Álvaro Ahunchain
Álvaro Ahunchain

Fascismo ambiental

Cierta vez, un querido amigo, el teatrista Enrique “Gallego” Vidal, me hacía valorar la natural vocación democrática de los uruguayos con un ejemplo práctico: “Somos demócratas hasta cuando nos juntamos para concretar un proyecto. Enseguida elegimos una comisión directiva y redactamos estatutos”.

Dicho en otras palabras: por simple que sea un nucleamiento de compatriotas con intereses comunes, casi siempre busca una conducción surgida de su opinión mayoritaria y una institucionalidad, un conjunto de normas de convivencia al que todos se sujeten. Enrique, que es un frenteamplista de los históricos, ponía el ejemplo de los tradicionales comités de base donde, en las buenas épocas, socialdemócratas y marxistas discutían ardorosamente. Fundaba estos ejemplos en el talante de los combatientes republicanos de la guerra civil española: tenían tanto respeto por las formas democráticas, que incluso votaban en las trincheras si atacar o replegarse, en medio de las balaceras…

Es lo que el semiólogo Fernando Andacht, ha denominado con acierto “batllismo ambiental”. El Uruguay del siglo XX, por lo menos hasta la escalada tupamara de un lado y militarista del otro, fue una nación forjada en el consenso y la tolerancia. Es verdad que algunos partidos de izquierda de las primeras cinco décadas del siglo, con la honrosa excepción del socialismo de Frugoni, defendieron la dictadura genocida de Stalin. Pero en última instancia lo hicieron desde el desconocimiento y a partir de una versión distorsionada de lo que ocurría en la URSS.

Estas reflexiones vienen a cuento de lo que está pasando con ciertos juicios sesgados o pretendidamente neutrales acerca de la sanguinaria invasión rusa a Ucrania.

No sé si son servicios de contrainformación especialmente contratados desde el país agresor o meras alcahueterías espontáneas a ese nuevo Hitler instalado en el Kremlin, pero las redes están infectadas de discursos justificatorios de la invasión, en la mayoría de los casos fundados en un prejuicio antioccidental, funcional al marxismo trasnochado que por estos lares aún vive.

El mismo Kremlin que, gobernado por un signo ideológico opuesto al actual pero igualmente totalitario, condenó a muerte por inanición a siete millones de ucranianos, en el Holodomor pergeñado por Stalin, ahora dispara misiles sobre la población civil. Pero a diferencia de los años 30 del siglo pasado, en esta época no demoraremos dos décadas en enterarnos del crimen, sino que lo estamos atestiguando en vivo y en directo. Y sin embargo, las orejeras antioccidentales de un sector de la población (aquella ciudadanía que se preciaba de un acendrado republicanismo) hoy justifica la matanza y aplaude a los verdugos.

Solo así se entiende una declaración del Frente Amplio, pasada de cautelosa, y la protesta del flamante senador Cag-giani, no por la inicial falta de condena uruguaya a Rusia en la OEA, sino por la posterior rectificación del gobierno.

Este trágico evento internacional pone de manifiesto, como nunca en los últimos años, que el conflicto global dejó definitivamente de ser entre derecha e izquierda y ni siquiera lo es entre capitalismo y socialismo. La verdadera dialéctica de hoy es entre libertad y totalitarismo: de un lado, los sistemas que garantizan el respeto a los derechos humanos y, del otro, aquellos que los avasallan impunemente.

Quien no entienda esto tan obvio, la verdad es que no entiende nada.

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