Personajes 2018: marcan la historia

Impacto de Trump al trastocar orden liberal de Occidente

Impone su visión, socava el multilateralismo y la lucha contra el cambio climático y dialoga con autócratas.

Donald Trump. Foto: Reuters
Donald Trump. Foto: Reuters

Un día después de que Donald Trump ganó la presidencia de Estados Unidos, miles de personas marcharon en Nueva York en contra de su victoria bajo un solo grito: “¡No es mi presidente!”. Juraron resistir, maniatar su gobierno y echarlo de la Casa Blanca con un juicio político.

Pero casi dos años después de tomar las riendas de la primera potencia global, Trump ha sorteado desafíos y logró dejar su huella en el país y el mundo. Y ya no está solo: Trump se transformó en un referente de una nueva generación de líderes populistas que trastoca el orden liberal de Occidente.

En Brasil, Jair Bolsonaro fue apodado el “Trump tropical”; en México, Andrés Manuel López Obrador recibió el mote de “el Trump mexicano”; el primer ministro italiano, Giuseppe Conte, cabeza de un gobierno xenófobo, fue a ver a Trump a la Casa Blanca y proclamó: “Italia y Estados Unidos son países gemelos”.

“Trump no es ni el primer líder populista ni será el último, pero el hecho de que ostente el poder en la mayor potencia mundial, un país donde además el fenómeno del populismo no estaba tan arraigado, ha hecho de que se perciba como un parteaguas, al punto que otros populistas como Rodrigo Duterte, Bolsonaro o López Obrador se analizan a la luz de Trump”, graficó Juan Carlos Hidalgo, analista del Instituto Cato, un centro de estudios libertario de Washington.

Jair Bolsonaro. Foto: AFP
Jair Bolsonaro. Foto: AFP

“Trump envalentonó a los populistas. Si el populismo puede ser exitoso en Estados Unidos, ¿cómo no podría serlo en países con instituciones más débiles?”, preguntó.

Ningún populismo es igual a otro. De hecho, algunos están en las antípodas de otros. Pero los líderes populistas comparten algunos rasgos. Trump, al terminar de imponer su estilo en Estados Unidos, la democracia más longeva del planeta, se convirtió, según el analista mexicano Carlos Bravo Regidor, en un símbolo de un fenómeno que lo antecede, y que, quizá, lo sobrevivirá: la ruptura política del consenso neoliberal.

Antes de que asumiera la presidencia, muchos confiaban en que la solidez institucional de Estados Unidos le impondría límites a Trump. Y, de hecho, la Justicia y el Congreso le han impedido ir más lejos. Pero, así y todo, Trump logró cambios duraderos y marcó la agenda global.

Trump cumplió un viejo anhelo de la derecha norteamericana al quebrar el equilibrio ideológico de la Corte Suprema de Justicia con la designación del juez Brett Kavanaugh, acusado de abuso sexual. Estiró la bonanza económica que heredó de Obama con sus recortes de impuestos, hechos a medida del “1%” más rico, y su batería de cambios regulatorios. El desempleo cayó al 3,7%, el más bajo en medio siglo. Y atenazó con una dureza inédita la política migratoria, uno de los pilares de su campaña. Por primera vez, Estados Unidos separó a hijos y padres migrantes, un intento por frenar las “caravanas” desde América Central, a las que vinculó al delito, el terrorismo y tildó de “invasión”.

En el mundo, Trump impuso su visión: socavó el multilateralismo, la lucha contra el cambio climático, la defensa de los derechos humanos y la libertad de prensa. Dejó más desprotegidos a los refugiados. Abrió una guerra comercial con China y borró la palabra “proteccionismo” del mensaje del G-20 en su cumbre en Buenos Aires. No dudó en pelearse con aliados históricos de Washington, ni en tenderle una mano a autócratas como el norcoreano Kim Jong-un, Duterte o el príncipe heredero saudita, Mohammed ben Salman. Con el presidente ruso, Vladimir Putin, pasó del amor al hielo: se reunió en Helsinski y lo deslindó de cualquier responsabilidad por el Rusiagate -en Washington lo acusaron de traición-, pero luego lo dejó plantado en el G-20 en Buenos Aires.

Trump sufrió un fuerte revés con la derrota del oficialismo en las elecciones legislativas del mes pasado, que dejaron un Congreso dividido. Pero sus índices de aprobación cierran el año en cerca del 40%. Trump reforzó su alianza con su “base” y profundizó la grieta: denostado por los demócratas, su respaldo muestra pocas fisuras entre los republicanos.

“Hay dos cosas que hacen que Trump sea Trump. Habla directamente con su base, y realmente no le importa si incluye a otros en la conversación o no. Eso es muy novedoso. No ha hecho absolutamente ningún esfuerzo por atraer a nadie. Solo le importa la base, y está muy claro que solo se preocupa por la base”, definió Monica De Bolle, analista del Instituto Peterson de Economía Internacional y directora de Estudios Latinoamericanos de la Universidad John Hopkins, en Washington.

