ENTREVISTA

Las zonas de riesgo económico en América Latina para 2023

Colombia conjuga todas las incertidumbres y Chile ha sido el mayor experimento keynesiano de las últimas décadas.

Alejandro Werner – Experto en mercados emergentes, ex director del FMI para el Hemisferio Occidental (2013-2021)
Alejandro Werner – Experto en mercados emergentes, ex director del FMI para el Hemisferio Occidental (2013-2021)

Las previsiones económicas para 2023 no resultan muy halagüeñas. Según Alejandro Werner, hasta el año pasado Director del Departamento del Hemisferio Occidental del Fondo Monetario Internacional y actualmente director del Georgetown Americas Institute en Estados Unidos, “difícilmente EE.UU. y Europa se escapen de la recesión el año próximo”, al tiempo que China “crecerá menos en medio de mucha incertidumbre” y en América Latina “la tónica será la desaceleración económica”. Para la región, Werner advierte que uno de los grandes desafíos para la región está en poder llevar a cabo una consolidación fiscal pospandemia “con condiciones bastante más duras de financiamiento y los riesgos de un endeudamiento abultado”. En ese contexto, dice que Colombia “conjuga todos los riesgos”, que Brasil “es el mejor posicionado” y que en el caso de Argentina, “el mayor escenario es llegar a las elecciones sin una crisis mayor”. A continuación, un resumen de la entrevista.

—¿Cómo definiría el contexto de la coyuntura actual para nuestra América Latina?

—En primer lugar, tengamos en cuenta que a nivel global hay una alta probabilidad de que el año entrante veamos a Estados Unidos y Europa en recesión, mientras que China estará creciendo a tasas bajas, en un contexto de tasas de interés elevadas. Ese es el panorama general. Un dato bueno para las economías latinoamericanas es que las materias primas, si bien tal vez no a los niveles de 2022, van a seguir registrando niveles relativamente altos. Como contrapartida, un dato no tan bueno es que, nuestros países, en general, son deudores con el resto del mundo; como las tasas de interés internacionales van a seguir al alza y se van a mantener así por un tiempo relativamente largo, eso es un contratiempo. Sobre todo aquellos países que no tienen acceso relativamente bueno a los mercados financieros internacionales. Un endeudamiento más abultado es una restricción importante, que probablemente, en la actual coyuntura de tasas, no le permita a América Latina hacer política fiscal más positiva.

—¿Hay “espalda” para hacer frente a mayores costos fiscales?

—No tanto. El espacio fiscal que tenía América Latina probablemente ya lo usó para hacerle frente a la pandemia. Además, en un contexto de incremento de tasas de interés internacionales y también con suba en las tasas domésticas en medio de presiones inflacionarias, realmente es muy importante que los países puedan terminar el proceso de consolidación fiscal, que implica retirar la mayor parte de los recursos de apoyo o subsidios que se pusieron durante la pandemia y probablemente otros que se sumaron cuando subió el precio del petróleo.
Va a ser un momento difícil. Se van a desacelerar la mayoría de las economías de América Latina, aunque no debemos pensar en crisis como las que teníamos en el pasado.

—¿Cuál es la diferencia para que, en una coyuntura similar a otras que ha atravesado la región, se pueda superar sin mayor gravedad?

—Hay condiciones en nuestros países que son diferentes al pasado. Los sistemas de tipos de cambio flexibles, bancos centrales independientes, política monetaria predecible e independiente, son aspectos que han permitido que estas economías manejen esta coyuntura relativamente bien.
De todos modos, pensamos en una desaceleración económica importante, que plantea desafíos de peso. Una región como pocas en el mundo que entre 2003 y 2015 logró destacadas mejoras en sus indicadores sociales, entre otros la distribución del ingreso y en especial la pobreza, probablemente ahora se deba enfrentar a un retroceso. Eso, además, en un contexto político en general bastante más polarizado y complejo.

—¿Hasta dónde subirán las tasas internacionales?, ¿no es un proceso que debería comenzar a revertirse?

—Es complicado responder esa pregunta. La Reserva Federal tampoco está respondiendo de manera clara, ante un proceso inflacionario que, sobre todo en Estados Unidos, tiene un factor de oferta, ya que básicamente los precios de las materias primas han subido, pero también las cadenas globales de valor de los principales bienes manufactureros que estaban ubicadas en varios lugares del mundo sufrieron disrupciones muy importantes y los precios de estos bienes subieron. Básicamente, el mundo está produciendo un poco menos de lo normal y lo está produciendo más caro, porque tiene severas dificultades de costo.
Entonces, primero la Reserva Federal espera tener indicios de que se ha estado restableciendo un grado de mayor normalidad en el funcionamiento de estas cadenas globales de valor, lo cual debería hacer que el precio de estos bienes manufactureros deje de subir y probablemente empiecen a bajar. En segundo lugar, ocurre algo parecido con las materias primas.
Por otro lado, en Estados Unidos hay factores de demanda importante por toda la canasta de estímulos monetarios y fiscales que se pusieron en operación durante la pandemia, y la demanda agregada es sustancialmente más grande de lo que se puede proporcionar el país en bienes y servicios.
Como hay tantos factores en este proceso inflacionario, la Fed básicamente ha mandado una señal: seguirá aumentando tasas de interés hasta llegar a un nivel de entre 5% y 5,25%.

