Álvaro Ahunchain
Álvaro Ahunchain

Se ruega no matar

Un excelente informe de Qué pasa, firmado por Mariángel Solomita, transparentaba la realidad de las “barras” y sus cánticos violentos y ofensivos. Algunas de las letras citadas allí, yo las conocía de una crónica similar que escribí hace once años en Montevideo Portal.

Pensé que ya nadie seguiría entonando ese repugnante cantito sobre la melodía de “Vos sabés” de Vicentico, en el que los hinchas festejan el momento en que le dijeron a la madre de Diego Posadas que su hijo murió. Es una demostración de estúpida violencia tribal que no ha parado. Parece ser que las cámaras de reconocimiento facial y la fiscalización del Ministerio del Interior han contenido las agresiones directas en el estadio y sus inmediaciones. Pero las vendettas sangrientas entre barras siguen al firme, poniendo de manifiesto una cultura criminal sin tregua. Y se equivoca quien la identifica con determinados niveles socioculturales: los cantos de muerte se replican en todo el estadio y hasta se dejan escuchar en casamientos y fiestas de quince. “Todo el mundo canta: la barra, los dirigentes, los que van con la noviecita, la familia. Pero cuando cantás no sos tan consciente de la literalidad de lo que decís”, declara un barrabrava.

Proferir esas celebraciones a la muerte parece ser tan divertido como esos chistes que se hacen políticos, empresarios y ejecutivos de cuadros contrarios para empezar una reunión de manera “descomprimida”. Lástima que en este caso, la broma incluya nombres y apellidos de muchachos inocentes, asesinados por ese fanatismo imbécil. Un fanatismo contra el que no hay medida de contención posible. Vean lo que dice un dirigente de Nacional, respecto a la práctica de suspender los partidos cuando se escuchan esos cánticos: “Puede pasar que voy ganando 1 a 0, me están matando a pelotazos para empatarme y empiezo a cantar y la hinchada me ayuda a ganar porque paro el partido”. A los que no somos futboleros ni entendemos su curiosa lógica, nos cuesta creer que una persona llegue a la degradación moral de celebrar un asesinato, para afirmar un resultado deportivo. Pero en ese mundo irracional parece que las cosas son así.

La última perla del collar es un folleto que distribuye la Comisión de Asuntos Sociales de Peñarol entre sus hinchas: “el fútbol es una pasión, un canto a la vida. Por eso manya, no cantes canciones sobre muertes. Ponete en el lugar de aquellos que han sufrido la pérdida de algún ser querido. Y si fuera tu hijo, tu padre, tu madre, tu hermano, tu amigo, ¿cómo te sentirías? (…) Vos podés ser parte del cambio. ¡Sigamos haciendo grande a Peñarol!”.

Es innegable la buena voluntad del mensaje, pero me da la sensación de que equivale a regalarle un recetario vegano a un caníbal. Algo así como colgar un cartelito en las esquinas que dijera “Se ruega no matar”. La única estrategia contundente que he visto en los últimos años para contener este flagelo, más allá de la imprescindible represión policial, fue la ingeniosa idea de la Federación Uruguaya de Básquetbol de que dos equipos jugaran una final con las camisetas intercambiadas. Si los mismos dirigentes de fútbol (y hasta personalidades públicas del país) se pasan botijeando al adversario deportivo, no esperemos que la gente adocenada tome conciencia de su proceder delictivo.

A largo plazo: educar en valores. Pero a muy corto: extirpar el fanatismo pueril por las camisetas, dando el ejemplo desde arriba.

Reportar error
Enviado
Error
Reportar error
Temas relacionados