ENTREVISTA

Envejecimiento poblacional en Uruguay "es inevitable", dice el sociólogo Ignacio Pardo

El docente e investigador del programa de población (FCS - Udelar) apunta que lo más acertado es aprovechar la capacidad de los que somos y no pensar en incentivar la procreación.

Sociólogo Ignacio Pardo - Foto: Juan Manuel Ramos
Sociólogo Ignacio Pardo - Foto: Juan Manuel Ramos

El martes 15 de noviembre, la Tierra llegó a los 8 mil millones de habitantes, según Naciones Unidas. A pesar de la cifra que impacta, es el resultado de un crecimiento poblacional global que se desacelera. “La tasa de crecimiento anual, se incrementó hasta 1964 y desde allí comenzó a ceder”, explica Ignacio Pardo, docente e investigador del Programa de Población de la Facultad de Ciencias Sociales (UdelaR). La actual transición demográfica con pocos nacimientos y vidas más largas, implica una serie de cambios que desafía las políticas públicas. Uruguay está entre los países que más han avanzado en esa transición, destaca Pardo, con 1,4 hijos por mujer, la tasa más baja en términos históricos. El académico asegura que ante esa realidad estructural, “lo más acertado es acompañar ese proceso inevitable y reformar la estructura de riesgos sociales, bienestar social y de capacidad de productividad, que tratar de incentivar una mayor natalidad”. A continuación, un resumen de la entrevista.

—¿Cómo debe leerse esa cifra de habitantes sobre el planeta?

—La referencia a los 8 mil millones de habitantes es parte de un proceso de crecimiento acelerado de las poblaciones humanas relativamente reciente. Los primeros mil millones de habitantes de la Tierra se registraron en 1804. Luego, en el comienzo del siglo 20, unos años después de 1920, fuimos 2 mil millones. Y así, rápidamente, sobre todo a partir de los años ´60, comenzó un proceso en el que incorporamos mil millones de habitantes cada 13 o 14 años, hasta llegar a la cifra anunciada la semana pasada.

—¿Ese incremento poblacional ha sido más o menos constante en las últimas décadas?

—Digamos que sí, desde la segunda mitad del siglo 20 hasta ahora. Es un período único en la historia de la humanidad y está llegando a su fin. Ahora vamos a tener que esperar unos 15-17 años para los 9 mil millones, y los 10 mil millones recién llegarán cerca del 2060.

—Es notoria la desaceleración…

—Hay una ralentización fuerte de la tasa de crecimiento. De hecho, esa tasa de crecimiento, como porcentaje de aumento de la población mundial por año, creció hasta 1964. Después de eso ya comenzó a bajar, pero con una base tan grande que en números absolutos, la incorporación de seres humanos al stock total de la población mundial es de todas maneras muy importante. Pero la tasa de crecimiento comienza a desacelerarse desde los años ´60 y ahora estamos viendo una desaceleración más definitiva, que en 2080 termina.

—¿Cuál fue la tasa de crecimiento más alta que ha tenido la población mundial?

—En 1964 es 2,2% el crecimiento de la población mundial por año, que es el pico máximo; desde ese momento comenzó a bajar y desde 2020 está en menos del 1% por año.
Eso es relativamente fácil de describir y de rastrear como proceso. Es hijo de lo que llamamos transición demográfica, un proceso que puede describirse solamente con dos variables, la mortalidad y la natalidad, dado que a nivel planetario no hay migración. Entonces, tuvimos primero un descenso de la mortalidad que no fue acompañado inmediatamente por un descenso en la fecundidad. Mientras las personas se mantienen en el stock de la población humana durante más tiempo, porque la mortalidad baja pero todavía siguen teniendo muchos hijos, lo que tenemos es un largo ciclo de crecimiento poblacional. Y eso es relativamente reciente; empieza por el 1700, a través del desarrollo de capacidades que hoy nos pueden resultar básicas, de salud o nutrición, pero que en esa época marcaron la diferencia.
Lo primero que ocurrió, dejó de haber una mortalidad infantil enorme. En Inglaterra, en Francia, a partir de mayores conocimientos y una masificación de condiciones básicas de educación y el bienestar social un poco más democratizado, comenzaron a evitar la muerte de los niños de 0 a 1 año. Y luego hubo mejoras en la mortalidad, también a otras edades.

—Ahora estamos del otro lado de la pendiente, a partir de tasas mucho más bajas de fecundidad, aunque seguimos extendiendo los años promedio de vida…

—Claro, es una carrera entre la tasa de mortalidad y la de natalidad. Antes ambas eran muy altas, por eso la estructura población era joven también. La pirámide demográfica tenía, precisamente, forma de pirámide; ahora, cuando termine el proceso de transición demográfica, que para Uruguay es pasado mañana, pero para el planeta será por 2080, lo que va a pasar es que esas dos tasas se van a encontrar a niveles bajos. Es decir, nacen pocos, pero viven mucho tiempo. Hay baja mortalidad y baja fecundidad a la vez. El fin de ese proceso es el fin del crecimiento poblacional.