—Hoy estamos más de un punto porcentual por debajo de ese nivel. ¿Qué puede pasar cuando se llegue?

—Probablemente, en ese nivel esperen un tiempo para ver si la economía de EE.UU. entra en recesión y luego decidir si es momento de subir un poco más, o tal vez dejar los constantes por un tiempo relativamente largo. Eventualmente, si la recesión termina siendo muy profunda, tal vez pueda reducir las tasas de interés. Eso es incierto hoy día.

—En lo que sí parece haber certeza es en que 2023 será un año de recesión para Estados Unidos…

—Las encuestas que resumen la opinión de los analistas que siguen la economía de Estados Unidos, entre un 55 y 70% de quienes responden manifiestan que es posible una recesión el año entrante. Básicamente, porque el mercado laboral está muy apretado, con una tasa de desempleo bastante baja, alrededor del 3,5% y sobre todo, indicadores alternativos del mercado laboral, como uno que básicamente ve la relación entre vacantes y desempleados que advierte sobre la existencia de dos vacantes por cada persona desempleada. Es un número que en los últimos 15 años no se había visto. Entonces, la manera de frenar este proceso, en el cual los trabajadores, así como los productores de diferentes bienes y servicios, tienen un poder de precios bastante alto, es generando mayor holgura en el mercados laboral y también en los mercados de bienes. Y el instrumento que tiene la Reserva Federal para ello es básicamente la política monetaria y las tasas de interés. Entonces, enfriar la demanda, por esa vía, es la salida que muchos ven. Y eso nos debería de llevar a una recesión.

—En el caso de Europa, el pronóstico también es de recesión, principalmente a causa de las consecuencias de la guerra en Ucrania…

—Sí, en Europa está ligado al gran aumento que ha tenido el precio de la electricidad, asociado a la reducción en la oferta de gas natural proveniente de Rusia. En la medida en que una parte muy importante de Europa se ató en términos energéticos al gas natural proveniente de Rusia, el conflicto bélico básicamente generó una reducción muy importante en la oferta de gas natural, de la que es altamente dependiente la producción de energía eléctrica. El fuerte aumento en los precios afectó el poder adquisitivo de las familias y también los costos de las empresas. Esos factores, junto con el aumento en tasas de interés, aunque ha sido más bajo que en Estados Unidos, es altamente factible que lleven a la economía europea a una recesión el año entrante.

—¿De qué magnitud será la desaceleración en la economía de China?

–Este año China crecerá alrededor del 3,5% y se espera una expansión algo mayor, de 4,5% para 2023. Son tasas bajas para lo que China nos tenía acostumbrados, pero además, pueden ajustarse a la baja ante la incertidumbre 0ue generan los nuevos brotes de COVID-19, que reactivaron los controles de movilidad y las cuarentenas en un país con bajas tasas de vacunación, vacunas menos efectivas y población avejentada. Además, hay fragilidades financieras importantes en algunas compañías ligadas al Real Estate. Si se corrige la proyección de China, lamentablemente sería a la baja.

—Días atrás, le escuché decir que en América Latina, si hay un país que conjuga todos los riesgos, ese es Colombia. ¿Por qué?

—Primero, porque es una economía que se ha retrasado en retirar los estímulos fiscales, que fueron muy grandes. En segundo lugar, presenta un déficit en cuenta corriente bastante importante. Tiene una gran necesidad de ahorro interno, con una presencia de inversionistas extranjeros en su mercado local de deuda pública muy amplia, mucho más sensibles al movimiento de la tasa de interés internacional y al riesgo cambiario. Todo esto, en medio de un cambio de gobierno donde hay un giro ideológico importante que presenta incertidumbres. Más allá de lo que se opine sobre el gobierno de Petro, se genera un panorama incierto, donde los agentes económicos quieren esperar para ver cómo evoluciona. Entonces, claramente todas estas fuentes de vulnerabilidad se conjugan hoy en Colombia.

