantini
Claudio Fantini

Canadá, el Papa y el genocidio cultural

El tamaño del tocado de plumas que le dieron muestra el alto rango conferido por los representantes de las Primeras Naciones al Papa Francisco.

El jefe de la iglesia fue a Canadá a pedir perdón por los abusos sexuales, malos tratos y crímenes cometidos por sacerdotes a niños indígenas de ese país. Aunque esos crímenes no se hubieran cometido, debía pedir perdón por la participación de la iglesia en el “genocidio cultural” perpetrado desde la segunda mitad del siglo XIX hasta la segunda mitad del siglo XX.

La iglesia católica cumplió un rol protagónico en aquella atrocidad impulsada por el estado canadiense, porque manejó cientos de los internados en los que se recluía a los niños indígenas para separarlos de sus padres, experimento que procuró diluir las culturas ancestrales mediante la asimilación a la cultura del “hombre blanco”.

Se llamaban colegios residenciales y estaban situados a remotas distancias de las reservas indígenas. Al crimen de la separación familiar y la culturización forzosa, se sumaron los abusos sexuales, tratos tortuosos y asesinatos que perpetraron los sacerdotes en los internados que controlaban.

Las investigaciones revelaron casos espeluznantes. En el internado católico de Mount Cashel, en la isla de Terranova, en 1975 empezó a revelarse la violencia física aplicada con brutalidad y las agresiones sexuales que sufrían los niños indígenas.

El genocidio cultural se ejecutó separando de sus familias a unos 150 mil niños, y se calcula que al menos cuatro mil murieron en los internados por castigos físicos y otras formas de agresiones.

No fue la iglesia católica la que denunció aquel intento de exterminar culturas nativas, y los abusos sexuales y tormentos aplicados en las escuelas residenciales religiosas que manejó durante un siglo. Fue el Estado canadiense. Las investigaciones de las comisiones establecidas con tal fin mostraron las miles de muertes violentas, así como los abusos sexuales en esos centros educacionales que eran parte del sistema establecido para eliminar la cultura indígena.

El Kamloops Indian Residential School, en la Columbia Británica, fue el más grande de los 139 establecimientos de asimilación establecidos a fines del siglo XIX. Allí se encontraron 215 cadáveres de niños en una fosa común. Lo gestionaba la iglesia católica. El Estado de Ottawa le quitó en 1969 la gestión, precisamente por el trato cruel a los niños.

En el pedido de perdón que hizo el Papa usó la palabra “error”. Pero ese término puede ser aplicado sólo a la participación de la iglesia en el sistema de culturización forzosa, culpa que comparte con la iglesia anglicana y con el Estado canadiense. Fue erróneo creer que hacían un bien a esos niños alejándolos de sus familias y tribus para formarlos como hombres blancos, si es que de verdad creían eso.

Pero los abusos sexuales y los malos tratos no pueden considerarse un error, sino crímenes perpetrados de manera intencional.

También en América latina la iglesia realizó culturizaciones que incluyeron crímenes. Desde entonces debieron existir los abusos sexuales que recién empezaron a conocerse en los albores de este siglo. Si con la prensa empoderada por la democracia y el Estado secular, los abusos sexuales aún seguían cometiéndose, está claro que desde la todopoderosa iglesia medieval hasta la influyente iglesia decimonónica, esos crímenes sexuales habrán tenido porcentajes inmensamente superiores de víctimas a las conocidas a partir de que, en los primeros años de este siglo, el diario The Boston Globe develara lo que ocultaba la iglesia de Massachusetts.

El proceso canadiense por el que pidió perdón el Papa, había mostrado su naturaleza desde el principio. En 1883, el primer ministro John McDonald explicó al Parlamento que si “la escuela está en la reserva, el niño vive con sus padres, que son salvajes…y aunque puede aprender a leer y a escribir, sus hábitos, formación y modo de pensar siguen siendo indígenas” por eso “es necesario retirarlos lo mas lejos posible de la influencia de sus padres…colocándolos en centros de educación donde puedan adquirir los hábitos y el modo de pensar del hombre blanco”.

En 1920, el ministro de asuntos indígenas Duncan Campbell Scot ratificó esa política diciendo que “el objetivo es continuar hasta que no quede un solo indio en Canadá que no haya sido asimilado”. Y en 1969, se ratificó ese objetivo equivalente a genocidio cultural.

El objetivo incluía eliminar los gobiernos aborígenes, los tratados de gobiernos canadienses con autoridades de las Primeras Naciones, y toda entidad legal, política y cultural, mediante el sistema de asimilación forzosa que se ejecutó a través de las escuelas residenciales.

Allí sumó su aporte la iglesia católica, añadiendo los abusos sexuales y la aplicación de tormentos que constituían rasgos de la estructura eclesiástica en todos los tiempos y rincones del planeta.

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