Intimidad

Historias de piel: Hombres desnudos

El piscólogo especialista en sexualidad, Ruben Campero, trae una columna que reflexiona sobre cómo el porno ha marcado el imaginario del hombre. 

Hombres
Hombres desnudos

Cuando se consume pornografía generalmente la persona se identifica simultáneamente (de forma consciente o inconsciente) con quien penetra y su control, con el gemido de placer de la persona penetrada, con la persona penetrada, con el interjuego sometedor-sometido, con los roles y actitudes sexuales socialmente prohibidas por ser hombre o mujer, hetero u homo, pobre o rico, etc. Haciéndolo a través de una secuencia tranquilizadora que discurre en la pantalla (o foto o audio) y sobre la cual se pueden proyectar diferentes tipo de fantasías sin las restricciones o sentimientos de culpa que se podrían generar si la situación fuera real.

Lo porno construiría un imaginario hegemónico sobre lo considerado auténticamente sexual al ser presentado como lo obsceno y prohibido, todo lo cual no dejaría de ser un discurso normativo sobre el cuerpo, la subjetividad y la sexualidad, tal y como lo son la Medicina, la Psicología, la televisión, el Derecho y la religión, en la medida que la censura que dice reprimirla y sofocarla, en realidad la produce como ese centro de interés “escandalizado” a nivel colectivo desde donde el porno se re-produce.

Este porno indicaría cuáles serían las indumentarias, los gestos, las palabras y las poses que permitirían reproducir un hiperrendimiento genital coitocéntrico, ese desde el cual se territorializa políticamente el cuerpo para legislar sobre cuáles son los órganos sexuales y no sexuales (Preciado, 2002) y que valoración social, moral y comercial recibirían a partir de ello. Se estandarizarían así de manera hegemónica formas y secuencias para mantener relaciones sexuales (sexo oral, penetración y eyaculación), hipercodificando el encuentro y derritiendo todo argumento o prolegómeno que pueda impedir el acceso a la escena cruda y en carne viva.

Desde esa escenificación sexualmente productiva que el porno instaura, el cuerpo del hombre y su pene continuarían siendo tabuizados y venerados hiperbólicamente, alejándolos de toda posibilidad de ser usados como objetos sexuales tal y como se hace con las mujeres.

Parecería que el pene no puede ser un órgano de estricta cosificación estético-pornográfica, en la medida en que su grandiosidad fálica (eso que impide que sea visto como un mero órgano) es lo que permite que la escena porno avance desde una acción protagónica. Aún en el porno gay, en donde la masculinidad realiza alianzas estratégicas con el sometimiento fálico y la apropiación escópica androcéntrica, el cuerpo del hombre será representado desde estéticas que conservarían la coherencia corporal necesaria para seguir considerando a ese cuerpo con cierto grado de metáfora, es decir, como el cuerpo de “alguien”.

Ese cuerpo “de” hombre que se exhibe cada vez más desnudo en el cine y la TV no es, sin embargo, un cuerpo para meramente consumir sexualmente. En la medida en que sus despliegues performativos continúan reproduciendo una supuesta naturaleza fálicamente sacra, la exaltación de pectorales, abdominales y glúteos, conjuntamente con destrezas físicas, económicas, artísticas o simbólicas, funcionarían como metonimias de ese órgano misteriosamente poderoso, el cual permanecerá la mayor parte del tiempo oculto para mantener la mentira fálica del pene y la ilusión narcisísticamente grandiosa de lo masculino hegemónico.

El cuerpo “de” hombre, si bien también producido comercialmente, no presentaría el mismo nivel de masificación y cosificación anónima con el que se explota sexualmente a las mujeres desde el sistema hetero-patriarcal. Los clásicos desnudos de Burt Reynolds, Yul Brinner, Sam Jones, Lyle Waggoner o el mismo Burt Lancaster, así como el juego porno-erótico que se realiza con cantantes o más actualmente con jugadores de fútbol, reafirmarían la idea de que estos cuerpos desnudos de hombres seguirían recibiendo la mirada de admiración mediatizada por lo fálico.

El hombre, en tanto fálico, rara vez estaría “desnudo” por más “desvestido” que esté. Por eso cuando es exhibido con poca ropa o sin ella, más allá de los entornos porno clásicos, no necesitaría imprimirle pose o decorado estético a su desnudez (como habitualmente sí ofrecen los desnudos femeninos), en la medida en que la suya ya vale por lo que es y sobre todo por lo que “tiene”.

(Extracto del libro: “A lo Macho. Sexo, deseo y masculinidad” de Ruben Campero. Montevideo, 2014, Editorial Fin de Siglo).

Ref. bibliográfica: Preciado, Paul (2002): Manifiesto contra-sexual. Prácticas subversivas de identidad de género. Madrid: Opera Prima.

Conocé a nuestro columnista
Ruben Campero
Ruben Campero
Psicólogo, Sexólogo y Psicoterapeuta. Docente y autor de los libros: “Cuerpos, poder y erotismo. Escritos inconvenientes”, “A lo Macho. Sexo, deseo y masculinidad” y “Eróticas Marginales. Género y silencios de lo (a)normal” (Editorial Fin de Siglo).

Fue co-conductor de Historias de Piel (1997-2004, Del Plata FM y 2015 - 2018,
Metrópolis FM). Podés seguirlo en las redes sociales de Historias de Piel: Facebook, Instagram y y en su canal de YouTube.

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