Álvaro Ahunchain
Álvaro Ahunchain

El verso del derrame

Desde la asunción del actual gobierno, venimos escuchando críticas a una supuesta “teoría del derrame” que impulsaría su política económica.

El senador opositor Alejandro Sánchez arranca la columna que acaba de publicar en Montevideo Portal diciendo que “la teoría económica del derrame establece, en términos simples, que los sectores más privilegiados de la sociedad deben crecer primero para después derramar sobre el resto”. Circulan memes en las redes que la ejemplifican con la imagen de un señor lavando un auto de alta gama y, debajo, unos niños hambrientos que tratan de beber el agua que cae de las ruedas. Es claro: el significado mismo de “derrame” es de una antipatía colosal. La palabra expresa, ni más ni menos, que hay gobiernos que favorecen a los poderosos, llenándoles los bolsillos, para que de estos rebosen algunas monedas que caigan del cielo a los sectores desfavorecidos. Así que empecemos por lo primero: lo del derrame es un verso, una metáfora totalmente desafortunada que inventaron los promotores de la “reaganomics”, y eficientemente malintencionada, cada vez que echa mano a ella uno de sus detractores.

Vean cómo sigue lo que escribe el senador Sánchez: “El Presidente fue claro: su estrategia es apoyar a los malla oro para que luego estos derramen en el resto de la sociedad. Se puede observar que la primera parte de la proposición se cumple, pero la segunda no solo no se cumple, sino que se invierte: la sociedad derrama a los malla oro”. La referencia del presidente Lacalle Pou a los “malla oro” está siendo usada y abusada por la oposición para instalar ese pueril concepto de que gobierna para los poderosos y en contra del pueblo. Habría que comenzar por explicarles que los malla oro a que alude el presidente no son grandes capitalistas de colmillos afilados. Son simplemente empresarios: personas que aportan su creatividad, esfuerzo y recursos propios para alcanzar el éxito con sus ideas y sueños. Y que en su más amplia mayoría son mipymes: micros, pequeños y medianos. Personas que en lugar de tocar a la puerta de un político amigo para obtener un cargo público que les permita flotar por décadas sin ambiciones ni sobresaltos, se la juegan por un camino propio, ya sea hacer reparaciones sanitarias, pintar paredes o diseñar software y video juegos. Son los malla oro porque en sus manos está el crecimiento de la economía, que no “derrama” un pito, sino que lo que hace es incrementar la recaudación (que un gobierno serio destinará a políticas sociales, no a obras faraónicas) y generar más puestos de trabajo, mejor remunerados.

Entiendo que todas esas tergiversaciones retóricas les vengan bien para seguir abonando el concepto de que ellos aman a los pobres y el gobierno, en cambio, disfruta expoliándolos, pero ¿no llegará el momento de aplicar un poquito de honestidad intelectual?

Vale aclarar que ese lugarcomunismo no es privativo de los opositores compatriotas. Hasta el Papa Francisco ha declarado con gran pompa que “algunos todavía defienden las teorías del derrame, que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante”. Podríamos calificar de igualmente burda e ingenua su desconfianza a priori en esa entelequia que él llama “poder económico”.

Hoy, más que los villanos explotadores que denunciaba Marx en el siglo XIX, ese poder es ejercido por inmensas corporaciones supranacionales, que están bajo la lupa de las legislaciones de los estados democráticos. En nuestras sociedades occidentales, todo William Randolph Hearst siempre encuentra algún Orson Welles que lo exponga al escarnio público. Pero dando por buena la crítica del Papa para el caso de países totalitarios (la curiosa dictadura maoísta-capitalista china, el desvariado populismo derechista ruso, aplaudido por ciertos progres locales), igual cabe preguntarse qué tiene que ver esa advertencia con países como el nuestro, donde existe un Estado fuertemente protector, consolidado desde hace más de un siglo.

El economista argentino Iván Carrino escribe una síntesis interesante al respecto, desde un enfoque liberal: “La teoría del derrame no existe. El crecimiento económico no descansa en que los ricos se enriquezcan y luego donen parte de lo que tienen. Por el contrario, se basa en permitir que haya libertad para intercambiar, y que en ese proceso voluntario, todos alcancen sus objetivos personales contribuyendo al bienestar social”.

Es una libertad que no estuvo ajena a los 15 años de gobierno del FA, cuando se recibieron importantes inversiones extranjeras de brazos abiertos -era lo que había que hacer- aunque en contrapartida se asestaron marronazos tributarios a “los que tienen más”, incluidos microempresarios, profesionales y asalariados de clase media.

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