Álvaro Ahunchain
Álvaro Ahunchain

Eutanasia en el bar

El controvertido proyecto de legalización de la eutanasia está que arde. El domingo pasado fue tema del programa Polémica en el bar, en canal 10.

Escasos días antes salieron a la luz nada menos que cinco informes del Ministerio de Salud Pública redactados en mayo, que misteriosamente nunca habían sido analizados por la comisión parlamentaria que trabaja en el proyecto, la que explícitamente se negaba -y aún se niega- a recibir al MSP como fuente de asesoramiento.

A estos antecedentes se suman entusiastas defensas de la ley por parte de comunicadores notorios, y un evento realizado anoche mismo en el anexo del Palacio Legislativo, en el que el grupo Prudencia jugó la que tal vez sea su última carta contra la iniciativa.

La aceleración del conflicto tiene una causa muy clara: se supone que el 6 de septiembre es la fecha prevista para votar la ley, ahora nomás, y que hay apoyo mayoritario para su aprobación.

Así que pido disculpas al lector (y a más de un querido colega de este diario que la defiende), pero hoy también -y acaso por última vez- quiero alegar en su contra.

La crispación y el griterío en que por momentos se incurrió en Polémica en el bar es una metáfora muy precisa de lo que pasa con este tema. Un contertulio dijo que la palabra eutanasia significa “vida digna”, lo que fue reafirmado por un zócalo sobreimpreso en pantalla durante un buen rato. Pues no es así. Etimológicamente, significa algo bastante diferente: “buena muerte”. Otro pontificó que el debate de fondo no era entre legisladores a favor o en contra de acabar con la vida a pedido de un paciente, sino que se trataba de una pulseada entre ateos y religiosos. Tampoco es cierto. San Agustín teorizó en favor de la eutanasia. La iglesia anglicana de Holanda fue una de las instituciones que más impulsó su legalización en ese país. Y esto es muy lógico: quien cree a ciegas en que habrá vida después de la muerte, no tiene problema alguno en sacar pasaje al paraíso por adelantado.

En cambio, los agnósticos rabiosos como yo, a quienes realmente nos atormenta la perspectiva de disolvernos en la nada, defendemos con uñas y dientes un derecho humano básico, que no tiene nada que ver con prejuicios religiosos: el derecho a la vida, en cualquier condición y circunstancia.

Después salió lo del supuesto derecho a elegir “una salida” frente a un sufrimiento insoportable. Y en este punto, los que bregamos para que no se apruebe esta ley, ¡no logramos hacernos entender! Si el objetivo es eliminar el sufrimiento de un paciente terminal, no hace falta matarlo: para algo existe la sedación paliativa, que es lo que se hace en nuestro país bajo el actual marco legal. Ante la evidencia de un dolor ya irremediable, los paliativistas aplican medicamentos que sacan al paciente de ámbito. Transita la última etapa de su vida en paz y la muerte le llega como consecuencia natural de su enfermedad y no por una inyección letal.

Coma inducido no es lo mismo que eutanasia. La única diferencia (aparte de que uno mantiene al paciente con vida y la otra lo elimina) es el tiempo. Y como dicen los libros gringos de autoayuda, “time is money”. Matar a una persona agonizante genera menos costos que mantenerla con vida, aplacando su dolor.

Por eso, los países que la han legalizado, asisten a un crecimiento exponencial de eutanasias: los sistemas de salud ahorran plata y las personas más vulnerables suelen sentirse conminadas a optar por esa vía, para no causar molestias en un mundo que cada vez más las mide por su utilidad y da menos lugar a la solidaridad y la compasión.

Un periodista amigo se quejó en Twitter porque el ministro Salinas dijo que no estaba a favor de la “salida rápida”. “Salida rápida es el suicidio”, dice mi amigo, ofuscado. Y yo le replico: ¿qué es la eutanasia, si no un suicidio asistido? Sugiero al lector (y especialmente a los parlamentarios que están a punto de levantar la mano) que busque en el proyecto, a ver si encuentra el concepto “suicidio asistido”. ¡Milagro! ¡No aparece mencionado en ningún momento! ¿Será que lo retiraron discretamente, porque es feo avalarlo en un país que ostenta un vergonzante récord mundial de suicidios?

Nos declaramos todos resensibles en el combate a la depresión que lleva a una persona a autoeliminarse. ¿Pero acaso no nos damos cuenta de que el paciente terminal -que tendría la chance de pedir una sedación paliativa para calmar su sufrimiento- pide la muerte por una razón similar? ¿Cómo pueden llamar “libertad de elección” a la desesperación que mueve a un ser sufriente a pedir la muerte?

Hay otro artículo del proyecto que demuestra lo flexibles que son las palabras cuando se quiere justificar lo injustificable: “a todos los efectos, la muerte por eutanasia será considerada como muerte natural” (sic). Claros gazapos de redacción: falta la palabra “suicidio” y sobra “muerte natural”.

Ojalá el próximo 6 de septiembre haya parlamentarios, de los que no naturalizan las inyecciones letales, que recapaciten.

Reportar error
Enviado
Error
Reportar error
Temas relacionados