OPINIÓN

¿Cuáles serán los impactos directos en los mercados de energía ante el triunfo de Biden?

¿Cuál es la lectura del resultado electoral en Estados Unidos en términos climáticos?

Foto: El País
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Profundizar en el análisis del sector energía, siempre nos lleva a entender los ciclos del petróleo con un abordaje geopolítico.

Entre 2010 y 2014 se observaron precios del petróleo en gradual incremento, condicionados por cuotas de producción fijadas por OPEP y restricciones de oferta ocasionadas por una serie de conflictos bélicos en Medio Oriente, llegando a valores que superaron los 120 dólares estadounidenses por barril. Este período fue una plataforma propicia para la expansión inicial de las energías renovables a nivel mundial y el inicio de un sendero de reducción de costos de las tecnologías de generación de electricidad de gran escala eólica y solar. El gráfico al pie de la nota permite observar esa evolución.

Pero en ese mismo período, Estados Unidos, uno de los principales mercados importadores de petróleo a la fecha, comenzó la explotación comercial de sus reservas de hidrocarburos no convencionales, favorecido por el contexto de precios internacionales altos del crudo y a partir del desarrollo y la reducción de costos en la producción mediante la fracturación hidráulica (también conocida como “fracking”), duplicando prácticamente su producción respecto a los niveles de la década previa. Se modificó así el perfil importador de EE.UU., la principal economía global, convirtiéndose en el primer productor mundial, desplazando así a Rusia y Arabia Saudita. Esto significó un cambio sustancial en los mercados de energía y limitó el volumen importado por EE.UU. para abastecer su mercado interno.

Para contrarrestar este importante avance de la industria de gas y petróleo estadounidense, a partir de 2014, algunos países exportadores que integran la OPEP, con una fuerte posición de Arabia Saudita, empiezan a exceder sus cuotas de producción buscando un equilibrio en precios más bajos para actuar sobre la rentabilidad de la producción de mayor costo proveniente de la fracturación hidráulica y ganando así participación en el mercado global. Esta estrategia en términos reales no logró su principal propósito ya que los costos de producción de no convencionales ya se habían reducido sustancialmente en Norte América y una expansión superior de la producción para reducir aún más el precio, implicaría un valor de equilibrio de alto riesgo para muchos de los productores minoritarios de OPEP.

Adicionalmente, las sanciones económicas a Irán y Venezuela, sacaron del mercado de oferta el crudo iraní y venezolano, lo cual tuvo un impacto directo en los volúmenes y contribución a la oferta mundial dentro del cartel, fundamentalmente la incidencia porcentual que pasó a tener Arabia Saudita.

Ese comportamiento del mercado con precios relativamente bajos del petróleo lo observamos entre fines de 2014 e inicios de este año. En marzo de 2020, con el advenimiento de la pandemia, la demanda de hidrocarburos cayó abruptamente y encontró a los agentes de mercado con amplios inventarios, indisponibilidad de almacenamiento y en el margen de la fecha de cierre de los contratos de futuros, lo que llevó a que se experimentara la mayor caída registrada del precio internacional del crudo en la historia, con precios inclusive negativos.

Esto motivó la participación a nivel de relaciones diplomáticas para el establecimiento de un dialogo no formal en el marco de OPEP+ (países OPEP sumado Rusia y otros productores no OPEP) para fomentar la redefinición de nuevas contracciones de la oferta dentro del cartel y establecer un mecanismo de salvataje de la industria del petróleo global; se implementó así una reducción de 9,7 millones de barriles diarios desde el primero de mayo de 2020, lo cual estamos observando y llevó los precios del crudo a los niveles actuales (al 6 de noviembre de 2020 el Brent cotiza a 39,66 US$ por barril y el WTI a 37,33 US$ por barril).

¿Qué se puede esperar, ahora, de cara a un nuevo gobierno de Estados Unidos? Una administración demócrata tendría una agenda mediomabiental más marcada que la actual administración de Trump, sin embargo, en términos de producción petrolera, difícilmente veamos una interrupción de la explotación de no convencionales en territorio estadounidense. Lo que potencialmente observaremos es que se establezcan mayores controles por parte de las agencias federales y restricciones a la producción en terrenos fiscales, lo que limitará la expansión de la industria de no convencionales y podría empujar la salida del mercado de algunos productores marginales; ello implicaría una oferta interna de petróleo levemente reducida en comparación con la actual.

En lo que refiere a la producción de hidrocarburos y fundamentalmente la producción de no convencionales, hay que destacar que el gas natural es un energético que puede acompañar una agenda de desacarbonización acelerada de EE.UU., en línea con la agenda medioambiental demócrata.

Desde el punto de vista de las sanciones internacionales, es de esperar que a partir del restablecimiento de un diálogo nuclear se llegue a un acuerdo en el reingreso de Irán a los mercados internacionales de petróleo, lo que tendría un impacto en la reasignación de las cuotas dentro de la OPEP.

Queda en tal sentido una incógnita sobre el abordaje que tendrían las sanciones a Venezuela por parte de una eventual administración demócrata y la capacidad de reintegrar el petróleo venezolano al mercado global en un horizonte de mediano plazo.

Un campo clave en la agenda energética propuesta por Biden es la producción de electricidad, ya que se busca una descarbonización acelerada de la generación eléctrica (hablamos de la reducción de emisiones de CO2 en la generación eléctrica) y en tal sentido, la salida gradual de la generación a partir de carbón y combustibles líquidos a partir de una ampliación en la participación de las fuentes de energía renovable sería una parte fundamental de un plan acelerado para impulsar las energías limpias e incentivar las inversiones en infraestructura y energías renovables como parte fundamental del paquete de medidas para una recuperación económica posterior a la pandemia.

Por otro lado la agenda de Biden está fuertemente comprometida con el desarrollo y escalamiento de la electrificación en usos finales de energía. El impulso de la electromovilidad, la generación distribuida y el almacenamiento de energía son parte de los desarrollos que deberíamos esperar en el mercado de energía de EE.UU. en los próximos años.

En lo referente a la participación del carbón en la matriz energética del país, las medidas para no fomentar la generación de electricidad a partir de carbón estarían fundamentalmente asociadas a la aplicación de regímenes modificados para los nuevos arrendamientos de carbón en terrenos fiscales, que concentran una parte relevante de la producción de ese mineral en territorio estadounidense.

Cada uno de estos elementos, asociados fundamentalmente a cambios en la política energética, se podría esperar en EE.UU. en una próxima administración de Biden y tendrían un impacto directo en su dimensión medioambiental. Pero, fundamentalmente, sustentan una agenda más agresiva en el abordaje del cambio climático y la posición del país en los ámbitos de negociación internacionales. Se abrirían así potenciales nuevos espacios de diálogo para la reincorporación de EE.UU. en los acuerdos internacionales destinados a la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero y un nuevo rol potencial en los ámbitos multilaterales por parte de dicho país.

Nuestra región ha estado expectante respecto a los resultados electorales y el impacto que tendrán estos cambios de dirección en las políticas internas en Estados Unidos, así como, fundamentalmente, el vínculo y rol a nivel de relaciones internacionales que tendrá Estados Unidos con América Latina y el Caribe en la próxima administración.

(*) Secretario Ejecutivo de la Organización Latinoamericana de Energía (OLADE)

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