EN ROCHA

La historia nómade del presunto homicida de Lola Chomnalez

Una semana antes de la detención, Leonardo David Sena, de 39 años, se instaló en el Chuy con su pareja y cuatro niños.

Lola Chomnalez.

En diciembre de 2014, cuando se produjo el crimen de Lola Chomnalez, Leonardo David Sena deambulaba por Rocha buscando alguna changa para sobrevivir. Atrás y, en forma rápida, habían quedado los buenos momentos con su familia adoptiva -sus padres que integran una colectividad religiosa-, las reuniones en el Club La Aguada de La Paloma y los partidos de fútbol con la casaca de esa institución. Pero a partir de los 19 años su carácter cambió.

En ese momento, Sena fue procesado por un delito de lesiones personales. Seis años más tarde, en 2009, fue que se ocultó en la oscuridad de una casa ubicada a unos dos kilómetros de su hogar, esperó que el novio de una joven que allí vivía se despidiera, y cuando supo que podía actuar la sorprendió, por la fuerza la arrastró hasta un descampado y la violó. Fue procesado y encarcelado por ese delito.

Ya en libertad, deambuló por Castillos, Aguas Dulces y Valizas hasta que ultimó a Lola el 28 de diciembre de 2014 en esa costa, según reza el procesamiento del juez de Rocha, Juan Giménez.

Hace poco tiempo Sena conoció a Miranda (nombre ficticio), madre de cinco hijos que vivía en Soriano. Después de chatear durante un mes, ella se instaló en Castillos con Sena. Fue con sus hijos de 13, 11, 9 y 5 años. El quinto menor se quedó con su padre. El viernes 13, una semana antes de su detención, Sena acordó el alquiler de una casa de madera, de dos plantas, ubicada en el barrio “La Pista” de la ciudad del Chuy.

La familia carecía de camas, frazadas y otros enseres domésticos. Esa noche durmieron en el piso, muertos de frío por el viento que ingresaba. Al otro día, Jorge (nombre ficticio) salió de una casa cercana. Se presentó y les entregó algunas frazadas para taparse.

El domingo 15, Sena y Miranda se fueron a Castillos. Dejaron solos a los niños. Al ver que no tenían alimentos, Jorge les alcanzó algo al mediodía y al anochecer. Al regresar, Sena dijo a los vecinos que era docente de construcción, oficial panadero y experto en taekwondo. Su físico es muy menudo, como el de un jockey, dijeron. Miranda contó en el barrio que trabajaba en un hogar de ancianos en Castillos.

Jorge, el vecino, estaba cansado de regresar a su casa de madrugada de la panadería donde trabaja. Le molestaba tener un horario cortado. Como Sena le trasmitió que sabía de panadería, lo presentó al dueño del local. Ofició allí algunas noches como ayudante panadero, pero abandonó esa changa para pasar a trabajar en otra panadería más céntrica. Allí se enteró que un comerciante quería contratar a un albañil para que le revocara una pared. Sena se presentó ante él diciendo que era finalista de obra e integrante del Sunca. El comerciante lo llevó hasta su casa. Sena miró el trabajo y dio un presupuesto: $ 40.000.

Al otro día Sena se presentó con Jorge, el vecino, como peón. Ambos armaron tres fajas de cemento, pero abandonaron el trabajo porque empezó a llover. Sena le pidió ese día al comerciante un adelanto de $ 5.000. A los pocos días, le pidió otros $ 10.000 para comprar herramientas, pero no fue más a trabajar.

Con el dinero adelantado, Sena alquiló un auto Chevrolet, de color perlado, y se compró una campera marca “Santa Bárbara” en el Chuy, que le robaron rompiéndole el vidrio del auto. Luego le escribió al comerciante solicitándole otros $ 5.000. Este se negó, recordándole que había abandonado el trabajo. Sena le escribió por WhatsApp: “Cuando más te precisé, no estuviste”.

“Él (por Sena) entró en mi casa. Yo tengo niñas chicas. Cuando vi su foto en el Facebook me quise morir. La saqué barato. Era un hombre peligroso”, dice la pareja del comerciante a El País.

Miranda, en tanto, ingresó el lunes 16 muy estresada al Liceo N° 2 del Chuy. Quería que inscribieran a su hijo de 13 años. Miranda relató a docentes del liceo que recién se había mudado y que tenía la casa vacía. Le regalaron cuchetas, frazadas, platos y otros enseres domésticos.

Desde su casa ubicada a poca distancia, Jorge veía llegar los fletes con las donaciones. Caminó unos metros y se encontró con Sena en la puerta de su cabaña. Le pidió las frazadas que le había prestado y le dijo: “No me pagaste el jornal cuando fuimos a la casa del comerciante”. Sena dijo que no había recibido dinero.

Jorge tiene hijas adolescentes. Un poco antes de la detención de Sena, una de ellas le dijo: “Papá, Leonardo nos mira por la ventana de la cocina”. Y él le respondió: “Querrá comida”.

“Ahora sé que es un psicópata. Por suerte lo alejé de mi casa”, expresó a El País.

El jueves 19, un equipo de investigaciones de Rocha llegó a su casa indagando sobre una rotura de un vidrio de un auto Chevrolet. A Jorge le extrañó y se lo dijo a los policías. Éstos no le dieron información alguna. Al otro día, viernes 20, vio a varios patrulleros y a la Policía Científica frente a la casa de madera. “Esto es algo serio”, se dijo.

Al día siguiente, se encontró con Miranda en la calle. Ella le dijo: “Se llevaron a Leonardo. Es por un asunto de drogas. Lo confundieron con el hermano”. Jorge ya sabía todo y replicó: “No fue por drogas. Es por la muerte de la chiquilina argentina”.

Ayer la casa de Sena y de Miranda estaba cerrada. Cerca de la puerta había un champión roto de niño de color celeste. En la vereda, un vecino dijo a El País: “Ella y los niños están en una especie de refugio. Les están haciendo análisis forenses a los chicos”.

A media cuadra del Club La Aguada de La Paloma, la madre adoptiva de Sena limpia y ordena electrodomésticos en una alacena ubicada en una sala de estar. Luce un buzo oscuro, una pollera de paño marrón y el pelo recogido. La mujer, con una sonrisa cortés, pide al cronista para no hablar de su hijo. “Es que -explica- estamos viviendo un momento terrible”.

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