—¿Y qué nos espera como población?

—Cuando ese proceso termine de suceder, lo que vamos a ver a la distancia es un momento inédito en la historia de las poblaciones humanas, que habrá durado tres o cuatro siglos y que, tomó a la población mundial por 1700 con algo menos de mil millones y la va a dejar al fin de ese proceso con más de 10 mil millones. Y lo que se espera para después es estabilidad o, incluso, quizás cierto decrecimiento de la población. Pero estamos hablando ya del siglo 22…

Ignacio Pardo. Foto: Juan Manuel Ramos
Ignacio Pardo. Foto: Juan Manuel Ramos

—¿Cuál es la evolución esperada de la natalidad, a largo plazo? ¿Seguirá bajando?

—Ahí hay dos escalas en las que se puede observar esta evolución. Una es la global, en la que todavía hay margen para bajar, porque hay regiones de alta fecundidad, como África, que bajarán tarde o temprano, haciendo el mismo proceso que los otros países que vamos más adelante en la transición demográfica. Entonces, esos países que tienen cuatro o cinco hijos por mujer van a venir a niveles más parecidos a dos hijos por mujer.
Pero si lo miramos a escala nacional, como ocurre en la mayoría de los países europeos, los asiáticos, varios latinoamericanos y en particular en Uruguay, estamos hablando de niveles bajos o muy bajos. Por muy bajos, nos referimos a menos de 1,5 hijos por mujer. Ahí hay un terreno un poco más incierto de predicción, aunque se puede descartar por lo menos el escenario de la fecundidad bajando hasta ser cercana a cero. Esa no es la evolución esperable. En el caso de Uruguay, están en su mínimo histórico de 1,4 hijos por mujer. Es esperable que no baje más, se estabilice a ese nivel, y quizás, rebote hasta niveles más cercanos a dos en algún momento.

—¿En qué horizonte?

—Por lo que vemos en otros países, no es sencillo predecirlo, pero no será a muy largo plazo, sino en algunos años. Porque en gran medida el descenso está motorizado por decisiones de calendario y no solo de cantidad, es decir, por el aplazamiento de los hijos hasta edades más avanzadas y no necesariamente por gente que, decididamente, no quiere tener hijos. En cinco años Uruguay pasó de 1,9 a 1,4 hijos por mujer, un descenso muy fuerte. Dado que ese descenso está motorizado por el aplazamiento, donde debemos destacar también como n aspecto importante la reducción de la fecundidad adolescente, podemos pensar que, cuando estas adolescentes o jóvenes que no tuvieron sus hijos, los vayan a tener, es esperable que algo se recupere la tasa de fecundidad.

—Esa cifra absoluta de personas sobre la tierra, ¿es un problema en sí mismo?

—Durante mucho tiempo, sobre todo en los años de mayor crecimiento poblacional de la segunda mitad del siglo 20, estaba muy presente el discurso acerca de la sobrepoblación. Es decir, que no nos iba a alcanzar el planeta, pensando en los recursos para alimentar a esa población. Por buenos motivos, se ha ido abandonando esa mirada y se está pensando, por ejemplo, más en términos de justicia global o de las decisiones que no son de la humanidad entera, sino a veces de minorías que viven en los países, por ejemplo los que generan más emisiones, que no siempre son los más poblados. La mirada va más ahora a tratar de discernir en qué medida el impacto sobre los ecosistemas, genera tensión en el planeta. No tanto por la cantidad de personas sino por lo que esas personas hacen.

—La capacidad de producir se ha multiplicado exponencialmente…

—Claro, pero las decisiones de producción, de distribución y consumo que no están repartidas democráticamente en todo el planeta, son más importantes que el propio número. Entonces, algunos autores dicen, yo creo que con razón, que algunos de los actuales modelos de desarrollo de la humanidad serían insostenibles aún si fuéramos 2 mil millones menos.
O sea, ¿la Tierra es suficiente para tanta gente?, sí, de hecho estamos acá. Y le podríamos dar de comer a todos. Siempre y cuando aplicáramos prácticas más sostenibles; con los actuales niveles de consumo, de gestión de mercancías o de residuos, quizá no por mucho tiempo. Pero sacaría la carga del problema a una hipotética sobrepoblación en sí misma.

—Otro aspecto importante es dónde está la población. ¿La distribución sí es un problema?

—Naciones Unidas identificó a los países que en los próximos 20 o 30 años empujarán ese crecimiento poblacional que queda por delante. Congo, Egipto, Etiopía, India, Nigeria, Pakistán, Filipinas, Tanzania. Son países, muchas veces, que no están preparados para afrontar los mayores desafíos, como por ejemplo resolver las demandas del cambio climático. Resulta paradójico, tenemos un mundo cada vez más interconectado, pero donde las decisiones tienden a concentrarse. Por eso, las discusiones pasan por temas, como estos días en la Cumbre del Clima, por quiénes van a pagar la transición a energías más limpias y quiénes deben recibir esas ayudas.

