ENTREVISTA

El paso atrás en el desarrollo que dio el mundo —incluído Uruguay— en los dos últimos años

En el caso de Uruguay, las consecuencias del retroceso en el último bienio se reflejan especialmente en las expectativas de vida.

Heriberto Tapia – Dr. en Economía (Universidad de Columbia); Investigador Senior del PNUD.
Heriberto Tapia – Dr. en Economía (Universidad de Columbia); Investigador Senior del PNUD.

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Una serie de fenómenos encadenados —pandemia, fenómenos climáticos, guerra Rusia-Ucrania, aumento de precios de energía y alimentos— han hecho retroceder el progreso de la humanidad cinco años y potenciado una ola global de “incertidumbre”, concluye el Índice de Desarrollo Humano que elabora el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Heriberto Tapia (*), Investigador senior en la Oficina responsable del citado informe —“Tiempos inciertos, vidas inestables”—, advierte sobre los retrocesos a nivel social, que comprometen la recuperación económica. “Es una situación totalmente atípica, en un fuerte contexto de incertidumbre”, subrayó. En el caso particular de Uruguay, hubo un retroceso de tres lugares en el ranking en los dos últimos años; especialmente, perdió pie en cuanto al indicador “expectativas de vida”. A continuación, un resumen de la entrevista.

—¿Cuáles son las razones del retroceso en los indicadores de desarrollo a nivel global?

—Durante las últimas tres décadas, el mundo se había acostumbrado a que, a pesar de los problemas típicos que ocurrían en distintas partes del mundo, lo normal fuera el progreso. Algunas regiones sufrían coyunturas complicadas pero, en promedio, aumentaba el progreso. Uno de cada diez países tenía un retroceso, pero el 90% experimentaba mejoras en el desarrollo. Sin embargo, en los últimos dos años esta relación se ha invertido. Entre 2020 y 2021, cerca del 90% de los países experimentó un retroceso en su desarrollo humano. Algo totalmente inédito. Pero incluso aquellos que escaparon a esa baja, igualmente se vieron afectados; es decir, crecieron menos de lo que hubieran crecido si hubiera mantenido la tendencia anterior al 2019.
Es una situación totalmente atípica que, además, no sabemos cómo seguirá. Porque después de 2020 pensábamos que iba a haber una recuperación de la pandemia. Y si bien parcialmente se produjo esa recuperación en la mayoría de los países a nivel económico, el deterioro en el desarrollo desde el punto de vista de las personas, se profundizó, de acuerdo con lo que muestra el IDH. Entonces, ¿qué es lo que viene? Es una incógnita.

—¿Cuán fiel resulta el IDH como reflejo de esas tendencias?

—El Índice de Desarrollo Humano es una aproximación imperfecta, pero nos da una indicación de lo que está ocurriendo. En ese sentido, no debemos hacer afirmaciones absolutas, pero los indicadores que utilizamos son suficientemente robustos y hacen que el índice sea un instrumento valioso y creíble. La economía global sufrió y las personas están siendo afectadas por una disminución del ingreso que, en parte, fue compensada en muchos países por los gobiernos. Pero esta capacidad de compensación se ha ido agotando.

—El IDH mide diversas dimensiones; ¿dónde se plantean los alertas más significativos?

—Por ejemplo, la esperanza de vida al nacer ha disminuido, según lo demuestran nuestros indicadores. Esto tiene mucho que ver con la pandemia y con las respuestas ante el COVID. Esa reducción en la esperanza de vida ha sido diferente en distintas partes del mundo y, en particular, América Latina y el Caribe es la región que más ha sufrido, con una baja de la esperanza de vida al nacer de casi 3 años en promedio para la región. Eso tiene que ver con el COVID-19, pero también con condiciones internas de los países y cómo cada uno pudo afrontar los efectos de la pandemia.

