Claudio Fantini
Claudio Fantini

Biden de rodillas en el desierto saudí

Los musulmanes creen que en Yeda está la tumba de Eva, la primera mujer creada por el Dios del Antiguo Testamento. Lo seguro es que en esa ciudad saudí sobre el Mar Rojo quedó enterrada la imagen de Joe Biden. Al menos una parte importante de esa imagen.

La imagen del demócrata capaz de llamar al crimen por su nombre, tuvo su cortejo fúnebre con la caravana oficial flanqueando Al Balad, el casco antiguo que data del siglo VII, y pasando junto a la fuente Rey Fad, hasta desembocar en el palacio real. Allí, al presidente de Estados Unidos lo aguardaba el sepulturero de su imagen ante el mundo: Mohamed Bin Salman. Y buena parte del prestigio internacional de Biden quedó enterrado bajo la foto que retrató su choque de puño con el príncipe que ordenó el brutal asesinato de Jamal Kashoggi.

El jefe de la Casa Blanca que hizo pública la investigación de la CIA probando la responsabilidad del príncipe en el crimen y descuartizamiento del periodista disidente, estirando el brazo para chocar puños con su anfitrión, parecía arrodillado.

¿Por qué auto-infligirse semejante humillación? Porque necesita que el precio del petróleo baje y palear la crisis energética que está afectando a las potencias de Occidente en su esfuerzo contra la invasión rusa a Ucrania. Y para eso, tras su improvisado e impresentable acercamiento al régimen de Maduro, resulta indispensable que Arabia Saudita incremente la extracción de crudo.

En el palacio del príncipe Mohamed no le atendían el teléfono, no sólo por haberlo proclamado “paria” tras el asesinato de Kashoggi y los fusilamientos que a menudo ordena el hombre fuerte del reino, sino también por haber sacado de la lista de organizaciones terroristas a la milicia huti que combate a los sauditas y sus aliados locales en la guerra de Yemen.

A Biden debe haberle retorcido el alma tener que desdecirse de sus acusaciones y cuestionamientos al príncipe de las manos con sangre. Pero la realidad no le deja alternativa. Y para agravar el costo de pretender aislarlo, Mohamed Bin Salman intercambió gestos de acercamiento con China, que son extensibles a Rusia. Por eso el líder demócrata tuvo hacerse un nudo en el estómago y viajar a Yeda para dejar en claro que Washington ya no accionará para que el mundo trate al príncipe heredero como lo que es: un brutal asesino.

No es lo único en lo que se desdijo el jefe de la Casa Banca. Su paso por Israel dejó a los palestinos en el plano de gestos simbólicos y frases balbuceadas sin énfasis, como la visita fugaz al presidente Mahmud Abbas en Belén y la mención al paso de la solución de “dos estados”. Pero la embajada norteamericana no regresará a Tel Aviv sino que se quedará en Jerusalén, donde la puso Donald Trump, mientras que, sobre el pedido de reabrir el consulado norteamericano que funcionaba en la parte oriental de la ciudad, Biden no dijo ni mu, dejando en el aire lo que había anunciado el portavoz del Departamento de Estado, Ned Price, hace poco más de un mes.
Lo único que se escuchó con claridad a Biden en esa parte del Oriente Medio, es que actuará para que otros países árabes se sumen a los llamados “Acuerdos de Abraham”, por los cuales los Emiratos Árabes Unidos y Baréin han reconocido al Estado judío.

Sobre la prometida reanudación del acuerdo nuclear con Irán que Trump rompió de manera unilateral, tanto adelante del premier israelí Yair Lapid como del hombre fuerte saudita, lo que musitó el presidente norteamericano sonó a endurecimiento de la postura frente a la teocracia persa.

El presidente Biden cada vez se parece menos al candidato del Partido Demócrata que venció al magnate neoyorquino. Para el ala izquierda de la fuerza del progresismo estadounidense, el giro de Biden va tomando forma de traición inaceptable a sus discursos de campaña. Pero todavía una parte significativa de los demócratas ven las “agachadas” y los pasos atrás del presidente como consecuencias inevitables de una realidad que no deja margen. O sea, ven las condiciones objetivas que imponen como prioridad apagar las llamas económicas y energéticas que están haciendo arder el mundo.

La crisis multidimensional ocasionada por la guerra en Ucrania, la necesidad de impedir que Vladimir Putin se salga con la suya y que China le robe a Washington órbitas de influencia, le están torciendo el brazo a los principios y convicciones de Biden.

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