Álvaro Ahunchain
Álvaro Ahunchain

Contra el lobby petrolero, puré de papas

Las noticias internacionales de estos últimos días muestran una contradicción inquietante:

Países que enfrentan una guerra o padecen dictaduras sanguinarias donde la población civil asume comportamientos heroicos, y otros occidentales donde impera el respeto a los derechos humanos, en los que brotan como hongos activistas que se creen heroicos por hacer protestas estúpidas.

En la primera categoría están, indudablemente, Ucrania e Irán. De la valiente nación invadida por Putin no hay mucho más que agregar. En cuanto a Irán, el asesinato vil de Mahsa Amini, una chica de 22 años arrestada y torturada el 16 de setiembre por no usar el velo “correctamente”, levantó una admirable ola de indignación popular, con congéneres que se quitan el suyo para desafiar el autoritarismo, aun exponiéndose a una cruenta represión policial. Son signos esperanzadores de que los fundamentalismos, por poderosos que se muestren, siempre serán derribados por el viento de la libertad. Como la lección que da la planta que crece en un lugar sombrío: invariablemente, su tallo se dirige hacia el más pequeño agujerito por donde entra el único atisbo de luz. No hay religión, ni cultura, ni déspota, ni fuerzas de seguridad capaces de contener a la gente cuando se alza contra el oscurantismo.

Acaba de viralizarse un video del momento en que estudiantes iraníes de la Universidad de Hormozgan, en la región de Bandar Abbas (que la prensa define como una de las más conservadoras del país), derriban literalmente una pared que separaba los espacios de la cafetería destinados a hombres y mujeres, al grito de “libertad”. Ellas y ellos, juntos, la emprendieron a puntapiés contra ese símbolo de una tradición discriminante, promovida por un régimen impuesto con base en un terror que ya no logra infundir. Las organizaciones de derechos humanos hablan de más de 250 crímenes por la represión en apenas dos meses, pero que no lograron imponer el miedo.

Mientras asistimos a este ejemplo de dignidad, del lado occidental y cristiano del mundo las protestas tienen un tono bien distinto.

Chiquilines activistas contra el cambio climático y el uso de combustibles fósiles se solazan en filmarse cuando tiran sopa de tomate y puré de papas contra obras de Picasso, Van Gogh, Monet y Vermeer. El caso de La joven de la perla de este último es tal vez el más gracioso de todos, porque el muchachito pega su frente con cola adhesiva sobre el vidrio que (por suerte) protege al cuadro y, como no le queda distancia para arrojarle la salsa de tomate, se la echa sobre sí mismo, entre la espalda y la camiseta. Más que un manifiesto político, parece un gag disparatado de Sacha Baron Cohen. Otros le reventaron un tortazo en la cara a la reproducción en cera del rey Charles III, en el museo Madame Tussaud. Un acto de valentía digno de Laurel y Hardy.

Los guardias de seguridad llegan con toda calma, los despegan y se los llevan. Los directores de los salones de exposiciones empiezan a preguntarse si no convendrá interponer más vidrios entre las obras y el público. La gente retuitea diciendo “¡mirá qué bárbaro esto!” y todos contentos. Incluso los supervillanos del lobby petrolero, que se estarán matando de risa de la ridiculez de sus detractores. Pero esta rebelión adolescente (con perdón de los adolescentes, que suelen ser rebeldes en serio) no lo es todo.

A raíz de la represión en Irán, ahora resulta que conocidas figuras del espectáculo y la cultura han puesto de moda filmarse cortándose un mechón del cabello. Es una actitud que en la cultura musulmana tiene un enorme valor testimonial, porque es interpretada como una durísima protesta simbólica. Pero en la cultura occidental, no estaría pasando de interpretarse como “mirá cuánto me preocupa que te estén matando: me impongo el sacrificio extremo de cortarme el pelo de manera irregular y así quedar re-desprolijo”.

El novelista suizo Kim de l’Horizon subió a recibir el Premio Alemán del Libro y se rapó delante del público, también en adhesión a las mujeres iraníes.

Hay comentaristas por ahí que dicen que para estas luchadoras, ese tipo de mensajes son positivos, porque ven en ellos el compromiso de los países occidentales con su causa.

La verdad es que yo no estoy tan seguro. Al revés, creo que esa interpretación la hacemos nosotros desde nuestro propio ombliguismo. Viviendo en un país democrático, para mí sería un bollo arrancarme un mechón frente a la camarita del celular. Hasta podría pintarle cuernitos a los Treinta y Tres Orientales de Blanes con puré de manzana, y semejante transgresión no pasaría de que me comiera una noche en cana.

La libertad de la que gozamos nos hace acometer esta clase de niñerías con el único fin de hacernos ver en las redes sociales. Es la civilización del espectáculo llevada a extremos de frivolidad galopante.

Pero las grandes injusticias de este mundo no se combaten usándolas como excusa para acumular likes. Quienes arriesgan la vida sometidos al yugo del totalitarismo merecen más respeto.

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