—Los indicadores de educación no parecen mostrar una caída de la misma magnitud…

—En efecto, respecto a la educación el índice no entrega mucha información sobre los efectos durante estos dos años, sin embargo, sabemos que hay un impacto negativo. Con anterioridad, habíamos desarrollado otro indicador, por regiones, que reflejó un efecto significativo en la educación. También es claro que han sido años donde el bienestar de las personas tuvo un deterioro en buena parte del mundo. Es decir, tenemos una crisis que es sistémica, multidimensional, donde los tres componentes –esperanza de vida, educación y bienestar— reflejan un importante deterioro.

—Respecto de los estándares de vida de los países, además del impacto en sí que sufre la población, identifican otros problemas derivados de esa realidad…

—Es que hemos tenido un efecto negativo robusto sobre la vida de las personas. Y lo que nos muestra el IDH es la punta del iceberg, porque hay muchos otros elementos que todavía tenemos que descubrir. Tuvimos una crisis sanitaria que impactó en la economía y también en la educación. Pero esos problemas con la economía motivan migraciones, generan descontento social y van encadenando un efecto con otro. Allí basamos nuestra incertidumbre, en una secuencia que no nos deja muchas claves acerca de lo que puede ocurrir en el paso siguiente.

—La historia registra una larga lista de eventos que han interrumpido períodos de bonanza. ¿Por qué éste es distinto?

—Sí, podría decirse que eventos como éstos siempre han ocurrido, pero en esta ocasión vemos que detrás de la pandemia, la guerra o el incremento de la inseguridad alimentaria, hay tres capas que son singulares: una que tiene que ver con el trasfondo de la crisis climática, que sabemos que además se va a intensificar con el tiempo. Otra, con nuestras propias respuestas. Es decir, tenemos que hacer transformaciones para volver sostenible la vida humana en armonía con el planeta. No necesariamente sabemos cómo esas transformaciones van a funcionar. Y en tercer lugar, la incertidumbre que genera la forma en que gestionamos estos desafíos. Existe un ambiente crecientemente polarizado que dificulta la toma de decisiones, precisamente cuando más necesitamos afianzar decisiones colectivas.

—¿Cuántos escalones representa el retroceso en materia de desarrollo en el IDH?

—Para el mundo en su conjunto, equivale a un retroceso hasta 2016, es decir, unos 15 años. Pero esto cambia de país en país, de región en región. Por ejemplo, para el caso de Uruguay, llega al año 2014, o sea, un desempeño peor que el promedio mundial.

—El descenso de Uruguay se basa fundamentalmente en uno de los componentes, que es la esperanza de vida…

—Sí, en el caso de Uruguay, la caída de esperanza de vida lo sitúa aún más atrás, a nivel del 2001. El descenso en ese indicador equivale a un retroceso de 20 años; esperemos que se recupere rápidamente. Pero esto da una idea de la magnitud de la crisis de un sector específico y en un país específico.

—Al observar el ranking, Uruguay no refleja variaciones bruscas en los últimos años…

—Cuando se compara el nivel 2021 con respecto a 2015 para Uruguay, el IDH lo muestra relativamente estable. Pero si se le compara con 2019 para ver el efecto de estos dos años tan tumultuosos, podemos observar que Uruguay experimentó una caída desde la posición 55 a la 58. No es tan significativo desde el punto de vista del ranking, pero sí hay un efecto negativo importante en el desarrollo humano comparado con su propio desempeño previo a la pandemia, que debería ser transitorio.

—Volviendo sobre las acciones a emprender en un contexto incierto y con múltiples alteraciones, el informe advierte sobre “falta de respuestas” para las mayores demandas. ¿En qué se basa esa advertencia?

—Necesitamos cierto nivel de certezas, un marco de referencia para entender lo que está pasando; y cuando no lo entendemos y no nos llegan las respuestas en forma convincente a través de los mecanismos institucionales habituales, reaccionamos. A veces las respuestas llegan desde actores con discursos extremos, que pueden resultar falsos y dañinos, aunque simples de entender.
En el informe presentamos evidencia, además de aportar datos acerca de cómo este fenómeno se produce. Lamentablemente, ello termina dificultando la solución de los problemas. En lugar de entender la complejidad y apostar por soluciones que necesitan de solidaridad y confianza, nos alejamos de esos valores.