De Bolle cree que Trump validó la polarización como estrategia política, y ve con cierto temor la propagación de su estilo en América latina. En Estados Unidos, argumenta, los equilibrios institucionales y los mecanismos de control han sido debilitados, pero siguen ahí.

Ajeno.

“Lo que temo es que en nuestra región no sea tanto así porque nuestras instituciones no son tan fuertes y nuestras democracias son muy jóvenes, y todos tuvimos tendencias autoritarias en todas partes en el pasado muy reciente”, apuntó. “Mi sensación es que no estoy tan segura de si nuestras democracias, donde están ahora, pueden o no resistir las tácticas trumpistas. Estados Unidos puede. No tengo dudas al respecto. Otros, no estoy tan segura”, concluyó.

Shannon O’Neil, analista del Consejo de Relaciones Exteriores, trazó una línea similar entre Trump y las últimas elecciones en México, Costa Rica y Brasil. O’Neil cree que el estilo del magnate influyó en esas contiendas, sobre todo la idea de presentarse como una figura ajena al estabishment, un outsider que va en contra de las estructuras del poder.

“Él validó la idea ir contra el sistema, sea lo que sea eso. Lo validó porque ganó, usó eso, y todos decían que iba a perder. Lo mismo con Bolsonaro, quien de ninguna manera iba a ganar. Pero ganó porque creo que la gente estaba cansada de las mismas características viejas, y los mismos enfoques. Querían algo diferente. Lo mismo en México, lo mismo en Italia. Esta idea de querer a alguien que sacuda las cosas”, afirmó.

Para O’Neil, Trump generó otro impacto para varios países de la región: “Es el centro de la política exterior, lo quieran o no”, señaló.

Mauricio Macri: “La pobreza no desaparece porque dejemos de mencionarla. Siempre vamos a decir la verdad”. Foto: Reuters
Mauricio Macri. Foto: Reuters

Mauricio Macri le pidió su respaldo en el Fondo Monetario Internacional. México y Canadá renegociaron su acuerdo de libre comercio para salvarlo. El prometido y demorado “muro” de Trump fue un punto de fricción en el vínculo bilateral con México, el cual, así y todo, sigue siendo el más profundo y estrecho que Estados Unidos tiene con la región.Y Bolsonaro se perfila para ser “el nuevo mejor amigo de Trump en la región”, dijo O’Neil. Con Trump en el poder, Cuba, Venezuela y Nicaragua sienten con mayor rigor el yugo de Washington.

Estilo.

Bravo Regidor dijo que Trump ha enviado “señales muy claras” sobre qué comportamientos son aceptables y cuáles no, y al hacerlo logró “bajar la vara” y señalar un rumbo para empoderar a los Orban, Le Pen y Duterte del mundo. “El estilo no es propiamente de Trump, es el estilo de esas figuras dadas las condiciones e idiosincracias de cada país”, indicó.

“Si el presidente de Estados Unidos miente deliberadamente, si es abiertamente xenófobo o tiene actitudes evidentemente racistas, si no condena de inmediato e inequívocamente actos que deben ser repudiados sin condiciones, como, por ejemplo, agresiones contra la prensa. En fin, si el presidente norteamericano se permite eso, otros líderes con esas mismas inclinaciones se envalentonan y, sobre todo, dejan de pensar que Estados Unidos puede reaccionar en contra, como lo supondrían, desde luego, si el presidente se comportara de otra manera”, apuntó Bravo Regidor.

La preocupación de fondo toca a los derechos humanos.

“Estados Unidos siempre ha tenido una suerte de doble moral, desde luego. Pero, al mismo tiempo, constituía una fuente de presión implícita. Casi diría un contrapeso, ciertamente selectivo, pero contrapeso al fin”, dijo Bravo Regidor, y profundizó: “El contrapeso que la mirada reprobatoria y el dedo flamígero de Estados Unidos podían representar en cuestión de derechos humanos ya no está, ya no existe. Y eso, a la larga, se va a dejar sentir en la región. Creo, que ya lo está haciendo”.

Trump avanza en busca de la reelección en 2020. Los demócratas buscarán cerrar su propia grieta interna entre quienes apuestan a un mensaje moderado, y quienes quieren correr el partido hacia la izquierda. Aún carecen de un líder nítido. Y Trump tiene que atravesar aún los últimos años de su mandato con un Congreso dividido que promete poner la lupa en su entorno y, quizá, sus finanzas personales, y una economía que, tras una década de expansión, parece comenzar a mostrar síntomas de fatiga.

