Álvaro Ahunchain
Álvaro Ahunchain

Insolencia intacta

Estamos muy aliviados de que le quitaran el respirador y pudiera decir algunas palabras. Pese a la gravedad de unas lesiones que le cambiarán la vida, su sentido del humor insolente se mantiene intacto”.

Son recientes declaraciones de Zafar, el hijo del escritor Salman Rushdie, quien días pasados fue apuñalado cuando se aprestaba a dar una conferencia en una universidad. 33 años después de la fatwa del ayatolá Jomeini, por la supuesta blasfemia de la novela Los versos satánicos, el atentado dio muestra de la persistencia criminal contra la libertad de expresión y creación.

Como le está pasando a muchos, esta tragedia me motivó a leer la novela y para mi sorpresa, me estoy encontrando con un relato imaginativo y desbordante de comicidad. Es verdad lo que dice el hijo del escritor cuando refiere a su “humor insolente”. Se trata de la misma llama que encendió Aristófanes hace más de dos mil años y que recorre la historia de la literatura y el arte, con exponentes tan diversos como François Rabelais, Jonathan Swift, Molière, Voltaire, Lautréamont, Rodolfo Walsh, los Monty Python y Charlie Hebdo. Y por esa misma razón, sus cultores suelen ser aborrecidos o masacrados por los poderes totalitarios de turno. No importa que sean gobiernos monárquicos o teocráticos o meras sectas fanáticas: la libertad creativa siempre los hará temblar.

Lo grave de este caso no es la reacción de cierta prensa iraní, celebrando el atentado. Es lo menos que podía esperarse de cerebros absorbidos por el fundamentalismo.

Más preocupante es que desde los ámbitos académicos y políticos occidentales, haya gente que diga poco menos que Rushdie se lo buscó. Amparándose en un aparente respeto a la diversidad religiosa -que nadie pone en duda- terminan justificando una acción criminal, arrodillándose ante las amenazas de esa horda de asesinos, cuya prédica de odio nada tiene que ver ni con el Islam ni con religión alguna.

Si el lector cree que exagero, ahí tiene una nota que el expresidente Jimmy Carter escribió para The New York Times en 1989, cuando Jomeini emitía su sentencia de muerte, y que oportunamente ha citado el periodista argentino Alejo Schapire en estos días. “Si bien las libertades de la Primera Enmienda son importantes”, escribe Carter, “hemos tendido a promover a Rushdie y a su libro sin reconocer que es un insulto directo a esos millones de musulmanes cuyas creencias sagradas han sido violadas y sufren en un silencio moderado la vergüenza adicional de la irresponsabilidad del ayatolá”. Para que no haya dudas sobre su postura, la emprende también contra la película “La última tentación de Cristo”, de Scorsese, cuyas “ideas sacrílegas me angustian a mí y a todos los que comparten mi fe”.

Qué escasa será esa fe, si la puede hacer tambalear una simple ficción artística.

Si de religión se trata, yo me quedo con una escena inolvidable de la película “Quo vadis” (1951), en la que el forzudo Ursus era obligado a enfrentar en la arena del circo romano, sin armas, a un toro salvaje. El hombre logra derrotar al animal, como una metáfora del humanismo venciendo a la bestialidad, de la espiritualidad ganándole a la prepotencia.

La hermosa lección se repite ahora, cuando parece que Rushdie se está recuperando y que su insolencia se mantiene intacta: otra metáfora acerca de la tozudez con que la libertad termina imponiéndose al terror.

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