OPINIÓN

Una política a la altura del desafío

La cuestión ahora es si será posible diseñar un camino institucional que permita una genuina solución o si aprovecharán para diseñar un proceso que preconfigure el resultado que desean.

Manifestación en Chile. Foto: AFP.
Manifestación en Chile. Foto: AFP.

El pueblo chileno, por una mayoría abrumadora, ha rechazado la propuesta de nueva Constitución elaborada por la Convención Constitucional. Lo hizo en un plebiscito con una participación histórica.

Hay, y por cierto habrá, mucho que decir respecto de lo que significa el resultado, sobre la contribución que hizo el desempeño de la Convención y los notorios niveles de distorsión del contenido de la propuesta de Constitución que circularon en la campaña. Pero la magnitud del rechazo muestra que había algo en la propuesta de Constitución que no fue aceptable para el pueblo chileno.

Es importante pensar esto con cuidado, porque también es verdad que la propia campaña del Rechazo asumió algunos de los contenidos de la nueva Constitución, como el Estado social y democrático de derecho, el reconocimiento de los pueblos indígenas y de la multiculturalidad de Chile (aunque no la “plurinacionalidad”) y la paridad.

Es fundamental distinguir, en la discusión constitucional que continuará, el contenido rechazado de aquel que en la propia campaña se mostró como común. Parte de la explicación del resultado está en que la unilateralidad de la propuesta de nueva Constitución causó a muchos chilenos y chilenas una suerte de vértigo: eran muchas cosas, desde el Estado social a los derechos de los animales. Esto fue consecuencia del resultado de la elección de convencionales, que dejó a la derecha reducida a una mínima expresión y permitió la incorporación de sectores que nunca habían estado representados.

El clima político de crisis aguda y la composición de la Convención llevó a esta a un clima de revancha. Ha habido más esfuerzos de condenar ese clima que de entenderlo, y lamentablemente es predecible que el resultado agudice esto. Hoy es indudable que fue un clima que le jugó en contra a la propia Convención, en la medida en que contribuyó al Rechazo.

Con independencia de los juicios morales que ese clima merezca, él fue una manifestación de algo que hoy es especialmente importante tener presente: el proceso constituyente llegó tarde, cuando la crisis se había desarrollado a un punto que hacía difícil que los vencedores en la elección de mayo de 2021 tuvieran la magnanimidad que, ahora sabemos, necesitaban haber tenido.

Esa magnanimidad es la capacidad de entender que, a pesar de que conforme a las reglas puedo decidir con prescindencia del otro, la política exige no hacerlo. La situación se presenta hoy invertida, como consecuencia del resultado de domingo.

El efecto jurídico de la decisión del pueblo chileno es la mantención sin más de la Constitución de 1980. Pero el pueblo ya había decidido, en octubre de 2020, que quiere una nueva Constitución y que esa nueva Constitución debe darse a través de una Convención Constitucional.

El desajuste entre el efecto jurídico del Rechazo y las decisiones tomadas por el pueblo en octubre de 2020 solo puede salvarse con una reforma a la Constitución de 1980, una reforma que diseñe un nuevo proceso constituyente, una nueva Convención Constitucional. Toda reforma constitucional, sin embargo, sigue necesitando los votos de quienes siempre han defendido la Constitución de 1980. Ellos tienen la llave del cambio constitucional, y pueden entonces poner sus condiciones.

La cuestión ahora es si será posible diseñar un camino institucional que permita una genuina solución o si aprovecharán, como lo han hecho siempre, que tienen la llave para diseñar un proceso que preconfigure el resultado que desean, de modo de repetir la experiencia de la “Constitución de 2005”. La victoria deja la cuestión de su lado. El futuro de Chile depende de que estén a la altura.

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