Análisis

¿Cuánto pesa la silla del gerente general?

Liderar una empresa conlleva responsabilidades y costos profesionales y personales no siempre identificados.

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Lider. Aprender a dirigir requiere tiempo, paciencia y práctica. 

¿Cuántas personas sueñan con ocupar el cargo máximo en una organización? Muchas veces es la respuesta a «¿cómo te ves de acá a 10 años?» en alguna entrevista laboral.

Convertirnos en el «jefe» o la «jefa» es una gran transición de carrera y viene acompañado de nuevas responsabilidades. El éxito ya no depende de nuestro trabajo, sino de las personas a las que lideramos. Hacer el click y aprender a dirigir requiere de tiempo, paciencia y práctica. Y desempeñar la función significa asumir determinados costos implícitos a la silla.

1) Decisiones y no obviedades.

 Tomar una decisión implica que a alguien no le va a gustar o alguien se va a enojar con lo decidido. De lo contrario, no era una decisión sino una obviedad. La persona que lidera agrega valor en la discordia y no «dejando a todos sonriendo».

2) Hablar sobre lo que otras personas deben mejorar.

 La cultura de la organización no se terceriza en el departamento de capital humano, el o la gerente general debe marcar las conductas que se alientan, se desalientan, se aceptan o se rechazan dentro de una organización. Por lo cual, parte de su trabajo es hacer notar los comportamientos que deben cambiarse, muchas veces yendo en contra de lo que la mayoría de las personas prefieren.

3) Soledad para decidir.

Al ser la persona con mayor responsabilidad muchas determinaciones son meditadas con la almohada y decididas en soledad.

4) Imán de ojos.

A quien lidera siempre lo miran. A la hora que llega y a la hora que se va, lo que hace y lo que no hace, si hace lo que dijo y si no hace lo que dijo. Si dice que lo importante son las personas, tiene que estar con las personas y no apartado detrás de una presentación de PowerPoint. La integridad -alinear el hacer y el decir- es la herramienta para contrarrestar cualquier archivo.

5) Ser inútil operativamente y aceptar otras formas.

A medida que crecemos en la organización nos alejamos de las transacciones del día a día: las ventas, las compras y los procesos directos. De hecho, se trabaja menos: en lugar de hacer, hacemos hacer. Eso nos vuelve más potentes y nos permite formar líderes mejores que nosotros. Pero eso tiene un precio: delegar -sobre todo lo que está en nuestra zona de confort-. Y esto requiere coraje, cariño y paciencia, ya que significa aceptar formas distintas de «hacer las cosas».

6) Aislamiento.

¿A todas las actividades organizadas por las personas que trabajan en la empresa se invita al gerente general (afters, salidas, deportes, etcétera)? A muy pocas. Pertenecer a un grupo de trabajo incluye muchas veces hablar del jefe o la jefa fuera del mismo, y si está presente no podemos hacerlo.

7) Generalismos más que tecnicismos.

 Por más conocimiento técnico que uno posea, la toma de decisiones supone considerar varios criterios para evaluar alternativas en un entorno incierto y cambiante. Dirigir es un arte, no matemáticas.

8) Las malas noticias se invitan solas a la agenda.

«Necesito hablar contigo» generalmente viene acompañado de una pálida. Cada problema es único y la sumatoria de ellos muchas veces agobia. En una mano el celular y en la otra un extintor para «apagar incendios» es una imagen representativa de quien ocupa la posición.

Puede parecer obvio, pero la preparación es fundamental, tanto para acceder al puesto como para ejercerlo y garantizar la continuidad de la organización. A la persona que ocupa la posición de gerente general se la mide por su capacidad de asumir riesgos, de resiliencia y de dar resultados.

Ocupar el cargo máximo parece aprestar estatus, poder y dinero, y eso podría ser suficientemente ambicioso para alguien. Pero los costos asociados a ocupar la posición son la otra cara de la misma moneda.

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