—Otra de sus advertencias fue hacia Chile…

—Con algunas diferencias importantes. Es una economía que está más avanzada en la recuperación económica, dado todos los estímulos dispuestos durante la pandemia, que a mi juicio representan el experimento keynesiano en mercados emergentes más grandes que se ha visto en las últimas décadas. Esto ha llevado a que la economía chilena, cuando la comparamos en relación al 2019, tiene un nivel de avance que es el más alto en América Latina.
Ahora todos estos estímulos se están retirando y el gobierno de Boric ha sido también muy agresivo en ese proceso, para volver a una cierta normalidad, porque la economía ya está operando significativamente por arriba del potencial. Esto hace que para 2023 se espere una ligera recesión. Pero además, creo que Chile está avanzando en un proceso de búsqueda de identidad después de un período con disturbios sociales, la elección de una Asamblea Constituyente, la elección de un nuevo gobierno y el rechazo a la nueva Constitución. Ahora arranca un nuevo período, donde parece enfocarse el camino de equilibrar una mayor demanda de un crecimiento más inclusivo, pero con responsabilidad fiscal y con incentivos para la actividad privada. De resultar exitoso, probablemente sean un ejemplo para América Latina de cómo recalibrar tal vez un esquema pro mercado logrando una mayor cobertura social y se muevan más a un diseño del tipo de un una socialdemocracia europea.
En esa línea puedo ubicar también a Uruguay…

—¿Qué características destaca de Uruguay en la actualidad?

—Claramente es un país que también ha mantenido esquemas macroeconómicos y financieros muy saludables y con niveles de ingreso per cápita de los más altos de la región. La principal diferencia con Chile es que este último venía de un esquema más sesgado a generar incentivos muy eficientes para la inversión del sector privado y mayores deficiencias en la cobertura social. Y Uruguay, tal vez con un sistema de incentivos para el sector privado menos eficiente que el chileno, cuenta con una cobertura social mucho más amplia. El reto en Uruguay, y lo vemos en la agenda del presidente Lacalle, es generar estos incentivos para una actividad privada más dinámica, sin perder la característica clásica de una cobertura social potente.

—¿Qué escenario proyecta para Brasil?

—Más allá del ruido generado en esta transición de gobierno, hay mucha expectativa puesta en Brasil. Había un cierto consenso ya durante las reuniones anuales del Fondo Monetario y del Banco Mundial, en pasado, de que probablemente Brasil estaba posicionado para tener buenos años en 2023 y 2024.

—¿Eso varió luego de la elección?

—No, para nada. Es cierto que este proceso de transición puede haber generado algunas dudas, pero estimo que se van a disipar. Espero un gobierno de Lula similar a su primer mandato, con una actitud fiscal seria, buscando ciertos espacios para proteger el gasto social, pero respetando de manera clara la restricción presupuestaria gubernamental. Seguramente menos énfasis en privatizaciones y apertura de mercados que un gobierno de Bolsonaro, pero serio y responsable, y con otra conciencia ambiental.

—En el caso de Argentina, ¿todo se resume a esperar las próximas elecciones?

—Argentina, esta ligada a la economía internacional sólo a través del precio de las materias primas, principalmente la soja, que al final del día determina el nivel de divisas que el país puede tener, un nivel de divisas que básicamente determina la capacidad de crecer, de traer bienes de capital para invertir e insumos para producir. Y también la disponibilidad de dólares para que, junto con una política monetaria adecuada, se pueda ir calibrando la política de desinflación del gobierno, que hasta ahora no ha sido exitosa. El mejor escenario es llegar al proceso electoral sin un desorden macro financiero, aunque se mantengan tasas de inflación del 100%, pero que no exista una corrida bancaria que empeore la situación. Este es el escenario después de cuatro años en los que nunca hubo una estrategia de estabilización coherente, solo una política de estructura de deuda, primero con el sector privado y luego con el Fondo Monetario Internacional, pero nunca sustentada en un programa económico que buscara estabilizar y también generar incentivos para la inversión y el crecimiento económico en Argentina.

—Visto en perspectiva, ¿fue una buena decisión del FMI el enorme desembolso en 2018 destinado a Argentina?

—Creo que sí, porque aquel era un gobierno que tenía un plan. Era riesgoso porque le quedaba un año y medio de vida a ese gobierno. Había que apoyar una economía que quería corregir los desequilibrios macroeconómicos y generar incentivos para un crecimiento sostenido. Obviamente tuvo problemas importantes. Además de la incertidumbre política, probablemente problemas de diseño y de implementación. De la misma forma que valió la pena el programa que se hizo después con el gobierno del presidente Alberto Fernández para tratar, dentro de esta falta de un plan económico integral, de ayudar a que Argentina tenga el mínimo necesario para evitar una situación más explosiva.


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