Álvaro Ahunchain
Álvaro Ahunchain

Pereza genética

Hace unos días se viralizaron fragmentos de una declaración del presidente colombiano Gustavo Petro, en el sentido de que “cuando los pobres dejan de ser pobres, se vuelven de derecha”.

En el festín infamante de las redes sociales, esa frase dio lugar a todo tipo de comentarios burlones. Por eso me pareció preferible ir a las fuentes. La versión completa de la entrevista, realizada en noviembre del año pasado, cuando Petro era senador, se encuentra en el canal de Youtube “Capital” bajo el título “El lenguaje en la política con Gustavo Petro”. Vale la pena mirarla, para obtener una radiografía del típico discurso izquierdista latinoamericano.

Lo que él postula es lo que han repetido distintos líderes populistas, desde Lula y Dilma hasta Mujica, Rafael Correa y Cristina Fernández. En pocas palabras: la línea argumental es que la izquierda ha combatido la pobreza con tanta eficacia que acostumbró a la gente a mejorar su capacidad de compra y con eso a ambicionar más estatus económico y social. Según él, al acceder las personas a más bienes de consumo, aceleran los efectos negativos del cambio climático y se vuelven egoístas, abjurando de su solidarismo originario. Vean cómo lo manifiesta: “Cuando vota la clase media, se destruye la Bogotá humana. La persona es propietaria -endeudada- de un apartamento y un carro; entonces se siente de clase media y su agenda política varía. Eso se llama ‘botar la escalera’. Él subió por la escalera que nosotros construimos, pero él quiso botarla para que otros no subieran. Eso es lo que ha pasado en toda América Latina”. Y agrega: “la gente se identifica con una agenda del tener, y la izquierda se identifica con superar la pobreza, o sea que los pobres tengan. Y cuando los pobres dejan de ser pobres y tienen, entonces se vuelven de derecha”.

El argumento no es nuevo y ha servido para culpar a las mayorías ciudadanas que desplazan a las izquierdas del poder: se les atribuye ese cambio por obrar a base de un egoísmo materialista, sin considerar siquiera que esas mayorías pudieran haberse hartado de los escandalosos actos de corrupción de aquellos gobiernos. Tampoco se les pasa por la cabeza la posibilidad de que los electores descrean de las promesas demagógicas y opten en cambio por gobiernos austeros y respetuosos de la iniciativa individual como motor de progreso.

Según Petro, el gran desafío de los populismos (categoría que él reivindica) consiste en enseñar a la gente a deshacerse de la ambición material y en cambio aprovechar su mejora económica para tener más tiempo libre. No es nada diferente a lo que suele decir Mujica cuando se pone en modo filósofo. Trabajar menos es una promesa electoral atractiva para cualquiera, pero tampoco tiene en cuenta que la ambición de crecimiento material es positiva cuando impulsa al emprendedor a crear un bien u ofrecer un servicio que representa beneficios para la sociedad. Con el ideal de vida de Petro, ni Bill Gates ni Steve Jobs se hubieran quemado las pestañas hasta altas horas de la noche para inventar y producir sus innovaciones, las cuales generaron millones de puestos de trabajo y más calidad de vida en todo el mundo. Hay una genética pereza burocrática en esta izquierda que propone trabajar menos para disfrutar más y sataniza el deseo de mejorar económicamente.

Les haría bien abandonar su retórica pobrista y tratar de convencer desde el respeto a la libertad de las personas de elegir qué hacer con sus vidas.

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