Álvaro Ahunchain
Álvaro Ahunchain

Milanesas

No cabe duda: soy un viejo. Pertenezco a una generación que salió a la calle a manifestar contra una dictadura.

Desde el teatro y desde la prensa opositora de entonces, hice lo que pude para que volviera la libertad. Por unas denuncias que hice en el semanario Jaque contra el Sodre de la dictadura, me investigaron por conspirador subversivo. Algo más veterano que yo, mi amigo Claudio Invernizzi la pasó mucho peor. Cayó en cana en la época más dura de la represión, por crear y difundir su primer mensaje publicitario: un glorioso “abajo la dictadura” en una pared.

No era que solo nos estuviéramos jugando la libertad y la vida: estábamos rebelándonos en la defensa de valores éticos.

Son recuerdos que me vienen a la mente ahora, cuando asisto al nivel bochornoso de la comunicación opositora.

Es un río revuelto de mentiras y medias verdades contra el que es muy difícil responder, sin caer en un discurso reactivo y defensivo, que obviamente favorecería la credibilidad de los impugnadores. Como esos juegos de muñequitos que saltan de distintos agujeros y uno tiene que aplastarlos con un martillo: en un minuto te saltan con la falacia de los desalojos exprés y, apenas respondiste con la verdad, te saltan con la presunción de que el gobierno quiere desmantelar Antel. Les explicás que es al revés, y enseguida saltan con el gatillo fácil y la persecución sindical y bla bla bla. La estrategia del comando del Sí parece ser esa: una guerra de guerrillas de multiplicación de focos discursivos, para que el oficialismo no tenga tiempo de despejarlos todos.

En ese río revuelto también se ahogan algunos comunicadores. Selva Andreoli acaba de publicar un fragmento de un informativista de canal 4 que dice a cámara, muy suelto de cuerpo: “como ustedes saben, estos aumentos o modificaciones que se dan de manera mensual, surgen a raíz de uno de los artículos de la LUC”. Ahora parece que el combustible sube porque así lo pide una ley maligna, como si el aumento del precio del petróleo no tuviera nada que ver.

Por ahí aparecen también unos videos domésticos de un señor que habla con un caballo atrás, con acento gauchesco (aunque se dice que en realidad es un obrero de la construcción disfrazado), diciendo disparates que no se atrevería a pronunciar ningún dirigente opositor, pero que en boca de un anónimo, dale, metelo que no pasa nada.

Con expresión compungida y rebelde, el hombre ya está asustando con la reforma de la seguridad social, aunque no tenga nada que ver con la LUC pero sirva para pintar colmillos de vampiro al gobierno.

Y algunos argumentos falaces que ellos mismos ya habían desactivado, como el de la famosa “privatización de la enseñanza”, vuelven a aparecer en la publicidad de sindicatos docentes y en el discurso emocionado de cantantes populares.

En este estado de cosas, explicar los artículos de la ley de manera racional y objetiva puede llegar a ser tan inútil como enseñar a leer sánscrito. Está bravo, muy bravo.

Es un hecho: se sigue imponiendo la lógica perversa de las redes sociales.

La viralización es más valiosa que la verdad. La cantidad de retuits tiene razones que la razón ignora. Es como ha escrito mi colega Robert Moré, celebrando haberse convertido en trending topic por su pelea en el barro contra Esteban Valenti: “Mirá, mamá, soy tendencia. ¿me hacés milanesas?”.

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