Por encima de todo, aún tiene que atravesar ileso el acecho latente de la investigación del Rusiagate en manos del fiscal especial, Robert Mueller. Trump ha dicho que se trata de una “caza de brujas”. Mueller ya presentó cargos contra 33 personas -entre ellas, 25 ciudadanos rusos- y tres empresas rusas. Y aún debe dar su última palabra.

christopher sabatrini | ANÁLISIS

Año electoral, con populismo y polémica en América Latina

Elecciones en Colombia, México, Brasil, “comicios” y una crisis humanitaria en Venezuela, el segundo año de la administración del presidente estadounidense Donald J. Trump y la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte entre Canadá, México y Estados Unidos; ha sido un año de movimientos y de potenciales cambios radicales en el hemisferio occidental.

Mientras algunos han descrito los resultados electorales como una señal de que la “marea rosa” de fines de los ‘90 y principios de la década de 2000 desaparece lentamente, en realidad están ocurriendo cambios más profundos. Las elecciones en México y Brasil llevaron a la Presidencia a candidatos que se presentaron ante el electorado como los outsiders. A pesar de que llevan décadas en la política, Andrés Manuel López Obrador en México y Jair Bolsonaro en Brasil aprovecharon una ola de descontento popular ante la corrupción, prometiendo cambios abruptos para asegurar su victoria.

Sus estilos personalistas, sin embargo, presagian una consolidación del poder bajo su autoridad, mientras que sus propuestas para abordar temas complejos, como la seguridad y la corrupción, son imprecisas y carecen de una hoja de ruta que indique cómo se van a enfrentar estas dificultades. Pero más problemática es la tendencia que ambos comparten de hablar sobre un cambio constitucional y su intolerancia ante las críticas y ante la oposición, la que presenciamos durante sus campañas y sus anteriores cargos públicos.

Además de los cambios electorales, sin duda el evento que ha marcado el año es el éxodo venezolano. Según Naciones Unidas, más de 3 millones de personas han huido del desastre humanitario del país causado por las fallidas políticas económicas del presidente Nicolás Maduro. Se espera que muchos más soliciten refugio en países aledaños, con cada vez menos probabilidades de retornar a Venezuela, incluso con una salida pacífica del régimen.

El factor más importante que determinará tanto el futuro de la política latinoamericana como las relaciones interamericanas, será el populismo que emergió en 2018 y que probablemente continuará el año próximo. A medida que se acerca una nueva ronda de elecciones en 2019, una reacción similar en aquellos países que comenzarán su proceso electoral es muy factible. En El Salvador el candidato outsider Nayib Bukele, quien se presenta repudiando al sistema político (¿suena familiar?) es el favorito para las elecciones de febrero. En Argentina, el presidente Mauricio Macri enfrenta una batalla cuesta arriba por su reelección en octubre debido a la crisis económica, pero con una oposición complicada por un escándalo de corrupción que involucra a su principal líder, Cristina Fernández.

Por otro lado, las elecciones en Uruguay, en donde el Frente Amplio ha ocupado el poder durante 15 años consecutivos, podrían llevar a una alternancia política tranquila. No es el caso de los comicios en Bolivia, que se realizarán el mismo mes y que representan un desafío distinto. El presidente Evo Morales se ha rehusado a aceptar los resultados de un referéndum popular que rechazó su propuesta de buscar un cuarto mandato consecutivo. El Tribunal Electoral -bajo presión de Morales- ignoró los resultados y el Presidente competirá una vez más. Pero con la opinión pública en su contra, solo a través de elecciones libres y justas, el mandatario y el país podrían encontrar una salida pacífica y democrática después de 13 años de gobierno de su Movimiento al Socialismo.

Así como el 2018 fue aparentemente el retorno de la derecha latinoamericana, puede que 2019 sea el año de una reacción populista alimentada por la frustración y la rabia ciudadana, con efectos inciertos y probablemente desestabilizadores, tanto en las democracias de la región y en los gobiernos electos. Mucho dependerá de cuánto los funcionarios públicos y la justicia respondan a las demandas populares y a los resultados de los comicios.

Afortunadamente, la región aún vive -a excepción de Cuba, Venezuela y Nicaragua- en democracia y, con todas sus fallas, eso es una buena noticia. Como podemos atestiguar en Ecuador, las elecciones pueden generar un cambio democrático para corregir el rumbo hacia la defensa de las instituciones liberales, como se ha visto con la administración del presidente Lenín Moreno. Otro ejemplo es Colombia, en donde a pesar de las rivalidades personales y partidistas, garantizar mayor seguridad y continuar el camino hacia la paz es una prioridad, tanto para la administración actual como para los gobiernos sucesivos. Al final, abordar los desafíos de la democracia solo puede lograrse a través de la alternancia pacífica, que a la vez garantiza la supervivencia de la propia democracia.

(El autor es profesor adjunto de la Universidad Columbia y director ejecutivo de Global Americans)

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