OPINIÓN

Regla fiscal versus “carnaval electoral”

Creo que el presidente y la ministra Arbeleche están del lado correcto y buscarán preservar la conducta fiscal hasta el último día del mandato.

Foto: Getty Images
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Estamos en el “año del medio” del período de gobierno, que suele ser el mejor del quinquenio en cada gobierno en nuestro país, en materia de resultados fiscales.

La historia reciente (desde 1985) muestra que en el “gobierno promedio” de los siete cumplidos hasta hoy, las cuentas públicas mejoran en los primeros tres años y empeoran en los últimos dos. En promedio, entre 1985 y 2019, en el tercer año del período el déficit fiscal fue de 2,0% del PIB y en el quinto año subió hasta el 3,3% del PIB. Esta regla sólo tuvo una excepción a lo largo de esos 35 años: en la presidencia de Jorge Batlle, las cuentas públicas mejoraron entre el año del medio y el final, en 2,1 puntos porcentuales del PIB.Ese deterioro fiscal en la segunda mitad de los períodos de gobierno ha dado lugar a la definición autóctona de “carnaval electoral” para reflejar el descontrol fiscal, una vez que se inicia la carrera hacia las próximas elecciones. Y su magnitud, en promedio, sería del orden de 1,3% del PIB.

Si esa regla se cumpliera en el actual mandato de gobierno, el déficit fiscal terminaría el período en 3,2% del PIB: el déficit de los últimos 12 meses a septiembre fue de 2,5% del PIB, pero esta cifra incluye seis décimas por el llamado “efecto COVID” que, en principio y salvo malas nuevas, se debería extinguir en los próximos meses; por lo que, ajustado por ese factor, el déficit estaría hoy en 1,9 puntos del producto. Si añadimos el efecto promedio de nuestros carnavales electorales, iremos al referido 3,2% del PIB, apenas una décima por debajo del resultado promedio de los quintos años de los últimos siete gobiernos.

Hasta ahora el actual gobierno se comportó de acuerdo a lo esperado en términos de la referida historia reciente: según la última medición, ajustó las cuentas públicas en 2,6 puntos porcentuales del PIB, excluyendo las décimas debidas al efecto COVID. ¿Cómo se realizó ese ajuste fiscal entre 2019 y los 12 meses a septiembre? 0,5 puntos por una reducción en las remuneraciones y otro tanto por igual comportamiento de las pasividades; 0,4 puntos por el mejor desempeño “fiscal” de las empresas estatales (a nivel de sus resultados primarios y corrientes, es decir antes de intereses e inversiones); y 0,2 puntos por menos inversiones del sector público no financiero (gobierno central y empresas estatales). Estos rubros explican 1,6 puntos del ajuste. ¿Y el otro punto?

Si vemos los rubros más involucrados en el “gasto COVID”, que son los gastos no personales y las transferencias, nos encontramos con un ajuste de medio punto del PIB en las transferencias y un aumento de 0,2 puntos en los gastos no personales. Pero allí se incluyen las seis décimas del referido efecto COVID, por lo que, sin contarlo, el ajuste en estos dos rubros alcanza a nueve décimas del producto.

Resulta claro, por lo tanto, que el ajuste se ha dado en todos los rubros del gasto primario mientras que la magnitud de los ingresos (salvo el mencionado mayor aporte de las empresas estatales) no se ha modificado. Se trata, sin dudas, de una muy buena gestión fiscal hasta el presente.

No ha sido indiferente a ese desempeño la aprobación, al inicio de este período de gobierno, de una nueva regla fiscal, que consta de tres pilares: el resultado estructural, el tope de crecimiento del gasto y el monto máximo de aumento del endeudamiento. Regla que se cumplió en los dos años pasados.

Ahora viene al caso plantearnos la contienda expresada en el título de esta página. ¿Prevalecerá en el resto del período la sujeción a la nueva regla aún invicta o seguirá firme la vieja regla no escrita de los carnavales electorales? Es evidente que se trata de una pulseada relevante.

A favor del mantenimiento de la conducta fiscal hasta el final del período están, creo, el presidente y su ministra de Finanzas. A favor de la reiteración de la vieja historia autóctona está, también creo, el ADN de la política, que vincula el desempeño electoral con el presupuesto, con “cortar cintas” en inauguraciones de obras públicas. También está a favor de que se repita la historia la fragmentación del gobierno en los numerosos partidos y sectores que lo integran, todos ellos con presupuesto en sus áreas de gestión.

Pero la tal pulseada no consiste en algo frívolo, irrelevante más allá del espectáculo. Se trata de uno de los elementos centrales en la formación de las expectativas. ¿Contribuirá o no la política fiscal a la tan deseada reducción de la inflación? ¿Será consistente con una política monetaria que, más allá de su dudosa potencia, está jugando contractivamente?

Como señalé antes, creo que el presidente y su ministra están del lado correcto y que buscarán preservar la conducta fiscal hasta el último día del mandato. Creo que intentarán que la regla fiscal prevalezca sobre los viejos carnavales electorales. Yo les creo. Pero también entendería si otros no les creyeran, porque en estas cosas la historia pesa y los números referidos son contundentes en ese sentido. No en vano sólo se incumplió con esa vieja regla tras la mayor crisis que se recuerda porque de otro modo hubiera sido fatal.

Pero la tarea del presidente y su ministra no será sencilla. Deberían actuar, siguiendo a la mitología griega, como lo hizo Ulises (u Odiseo) que se ató al mástil de su nave para no dejarse llevar por los cantos de las sirenas, después de la Guerra de Troya.

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