Álvaro Ahunchain
Álvaro Ahunchain

Educar ovejas

Cuando creíamos que ya lo habíamos visto todo, llegan nuevas muestras de la decadencia intelectual que atraviesan todos los niveles socioculturales.

El sábado nos enteramos por este diario que un juez obliga a un colegio privado a pasar de año a una alumna, contra la opinión de sus docentes responsables. Debe ser la primera vez en la historia del país de José Pedro Varela, que el Poder Judicial modifica una decisión educativa, avasallando la libertad de cátedra de quien la había tomado.

Felizmente, las autoridades de ANEP respaldan al colegio, lo que no es poco decir en un país donde un consejero de Primaria ha declarado muy suelto de cuerpo que "en términos de aprendizajes, la enseñanza privada es una estafa" (Pablo Caggiani a Búsqueda, 1º de febrero).

Primero habría que analizar el origen de este absurdo: los padres que llevan el caso a la Justicia porque entienden que la repetición priva a su hija del derecho a recibir educación. ¿Creerán preferible pasarla a un nivel para el que no está preparada? ¿No se dan cuenta de que la repetición es en sí misma la mejor alternativa educativa para ella? Si un médico les diagnostica apendicitis, ¿irán también a juicio para evitar la cirugía? ¿Tan bajo hemos caído culturalmente en este país, que los padres de una alumna creen que su percepción subjetiva es más atendible que la evaluación de un experto? Pero más grave aún es que un juez, sin ningún sustento legal, se entrometa en una decisión técnica, contradiciendo a un docente que contaba con el respaldo tanto de la institución educativa como de las autoridades nacionales en la materia. La ignorancia del juez Gerardo Álvarez debe ser señalada con toda claridad y rigor, porque redunda en un perjuicio concreto para una estudiante que, con este fallo, ve obstaculizado su derecho a recibir una educación que atienda a su realidad personal. Me remito a dos citas de la sentencia, que dan idea precisa del diletantismo pedagógico del magistrado. En una parte dice que "el déficit atencional y cierto grado de dificultad motriz no pueden ser utilizados, como lo hace la institución educativa, para impedir que la niña avance en su educación escolar". Se ve que, para el juez, avanzar no es aprender, ¡sino meramente pasar de año! En otro pasaje, dice que "no se puede someter a un niño a una frustración tan grande como lo es la repetición, cuando la verdadera carencia fue de la propia institución".

Me parece estar escuchando al psicólogo Alejandro De Barbieri, citando a Savater: "El educador tiene que ejercer su autoridad, lo que en ocasiones hará que caiga antipático. Pero debe serlo, porque educar, en buena medida, es frustrar".

El fallo de este juez y la actitud de los padres de la niña son indicativos de ciertas corrientes pedagógicas que postulan una libertad irrestricta del educando, abandonándolo a su zona de confort para que aprenda lo que él quiera y cuando quiera, desterrando la disciplina, el sacrificio y el esfuerzo en la aprehensión de habilidades y conocimientos que, aunque no le sean gratos, serán imprescindibles para su formación. Si seguimos consintiendo así a nuestros hijos y alumnos, estaremos capacitando a personas indolentes, víctimas del éxito fácil, incapaces de formularse objetivos y luchar por ellos.

Peor aún, los haremos conformistas, mansos ante el statu quo, carentes del espíritu crítico y la rebeldía que solo promueve una educación de calidad, formadora de ciudadanos y no de ovejas.

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