Alejandro Lafluf
Alejandro Lafluf

La cultura del abuso

La calidad de una República nunca es superior a la calidad de sus ciudadanos. La República depende de la Constitución pero la calidad de una República depende de sus ciudadanos.

Cuando B. Franklin presentó la Declaración de Independencia una mujer se le acercó y le preguntó: ¿Qué tipo de gobierno nos legó? Franklin le contestó: “Una República señora…si es que pueden mantenerla”. Franklin sabía que tener una República jurídica no era suficiente; para que las cosas marcharan bien, era necesario contar además con una cultura democrática.

La buena convivencia depende enteramente de nuestra cultura democrática. Y mantener una cultura democrática en una República no es el deber de unos pocos sino la responsabilidad de todos los ciudadanos que viven en ella.La violencia y el malestar de la sociedad uruguaya no son más que la contracara, o mejor, la consecuencia de nuestra escasa cultura democrática. Todos los días nos degradamos un poco más. ¿Cuál es el origen de esa degradación? Una respuesta obvia sería la violación permanente de los derechos. Sin duda, cada vez que se comete un delito, la Democracia vale un poco menos. Y cada vez tenemos más delitos. Sin embargo, a pesar de esta obviedad, la tesis que quiero someter a tu consideración, mi estimado lector, es que los delitos, a pesar de su gravedad, no son la causa de nuestra degradación cultural. Los delitos tienen que ver con una violación directa (expuesta) de los derechos. Sin embargo, lo que degrada la cultura democrática de una sociedad no tiene que ver con eso sino con algo más profundo, más solapado (y por lo mismo, menos expuesto). Lo que explica buena parte de nuestro malestar es el “abuso del derecho”.

Me explico con algunos ejemplos: el derecho a denunciar un acoso laboral es sagrado pero utilizar ese derecho (simuladamente) para neutralizar un sumario administrativo es abuso. El derecho de huelga es indiscutible pero la ocupación es abuso. Las medidas sindicales son incuestionables pero cuando se adoptan por razones banales y se llevan las cosas hasta la “esencialidad” es abuso. Prestar un servicio mediocre y cobrarlo como excelente es abuso. Que un gobierno rinda cuentas a su pueblo está bien, que lo convierta en un acto partidario es abuso. Que los sindicatos representen los intereses de sus trabajadores es incuestionable, que pretendan co-gobernar es abuso. Que el Gobierno participe en los Consejos de Salarios es valioso, que lo haga de modo parcial es abuso. Que las ganancias de las empresas públicas se vuelquen a rentas generales es entendible, que se utilicen para financiar malos manejos administrativos es abuso. Politizar ámbitos de la cultura que nos pertenecen a todos es abuso. Medir convenientemente datos fundamentales de la economía es abuso.

Acudir a las redes sociales para comunicar algo es comprensible, utilizarlas para el escarnio público es abuso. Convertir hechos en opiniones es abuso. La sobre utilización del proceso penal abreviado es abuso. Prometer y no cumplir es abuso. El pase social es abuso. Hacer política sin compromiso es abuso. Renombrar institutos, forzar conceptos, ponerle nombres ostentosos a las cosas y no hacer reformas de fondo, es abuso. Y así podríamos seguir agregando ejemplos a la lista. El abuso del derecho es un instituto muy viejo. Los romanos lo conocían perfectamente al igual que nuestros codificadores que no dudaron en consagrarlo en nuestro Código Civil. El artículo 1321 CC expresa magistralmente “El que usa de su derecho no daña a otro, con tal que no haya exceso de su parte”. De este modo el codificador deja las cosas bien claras: los derechos dependen de la ley pero su correcto ejercicio depende de los ciudadanos. Y el ejercicio abusivo no será tolerado, por el contrario, será considerado ilícito y el que abusa será responsable del daño que ocasione.

El abuso de derecho es violento pero además es cobarde. Nunca se muestra como lo que es. Nunca dice lo que realmente quiere. Y nunca quiere lo que dice. El que abusa simula. Simula defender una causa pero en realidad le interesa otra cosa. Para decirlo de una vez: el que abusa no está interesado en su derecho y menos aún en el derecho de los demás. Por eso al que abusa no le importa dañar porque en lo único que piensa es en el poder. El abuso de derecho es una demostración de poder. Nada más. El que abusa convierte al derecho en una herramienta de poder al servicio de su propio interés. Y por eso no tiene el más mínimo reparo en usarla para lograr lo que quiere a pesar del daño que cause. El que abusa no busca ejercer su derecho. Esa es la mentira fundamental. Para el que abusa, el derecho no es más que una coartada. Una coartada para obtener lo que quiere. Y exactamente ahí yace la raíz del problema, porque los derechos no son una coartada. No son un escudo detrás del cual nos podemos esconder para dañar a los demás. Los derechos son conquistas sociales valiosas y están ahí para garantizarnos a todos una vida más digna.

Tenemos que recuperar nuestra cultura democrática. Dejar de abusar y de abusarnos. Los derechos dependen de la Ley pero su ejercicio legítimo depende de nosotros. La vitalidad de una Democracia y la buena convivencia descansan, en última instancia, en la madurez de sus ciudadanos.

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