—El trabajo hace referencia también a la desigualdad, como fenómeno que puede generar mayores tensiones…

—Es un problema complejo al que debemos atender. Pero muchas veces se habla de la desigualdad de una manera relativamente reduccionista, enfocada exclusivamente en la desigualdad de ingreso, que es importante, pero hay muchas otras dimensiones de desigualdad y lo que vemos es que, en muchas partes del mundo, hay ciertos componentes de la desigualdad que se han intensificado.
Durante años, se avanzó en reducir algunas desigualdades, por ejemplo el acceso a educación primaria. Entonces lográbamos acortar la brecha muy rápidamente. Pero cuando se trata de la educación superior, terciaria, la educación de calidad, las brechas se van expandiendo. Lo mismo con la salud; hemos hecho progresos para reducir la mortandad infantil, pero cuando se trata de acceso a medios de salud que permiten alargar la vida y dar una vida de calidad a las personas, la brecha aumenta. También ocurre lo mismo ocurre con el acceso a las tecnologías.
Ha habido progresos muy importantes, pero no fue homogéneo. Es fuente de descontento y malestar, y en un contexto de incertidumbre pasa a ser bastante desestabilizador. La pandemia ensanchó brechas entre aquellos que accedían a tecnología y podían estudiar, y los que no. Y eso deja secuelas.

—Al plantearse cómo navegar en esta incertidumbre global, refieren a inversiones “inteligentes y prácticas”. ¿Qué significa?

—La incertidumbre actual está generada en parte por nuestra incapacidad para entender lo que está ocurriendo; una de las maneras que tenemos de procurar soluciones es destinar nuestros recursos presentes para construir un futuro con determinadas características que hoy podemos considerar sostenibles. Por ejemplo, una de las áreas que tenemos que abordar es lo relacionado con el cambio climático. Tenemos que reducir emisiones, también el consumo de materiales derivados de la extracción excesiva de recursos naturales. Esos cambios demandan inversión de recursos físicos y humanos. El desarrollo humano también va de la mano de una reducción de las presiones sobre el planeta.

—Otro de los puntos que citan es “revitalizar la protección social”...

—Necesitamos dar a las personas elementos para poder no solamente transitar esta realidad, sino también prosperar con ciertos niveles de seguridad. También es esencial generar un ambiente político propicio para transformaciones acordadas, que tengan en cuenta los desafíos del trabajo, de la demografía, etc.

—Un tercer aspecto que plantean es la innovación...

—Hay ciertas fórmulas que quizás hoy funcionan, pero que muy probablemente mañana ya no resulten. Por lo tanto, en un ambiente tan cambiante, necesitamos permanentemente estar recurriendo a la innovación. Y la innovación en su sentido más amplio. Por ejemplo, el año pasado en nuestro informe decíamos que no hay ningún país en el mundo que haya sido capaz de conseguir muy altos niveles de desarrollo humano sin poner mucha presión sobre el planeta. Eso quiere decir que hay un área que demanda avances.
Innovar también en las reglas de juego. Uno de los elementos clave es la participación de las personas en la identificación de los problemas y los caminos a seguir. Tenemos un sistema donde hay mucho desequilibrio de las voces en el espacio internacional, pero también dentro de nuestras sociedades.

(*) Heriberto Tapia es miembro sénior del equipo de redacción e investigación del IDH. Anteriormente, se desempeñó en la Oficina Ejecutiva del PNUD (2012-2014) y en la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (1998-2005). Ha trabajado como consultor del FMI, PNUD y CEPAL. Además, ha sido profesor en la Universidad de Columbia (Nueva York), Universidad de Chile (Santiago) y Universidad Diego Portales (Santiago). Tiene un Ph.D. en economía de la Universidad de Columbia, y una maestría en economía e ingeniería comercial de la Universidad de Chile.

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