Claudio Fantini
Claudio Fantini

Ataque a la neurona ideológica de Putin

Cuando en 1999 una ola de atentados causó casi 300 muertes en Moscú, Volgodonsk y la ciudad daguestaní de Buynaksk, Vladimir Putin era primer ministro y su reacción fue darle al ejército ruso la orden de arrasar Chechenia sin contemplaciones.

La segunda guerra contra el independentismo caucásico ya había comenzado, como respuesta a la invasión de Daguestán lanzada por la milicia de Shamil Basayev con el terrorista saudí Ibn Al-Kattab. Pero las bombas que demolieron edificios hicieron que Putin criminalizara la embestida contra el separatismo checheno.

Es probable que la explosión en el auto de Aleksandr Dugin matando a la hija del filósofo, active en el jefe del Kremlin la furia devastadora que activaron las bombas del terrorismo islamista en 1999. Todavía era imposible afirmar con total certeza que se trató de un atentado, pero en las cercanías del presidente disparaban versiones acusando al “régimen terrorista ucraniano”.

El padre de la joven periodista que murió por la explosión todavía miraba horrorizado el auto en llamas y caía en cuenta que el blanco no era su hija sino él, cuando halcones como Dmitri Medvedev ya susurraban al oído de Putin que la respuesta al “criminal ataque ucraniano” debía ser demoledora.

Hasta aquí, Rusia se ha contenido de usar a fondo el poder de sus misiles contra las ciudades de Ucrania. Moscú podría borrar del mapa esas urbes y personajes como Medvedev, que han exhibido públicamente un aborrecimiento oscuro y viscoso contra los ucranianos, además del deseo de que desaparezcan como nación, estarían viendo en el atentado que mató a Daria Dugina la justificación de bombardeos que demuelan Kiev, Jarkov, Mykolaiv, Odesa y demás grandes ciudades bajo cuyos escombros sucumbiría Zelensky y la tenaz resistencia ucraniana.

Seguramente, a Putin le hirvió la sangre al enterarse. No es común que haya atentados en Rusia y este acto terrorista apuntó a la esencia ideológica de su proyecto. “La Cuarta Teoría Política” de Dugin sería la guía del jefe del Kremlin. En esa teoría, a Rusia, más que una nación, la habita un espíritu cultural y religioso predestinado a la grandeza. La doctrina del “euroasianismo” que impulsa el filósofo ultraconservador, se convirtió en el proyecto geopolítico del Kremlin.

Dugin rusificó la teoría del geógrafo británico Halford MacKinder, quien dejó de lado la visión del norteamericano Alfred Mahan que señalaba el dominio de los mares como clave de dominación del mundo, para sostener que el espacio cuyo control es el instrumento para construir liderazgo hegemónico, es el “hertland”, la mayor masa continental del planeta.

Ese “corazón” geográfico que señaló MacKinder es Eurasia. Dugin adoptó esta convicción y la convirtió en credo geopolítico del nacionalismo ruso. Desde entonces predica la necesidad de recuperar los territorios que integraron el Imperio Ruso.

Putin es un poderoso discípulo del Filósofo que, para recuperar las fronteras alcanzadas por las conquistas de Pedro el Grande y Catalina II, creó en los años ´90 el Partido Nacional Bolchevique, que posteriormente se transformó en el Partido Eurasia. Ninguna de esas fuerzas políticas logró adhesiones masivas, pero su prédica llegó a la cumbre del poder en Rusia porque conquistó al zar de la era postsoviética. Desde entonces lo llaman el Rasputín de Putin, asignándole una influencia oscura como la que tuvo aquel personaje místico sobre el último zar Romanov.

Esa gravitación en el presidente incluye el desprecio a la democracia liberal, resaltando la supremacía del ser colectivo por sobre el individuo; la valoración del cristianismo ortodoxo como elemento trascendental del espíritu y la cultura rusos; la idea de hacer desaparecer a Ucrania como nación porque ese territorio y el pueblo que lo habita son rusos.

Tales visiones tuvieron incidencia en la invasión del país vecino. También la convicción de Dugin de que Rusia debe reemplazar a la OTAN como proveedor de seguridad a toda Europa, a la que ya provee de los combustibles que la hacen funcionar.

Tendría lógica sospechar que, como parte del viraje hacia la guerra irregular que aplica Ucrania, alguna célula se haya infiltrado en Rusia para matar al ideólogo del expansionismo belicista que atacó a Georgia en el 2008 y que ahora intenta anexar el territorio ucraniano por la fuerza. Pero más allá de los motivos de Ucrania para aborrecer a Dugin, es difícil pensar que tome semejante riesgo cometiendo un crimen tan brutal dentro de Rusia y contra la neurona ideológica de Putin.

Tampoco se puede descartar que el ultra-islamismo centroasiático esté reactivando células terroristas. Pero la pregunta inquietante es qué hará Putin con este atentado. ¿Lo usará para justificar bombardeos masivos sobre Kiev y otras ciudades de Ucrania, cómo hizo en 1999 con Grozny y otras urbes chechenas por las bombas que habían sacudido a Rusia?

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