—Son cuestiones que dependen más de una gobernanza global que lo que puede hacer cada país…

—Sin dudas, y allí es que surge esa contradicción entre temas eminentemente globales por su naturaleza y la capacidad muy limitada de la humanidad de generar instancias de gobierno global. Entonces, lo que termina sucediendo, es que hay poderes de facto decidiendo sobre esos aspectos.
Pero además, hacia dentro de los países, hay un gran desafío ante estructuras demográficas que cambian y deben dar soluciones a ello. Tienen una matriz de bienestar social pensada para una pirámide triangular y se encuentran con otra realidad. Eso presiona los sistemas de salud y también los de pensiones, como lo observamos en Uruguay, y es inevitable atenderlo.

—Por otra parte, menor porcentaje de población joven, genera tensiones en el mercado de trabajo en muchos países. ¿La inmigración es una solución?

—Lo primero es que la inmigración siempre es bienvenida por multitud de factores, pero no posee una magnitud tal como para modificar, por ejemplo, las tendencias del envejecimiento poblacional. Puede tener incidencia coyunturalmente, como ha ocurrido en Europa, pero no tiene una capacidad de dar vuelta un proceso demográfico que es muy estructural.
A veces, surge la tentación de plantearnos mecanismos para revertir esta realidad: políticas que incentiven fuerte la radicación de extranjeros e incluso, promover la natalidad, como se ha propuesto en Uruguay. No suele ser una buena idea, ni tampoco efectiva en términos de inversión en políticas públicas. Creo que lo que tiene más sentido es acompañar ese proceso que es inevitable y reformar la estructura de riesgos sociales y bienestar social y de capacidad de productividad de esas sociedades para que, siendo como son, más envejecidas, reduzcan el impacto sobre su bienestar.

—¿Por ejemplo?

— La realidad del envejecimiento poblacional y de una población como la nuestra, que no va a llegar a 4 millones, es bastante inamovible. Entonces, aprovechemos las capacidades de los que somos, para modificar las dinámicas de pobreza infantil y de muchos niños y jóvenes fuera del sistema educativo. Porque la población decreciente de adultos que va a “sostener” a la población creciente de adultos mayores en el futuro, son los niños de hoy, y además de no ser justo en términos de los derechos de las personas, tampoco es muy sostenible demográficamente o económicamente, lograr que esa población de adultos decreciente en términos relativos, tenga una productividad mayor.
Hay experiencias desarrolladas en varios países con políticas de incentivo de la natalidad que pueden haber tenido algún efecto, pero de muy corto plazo. Tampoco me parece que estén en línea con un marco de derechos reproductivos.
El proyecto que se presentó en Uruguay se basa en el concepto de que las familias “no tienen más hijos porque no tienen plata”, no está muy respaldado por la evidencia. Puede haber un pequeño repunte por ese lado, pero no sostenible. En el camino de hacer cosas, es mejor ir por mejoras en el sistema de cuidados, en las licencias, pero no tanto en los incentivos económicos.
Por otro lado, están las condiciones de esos nacimientos. Está muy estudiado, por ejemplo, que una descendencia más chica es una inversión más intensa en los niños que se tienen, dado que nuestra capacidad es limitada y se concentran los esfuerzos emocionales y económicos en esos pocos hijos. Es una estrategia que tiene sentido en el escenario demográfico actual.

—¿Cuánto ha incidido la reducción del embarazo adolescente en la baja de fecundidad en Uruguay?

—En la fuerte caída del último quinquenio, el descenso de las tasas de fecundidad adolescente de 15 a 19 años de la madre y de fecundidad temprana, de 20 a 24 de la madre, explican el 52% de la caída total. Gran parte de esa caída está impulsada por el descenso de fecundidad adolescente y temprana. Ese es un objetivo deseable, por tanto, una buena noticia, aunque a nivel global nos refleja una reducción de la población.

—¿Qué efecto tuvo la pandemia sobre los nacimientos en Uruguay?

—Lo que estudiamos es que hubo en un escenario en el que había dos hipótesis, la del baby boom y la del baby bust. La que ganó fue la del baby bust, el descenso de los nacimientos por la pandemia. En Uruguay registramos unos 800 nacimientos nueve meses después de los primeros tres meses de la pandemia, en comparación con un escenario contra fáctico que se construye metodológicamente. Es un efecto no tan grande en más de 30 mil nacimientos anuales. No vemos por ahora cambios de largo plazo, pero los estamos estudiando. Esperamos los datos de 2022 para avanzar en esa línea de trabajo.

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