Álvaro Ahunchain
Álvaro Ahunchain

Dar la cara

Siempre sustanciosa, la sección Qué pasa de El País del domingo pasado abordó los desafíos que enfrenta el presidente Lacalle en la mitad de su mandato. Me concentraré en el segundo tema abordado, que es el de la comunicación presidencial.

El autor se pregunta si ese aspecto está en una fase de riesgo y consulta a diversos expertos, con algunas de cuyas respuestas tengo fuertes discrepancias. Se pone el eje en la rápida reacción del presidente al caso Astesiano, brindando una conferencia de prensa inmediatamente después de trascendido el hecho.

Todos los consultados coinciden en que la frecuencia de sus apariciones públicas es un activo de Lacalle y explica la buena imagen del gobierno. Pero en ese caso puntual, la valoran negativamente.

Para Eduardo Bottinelli, dichas apariciones son “un recurso que ha usado en demasía”. Montserrat Ramos teme “una sobreexposición notoria” que comience a tener “visos de arenas movedizas”. Victoria Gadea elogia esa manera de “cómo manejar una crisis para controlar lo que se discute”, pero la matiza señalando que “otra biblioteca dice que hay que esperar a tener más información”. Iván Kirichenko manifiesta dudas “sobre si no hubiese sido más adecuado buscar algún camino intermedio, como el de un vocero alternativo o postergar por alguna hora más su salida”. Mariana Pomiés aconsejaría “salir menos, ser más riguroso, esperar a tener más información”.

Desde mi experiencia en el tema, entiendo que estas apreciaciones incurren en un similar error de enfoque: el problema no es la comunicación del presidente sino la crisis que debió cargar en sus hombros. Todos los gobiernos se han visto expuestos a situaciones de esta índole, que son connaturales al hecho de liderar equipos tan numerosos y diversos. Tal vez alguna de las respuestas que él dio en su conferencia de prensa no fueron funcionales estratégicamente, pero ¿qué alternativa tenía? Haber demorado en salir o mandado a otro que hablara en su nombre, hubiera sido infinitamente peor. Un aspecto básico de la comunicación política es que los silencios comunican. No asumir la responsabilidad de encarar a la opinión pública en una situación de crisis, genera un daño que puede ser irreparable.

Hay un libro del experto argentino Alberto Borrini que lo dice ya desde el título: “El silencio no es negocio”. La sabiduría popular agrega que el que calla, otorga: no por hablar se soluciona el problema, pero al menos se ve la rectitud de quien asume su gravedad, dando la cara.

Cuando la circunstancia difícil es ajena al gobierno, enfrentar las cámaras de televisión es lo más obvio, porque implica mostrar el aplomo necesario de quien sabrá enfrentar el conflicto. Pero incluso si se tienen las de perder, la comparecencia ante la opinión pública es mandatoria e inevitable. Lo hizo Jorge Batlle en el estallido de la crisis de 2002. Y hasta Bill Clinton, cuando se comprobó un escándalo de su vida personal que él mismo había negado antes.

Los desafíos de la comunicación política no deben analizarse con el diario del lunes.

La conferencia de prensa de nuestro presidente no podía solucionar el problema, pero fue imprescindible.

En última instancia, la gente aprecia que quien ejerce la autoridad se someta a las preguntas de los periodistas, en lugar de grabar un videíto con tono victimista y colgarlo en Youtube, para salir del paso.

Reportar error
Enviado
Error
Reportar error
Temas relacionados